En los noventa, ser joven y tener inquietudes era una verdadera tortura en Cúcuta. El único lugar donde se podía respirar un poquito de cultura era meterse en el sótano del área cultural del Banco de la República. Allí Luis Tovar, un caraqueño que sabía todo de música le ponía a uno los discos más hermosos de la humanidad. Era un verdadero oasis. Me hice amigo de Luis. Un día, cuando ya me había ido de la ciudad, me avisaron que lo habían encontrado muerto en su casa. Creo que una generación entera lo lloró, la misma generación de escritores que él formó. Hoy ya nadie lo debe recordar, pero su legado permanece y no morirá.
Y no muere porque existen lugares como Puro Café, en plena Riviera, uno de esos milagros que de vez en cuando se dan en una ciudad para la que la cultura es la cosa menos importante. No existe nada más refrescante que los cafés librerías. Y este es uno de ellos. Ojalá dentro de poco los poetas que viven entre las piedras puedan descubrir el sitio y llenarlo con sus tertulias. La inteligencia de una ciudad pervive a través de sus sitios de encuentro, de la juntanza, de hojear entre un parche uno de los tesoros que están allí como el Atlas Lingüístico-Etnográfico de Colombia o las obras de escritores tan vanguardistas como Natsume Soseki.
Nos venimos quejando siempre que Cúcuta no tiene un sitio para parchar, para esconderse del reguetón y su herida perpetua, un lugar para poder ser mejor ciudad, más cosmopolita, más cercana al epicentro del mundo y esto solo se da en lugares como Puro Café, que a través de su concepto “muy Puro” apuestan por contribuir en la generación de espacios para incentivar la lectura.
Destaca del sitio su fusión de ambientación entre cafés Barceloneses y rincones Argentinos que a más de inspirar en la lectura, brinda gastronómicamente una oferta mediterránea, que ahora estará acompañado de la mejor selección de café de la región.