Aunque la vejez, lamentablemente, se acompaña de dolores y enfermedades, esta no se trata simplemente de ir apagándose poco a poco; no debería significar una declinación o cercano deceso. Es, más bien, una acumulación de experiencias vividas que debieran servir como ejemplo y guía para aquellos que aún no las poseen. La hora final puede llegar en cualquier momento, independientemente de la edad. Con más años, se es más consciente de lo frágil y efímera que es la vida, pero esto no significa el deceso inminente, a menos que se alcance el límite físico de los 122 años y 164 días de Jeanne Calment, la mujer francesa que falleció en 1997 y que, según el Guinness World Records como la más longeva del mundo, nos dejó enseñanzas valiosas como no fumar, llevar una vida cómoda para acceder a buenos servicios médicos, mantener una vida social activa y conocer gente nueva.
Lo triste y segregador es que para la vida laboral a los 40 años estamos ya fallecidos. Según los departamentos de recursos humanos, ya no somos útiles a esa edad, a menos que tengamos un currículum que nos posicione para ser directivos o contemos con una buena recomendación que certifique nuestra valía. El empleo es despectivo para los ancianos , los no tan ancianos, los adultos mayores, los no adultos mayores, los jóvenes sin experiencia, los niños, las mujeres cabeza de hogar, negritudes , raizales, indígenas… se convirtió en un privilegio y aún más tener un salario decente.
Deberíamos celebrar los días del padre, de la madre, de los niños y del abuelo —este último el 25 de agosto— como lo hacen en otras culturas orientales, dedicando un día en el que se rinda respeto y cariño, no a través del regalo tradicional de corbatas o pares de medias, ni llevándolos a almorzar a algún restaurante, sino mediante un acto simbólico para demostrar nuestro respeto o admiración. A veces es saludable tener un día que nos recuerde los valores que la lucha constante por sobrevivir nos hace olvidar en esta implacable sociedad.
La vejez no implica aprender a desaparecer silenciosamente, a ser olvidado, abandonado o relegado a un rincón. Una vejez plena es una vida activa, teniendo en cuenta las limitaciones y cambios del cuerpo, pero aún vibrante y constante. No es una preparación para la muerte, el silencio, la soledad, el dolor o la enfermedad. Cada día puede ser el último, sea cual sea nuestra edad.