En estos días, escuché unos sonidos que solo puedo escuchar en los campos remotos. Sí. Eran los alegres sonidos de aves silvestres que madrugaban sobre los cielos de los barrios cercanos a cerros orientales de la ahora no tan bulliciosa capital colombiana que ya ha entrado en la etapa de regreso paulatino a la normalidad, aunque todavía la situación sanitaria no sea la mejor, todo lo contario. Ya el mismo aire que se respira no era tan pesado como al que estaba acostumbrado por años.
Logré oírlos en tres ocasiones. Pude deducir que iban de un lado a otro. Nos alegró, y al tiempo quedé sorprendido porque nunca había escuchado estos sonidos en el aire capitalino. Al cabo de unas horas, pude hablar sobre este asunto con mis vecinos de edificio: eran bandadas de patos. Entonces, volví a mi interior, y como una película, comencé a meditar sobre esta situación socialmente “dilémica”, pero ambientalmente clara. Sin olvidar todo lo que implica confinarse o más bien confinar también a la sociedad y a las fuerzas sociales, no puede negarse el breve impacto ambiental positivo.
¿Qué ganamos con cuidarnos sin cuida al mismo planeta? ¿Por qué sigue primando la vida social humana sobre la vida del mismo planeta? ¿Por qué, si hubo una política global de cuarentena para protegernos de un letal virus, no se han tomado las medidas concretas y de facto globales para aliviar a nuestro planeta? ¿Por qué no determinar unas semanas al año para alejar los efectos dañinos del hombre y su sistema al planeta? ¿Qué podría impedir tan concienzuda acción? Total, muchas cuestiones, poca comprensión de la lentitud política sobre el tema.
El egoísmo de la especia más “racional” y “sofisticada” lo está llevando a olvidar que existen soluciones para problemas tan urgentes y mortales. La complejidad de los problemas ambientales contrasta con la sencillez de la solución: algo que ha estado presente y se aplica por puro instinto de conservación desde vieja data, como lo es hacer el pare, resguardarse o mantenerse en cuarentena. Una cuarentena voluntaria planetaria, así sea por regiones, podría estar entre las opciones. No sería descabellado darle a nuestro macro hogar un respiro.
Con franqueza de la situación, podría decirse que ni siquiera se ha pensado con “egoísmo natural”. Es decir, a la verdad es poca la capacidad de razonar sobre nuestra propia sobrevivencia, solo se piensa destruir y devorar recursos. Si fuéramos en verdad egoístas, fuéramos más utilitaristas en la medida en que conservaríamos a regañadientes al planeta; pero, ni eso.
Irónicamente, uno de los efectos globales más destacados y que incluso pudieron percibirse a lo largo de toda la cuarentena global en diferentes partes del globo, es la “recuperación” de lo que llamamos naturaleza. La poca vida silvestre que aun sobrevive cerca a los centros urbanos, se empezó a asomar al no encontrar la nociva presencia humana ni la de sus desechos de todo tipo; o por lo menos las poquísimas proporciones. Esto no provocará pocos problemas para los asentamientos humanos.
¡La Tierra volvió por unas semanas a vivir! Los datos sobre la recuperación de la capa de ozono y una pequeña disminución de las temperaturas, de la vuelta de algunos glaciales a su estado natural, del retorno a la diafanidad de las aguas, de la baja cantidad de desechos gaseosos y venenosos a la atmosfera, de la claridad en el horizonte a las ciudades que dejaron ver el sublime paisaje allende sus torres de concreto, entre otras cosas que no se veían en décadas, demuestra con creses lo bien que le cae al planeta este tipo de medidas. Las zonas vedadas a la vida y los factores que la facilitan, no lo fueron por algunos días. Es impresionante la manera en que nuestra “gran nave espacial” se recupera de tan dolorosas yagas que le ha hecho una especie que ella misma ha consentido, durante siglos.
