El 25 de noviembre de 1939, con una Francia cercada y aterrorizada ante la posibilidad de la invasión y sus élites políticas y económicas acobardadas, dispuestas a entregarse al Tercer Reich, Albert Camus escribió este articulo para Le soir republicaine, el periódico argelino del cual era su codirector. Le aplicaron la censura con todo su rigor y el texto nunca se conoció. El años pasado, 73 años después de haber sido escrito, una corresponsal de Le Monde lo descubrió en Los archivos nacionales de Ultramar en Aix en Provence.
Se trata de un manifiesto por la libertad de prensa y desarrolla la tesis de los cuatro mandamientos de, periodismo libre: lucidez, desobediencia, ironía y obstinación. El documento adquiere toda la vigencia en un momento en el que aunque no existe censura explícita en casi ningún país del mundo, la promiscuidad entre las clases política, empresarial y mediática y la uniformidad obediente y temerosa de los grandes medios, es un fenómenos casi que generalizado en el mundo.
MANIFIESTO POR LA LIBERAD DE PRENSA, Albert Camus, Noviembre de 1939
Es difícil evocar hoy la libertad de prensa sin ser tachado de extravagante, acusado de ser Mata Hari, de verse tratado como el sobrino de Stalin. Sin embargo, esta libertad es sólo una cara entre otras de la libertad en sentido estricto y se comprenderá nuestra obstinación en defenderla si se admite que no hay otra forma de ganar realmente la guerra.
Es verdad, toda libertad tiene sus límites. Aunque tendrán que ser libremente reconocidas. Acerca de los obstáculos que son aportados hoy a la libertad de pensamiento, hemos dicho por otra parte todo lo que pudimos decir y diremos todavía, y hasta la saciedad, todo lo que será posible decir. En particular, no nos sorprenderá jamás lo suficiente, una vez impuesto el principio de la censura, que la reproducción de los textos publicados en Francia y apuntados por los censores metropolitanos sea prohibida al Soir Républicain, por ejemplo. El hecho de que a propósito un periódico dependa del humor o de la capacidad de un hombre demuestra mejor que cualquier otra cosa el grado de inconsciencia al que hemos llegado.
Uno de los buenos preceptos de una filosofía digna de ese nombre es el de jamás caer en lamentaciones inútiles ante un estado de cosas que no puede ser evitado. La cuestión en Francia ya no es hoy saber cómo preservar la libertad de prensa. Es la de buscar cómo, ante la supresión de esas libertades, un periodista puede seguir siendo libre.
El problema no concierne a la colectividad. Concierne al individuo.Y justamente lo que nos agradaría definir aquí son las condiciones y los medios a través de los cuales, en el seno mismo de la guerra y de sus servidumbres, la libertad puede ser, no sólo preservada, sino también manifestada. Estos medios son cuatro: la lucidez, el rechazo, la ironía, la obstinación.
La lucidez supone la resistencia a las invitaciones al odio y al culto de la fatalidad. En el mundo de nuestra experiencia, todo puede ser evitado. La guerra misma, que es un fenómeno humano, puede ser en todo momento evitado o detenido por medios humanos. Es suficiente con conocer la historia de los últimos años de la política europea para estar seguros de que la guerra, cualquiera sea, tiene causas evidentes. Esta visión clara de las cosas excluye el odio ciego y la desesperanza que deja hacer. Un periodista libre, en 1939, no se desespera y lucha por lo que cree verdadero como si su acción pudiera influir en el curso de los acontecimientos. No publica nada que pueda excitar el odio o provocar la desesperanza. Todo eso está en su poder.
