La enorme tienda es uno de los puntos de encuentro más conocidos y parada casi obligatoria sobre la vía que de Bogotá va hacia Melgar y Girardot. El lugar, levantado hace más de cinco décadas, se identifica por una vaca gigante tridimensional de color verde con blanco que lleva encima un pajarraco rojo picoteándole el lomo. Sin embargo, es su gigante aviso en letras verdes el que todos los viajeros que transitan por tierra sienten como propio: La Vaca que ríe.
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Este, que es el paradero más famoso de la salida de Bogotá por la vía Panamericana hacia el sur del país, abrió en 1971. En aquel tiempo se estrenaba la doble calzada que estaban construyendo por este sector como parte de un proyecto continental y don Luis Alfonso Reyes, un lechero de Choachí, Cundinamarca, montó una tiendita de madera pequeña y muy modesta para vender quesos a la orilla de la nueva carretera, en el mismo punto donde está el negocio hoy en la vereda Granada, Cundinamarca.
Con tres cantinas de leche empezó a vender el señor Reyes junto a su esposa con el fin de aprovechar la gran cantidad de conductores que se movilizaban por la vía y tener un ‘negocito’ propio. Algunos años después, su yerno Jairo Cataño Gómez, un caleño emprendedor, se le sumó como socio y luego terminó como dueño al comprarle la parte a su suegro.
Varios miembros de la familia caleña Cataño se sumaron al emprendimiento que fue creciendo rápidamente. El sabor del queso hizo muy famosa la pequeña cabaña de madera gracias a la receta de don Luis Alfonso y su esposa. Luego, una hermana de Jairo Cataño, que se retiró del convento para llegar al proyecto de la Vaca que ríe, puso los primeros postres en las vitrinas del negocio y también fueron un éxito.
Cataño le puso visión al negocio. Lo convirtió en el primer restaurante de comida típica de la zona. Hoy no solo venden quesos y postres, sino también desayunos, almuerzos, comidas. Además, los chorizos con arepa son apetecidos por su sabor.
Hace muchos años, La Vaca que ríe dejó de ser la cabañita de madera. Tampoco es solo un restaurante para vender almuerzos. Hoy es un emporio empresarial que se convirtió en ícono de la región. Lo conforman varios edificios levantados en gigantes lotes puestos uno al frente del otro donde unas 200 personas trabajan para atender a quienes van hacia Melgar o en sentido contrario hacia Bogotá.
El crecimiento del negocio no se hizo solo. Contó también con el empujón económico de inversionistas que mantienen sus nombres en reserva y a quienes Jairo Cataño y su familia dejaron entrar al negocio un par de décadas después. En la actualidad, cada fin de semana, entran a este lugar cinco mil personas en promedio que siguen haciendo grande una tradición llamada La Vaca que ríe.