La libertad como reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos humanos, desconocida menospreciada y ultrajada por la barbarie, ha sido la inspiradora de la rebelión contra la opresión y la tiranía, logrando establecer en los ordenamientos normativos internacionales y nacionales la inalienable autodeterminación de la gente y su autonomía en el sincretismo y la diáspora de las ideas, el pensamiento, la diversidad étnica y multicultural, abarcando el libre desarrollo de la personalidad, así como las libertades de conciencia, convicciones, creencias, locomoción, expresión y difusión de opiniones.
Es tal el carácter esencial de la libertad, que históricamente se ha reconocido su condición irrenunciable y su prohibición de transgresión por parte de las autoridades gubernamentales, los cuerpos legislativos y los operadores judiciales, aunque en lo cotidiano se vulnera con frecuencia esta órbita que nace de la delegación del poder público por parte de la soberanía popular.
En este orden de ideas, la Organización de Naciones Unidas para la Educación la Ciencia y la Cultura aprobó en el 2005 la Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos, proclamando el respeto de la autonomía personal respecto a la facultad de adoptar decisiones para la aplicación y fomento del conocimiento científico, la práctica médica y las tecnologías conexas, como una prolongación de las libertades fundamentales.
La Ley 1751 Estatutaria de la Salud prescribió que todas las personas tienen derecho a obtener una información clara, apropiada y suficiente que les permita tomar decisiones libres, y conscientes respecto de los procedimientos de salud que les vayan a practicar y los riesgos de estos, precisando que nadie podrá ser obligado contra su voluntad a recibir dichos tratamientos, norma sobre la cual se pronunció la Corte Constitucional justipreciando que la autonomía es una expresión indispensable para comprender el contenido del ideal de la libertad.
En desarrollo de su facultad de autodeterminación se garantiza a la persona el poder para tomar, sin injerencias extrañas o indebidas, las decisiones acerca de los asuntos que le conciernen, lo que adquiere especial significación en materias relativas a la salud, porque decidir por ella es arrebatarle brutalmente su condición ética, reducirla a la condición de objeto, cosificarla, convertirla en medio para los fines que por fuera de ella se eligen.
En este orden de ideas, el decreto 109 de principios de 2021 mediante el cual el gobierno nacional adoptó el plan nacional de vacunación del Covid19, estableció que el prestador de servicios de salud debe informarles a todas las personas que la vacunación es voluntaria, por tanto, respetará la libre y autónoma voluntad de no vacunarse.
Contrario a esto el Decreto 1408 de finales de este año, determinó la obligatoriedad de vacunación para ingresar a eventos públicos o privados masivos, bares, cines, escenarios deportivos y parques de diversión, lo que demuestra que la Presidencia de la República tiene como costumbre borrar con el codo lo que escribe con la mano.
Esta norma de vacunación obligatoria es inaplicable por parte de los autoridades y particulares, no solo por la contradicción que entraña con otra de igual jerarquía, sino porque trasgrede la ley estatutaria de salud y la sentencia constitucional, además viola los invocados derechos fundamentales establecidos en nuestra carta fundamental, así como los tratados internacionales sobre la materia.
Esta perversa arremetida contra la libertad se constituye en una peligrosa y odiosa discriminación que ningún defensor de la vida puede aceptar, pues lesiona la esfera fundamental de la dignidad personal y pretende cercenar la opción de pensar diferente bajo el histórico esquema de la duda metódica como instrumento para la búsqueda de la verdad y vigente postulado de la investigación científica.
Si permitimos este ataque frontal contra nuestra libertaria autonomía, tendremos que recordar que Erich Fromm nos dijo: “Considerada superficialmente, la gente parece llevar bastante bien su vida económica y social; sin embargo, sería peligroso no percatarse de la infelicidad profundamente arraigada que se oculta detrás del infierno de bienestar. Si la vida pierde su sentido porque no es vivida, el hombre llega a la desesperación”.