Frente a la marea creciente de imbecilidad, es necesario igualmente oponer algunos rechazos. Todos los condicionamientos del mundo no harán que un espíritu limpio acepte ser deshonesto. Ahora bien, y aun conociendo poco del mecanismo de las informaciones, es fácil asegurarse la autenticidad de una noticia. Es a ello que el periodista libre debe dedicar toda su atención. Si no puede decir todo lo que piensa, puede no decir lo que no piensa o lo que cree falso. Es así que un diario libre se mide tanto por lo que dice como por lo que no dice. Esta libertad completamente negativa es, de lejos, la más importante de todas, si se la sabe mantener. Dado que prepara el advenimiento de la verdadera libertad. En consecuencia, un diario independiente ofrece el origen de sus informaciones, ayuda al público a evaluarlas, repudia el abarrotamiento de los cerebros, suprime las invectivas, mitiga mediante comentarios la uniformización de las informaciones, en breve, sirve a la verdad en la medida humana de sus fuerzas. Esta medida, tan relativa como puede serlo, le permite al menos rechazar lo que ninguna fuerza en el mundo podría hacerle aceptar: servir a la mentira.
Llegamos así a la ironía. Podemos decir en principio que un espírtitu que tiene el gusto y los medios de imponer la coacción es impermeable a la ironía. No vemos a Hitler, por tomar un ejemplo entre otros, utilizar la ironía socrática. Lo que implica entonces que la ironía se vuelve un arma sin precedentes contra los demasiado poderosos. Completa la negativa en el sentido que permite no sólo rechazar lo que es falso, sino decir frecuentemente lo que es la verdad. Un verdadero periodista libre, en 1939, no se hace demasiada ilusión sobre la inteligencia de aquellos que lo oprimen. Es pesimista respecto del hombre. Una verdad enunciada con un tono dogmático es censurada nueve veces sobre diez. La misma verdad dicha agradablemente no lo es más que cinco veces sobre diez. Esta disposición describe de manera bastante exacta las posibilidades de la inteligencia humana. Esta explica además que los diarios franceses como Le Merle o Le Canard Enchaîné puedan publicar regularmente los artículos de tanto coraje que conocemos. Un periodista, en 1939, es por lo tanto forzosamente irónico, aunque a menudo sea a riesgo de su propio cuerpo. Pero la verdad y la libertad son amantes poco exigentes dado que tienen pocos amantes.
Esta actitud del espíritu brevemente definida es evidente que no podría sostenerse eficazmente sin un mínimo de obstinación. Hay suficientes obstáculos a la libertad de expresión. No son los más severos los que pueden desalentar un espíritu. Las amenazas, las suspensiones, las persecuciones producen generalmente en Francia el efecto contrario a lo que se proponen. Debe convenirse que hay obstáculos desalentadores: la constancia en la tontería, la apatía organizada, la ininteligencia agresiva, y detengámonos aquí. Allí está el gran obstáculo que vencer. La obstinación es una virtud cardinal. Por una paradoja curiosa pero evidente, se pone al servicio de la objetividad y de la tolerancia.
Estas son un conjunto de reglas para preservar la libertad hasta el seno de la servidumbre. ¿Y después?, diríamos. ¿Después? No nos apuremos tanto. Si cada francés quisiera mantener en su esfera todo lo que cree verdadero y justo, si quisiera ayudar desde su condición débil a mantener la libertad, resistir el abandono y dar a conocer su voluntad, entonces y sólo entonces esta guerra estará ganada, en el sentido profundo del término.
Sí, es frecuentemente a riesgo de su cuerpo que el espíritu libre de este siglo hace sentir su ironía. ¿Qué puede encontrarse de agradable en este mundo incendiado? Pero la virtud del hombre consiste en mantenerse enfrente de lo que lo niega. Nadie quiere recomenzar dentro de veinticinco años la doble experiencia 1914 y 1939. Entonces hay que ensayar un método todo novedoso que es la justicia y la generosidad. Pero éstas sólo se expresan en los corazones libres y en los espíritus todavía clarividentes. Formar estos corazones y estos espíritus, despertarlos antes, es la verdadera tarea a la vez modesta y ambiciosa que le toca al hombre independiente. Hay que hacerlo sin pensar más allá. La historia tendrá o no en cuenta esos esfuerzos. Pero habrán sido hechos.