Lo informes científicos certifican lo sucedido. Con ello se desmiente tanta irresponsabilidad y desconocimiento o intenciones mal sanas de quienes afirman que el mundo está bien, quienes bajo sus desafortunados liderazgos siguen una lógica criminal, asegurando que las alarmas ambientales hacen parte de una conspiración mundial cuyo objetivo es detener el “progreso” del sistema y de la civilización. Es así que están operando muchos dirigentes mundiales que, en vez de ponerse a emitir juicios alterados, deberían reflexionar y decidir con conciencia sobre estos temas de alto riesgo. Más su sentido mercantil supera una cosmovisión de bienestar, equilibrio y respeto por la vida planetaria. Es urgente reivindicar los derechos ambientales.
Ahora, la realidad inmediata que hemos vivido muchos con este fenómeno, por el confinamiento y otras “incomodidades”, solo nos ha hecho pensar en nuestra situación de aislamiento y —como es obvio por la misma imposición del sistema económico— necesidades materiales no tan vitales de estilos de vida impuestos por el modelo socioeconómico. Por un lado, está la propuesta de sostener el medio ambiente, por el otro la crisis de las microeconomías familiares y personales y —por supuesto— la de la macroeconomía. Siempre estará por encima la segunda en detrimento de la primera. Lo animales, la vida milenaria no sabe de esos predicamentos muy humanos, así los padezca; la vida solo se muestra y ofrece lo mejor de sí, las cosas momentáneamente han cambiado, por ello se vuelven a descubrir, a mostrarse.
La documentación fotográfica, las crónicas, reseñas y demás informes de este fenómeno en todo el mundo despertaron todo tipo de sentimientos, de necesidad de conciencia en millones de seres humanos. Las redes sociales y los medios de comunicación, se atestaron de todo ese retorno maravilloso de la vida al natural; toda una gama de sonidos, colores y texturas. El esplendor pletórico vegetal en tierra y agua revivía.
Muchas especies, inclusive de las que no se tenían noticia, fueron avistadas. Desde los más diminutos pero imprescindibles invertebrados, hasta los grandes cetáceos encontraron un gran respiro. La amenaza humana y su extensión se limitaron gracias a un microscópico agente. Los animales salían sin saber que eran vistos por los agazapados lentes electrónicos.
Ojalá, esos “me gusta”, “me encanta” y otras reacciones virtuales, se materialicen en nuestros actos, en el apoyo a las denuncias, en nuestra toma de decisiones personales, en los sistemas educativos, en la formación familiar, en las relaciones de calle y hasta en las iglesias o centros de culto a la divinidad.
Otra ironía desafortunada es que los sectores de la cúspide del sistema económico han sido los más beneficiados porque, de todas maneras, mientras hay confinamiento se sigue hiriendo mortalmente a nuestra Madre Tierra, Pacha Mama, Gaya, Gea, Biósfera o como quiera que sea llamada. Los datos sobre la deforestación de capa vegetal en el Amazonas y otras regiones del mundo, la extracción de minerales, la vertedera de residuos a las fuentes de agua, el reporte de viles asesinatos de especies por medio de la cacería furtiva, todo no para de aumentar. Para esas infamias no hace falta dar cuarentena sino definitivas prohibiciones. Educación y sanción ejemplar para detener esos crímenes son caminos efectivos para luchar contra esos flagelos. La infinita e irreversible deuda ambiental debe saldarse por lo menos en algo al momento.
De todas maneras, y a pesar de que no toda la sociedad actual con su maquinaria de producción se detuvo, no pueden negarse los fáusticos efectos positivos sobre el medio ambiente. Se demostró que, al tomar conciencia individual, colectiva y de una postura responsable por parte del Estado, pueden darse grandes logros en materia de conservación; pero falta más, mucho más. Las comunidades humanas deben formarse más allá de su propia supervivencia, tener en cuenta que también está el “cósmico y originario” derecho de todo aquello que tiene vida o facilita la vida, incluso de aquello que la tradición ha llamado equivocadamente “inerte”, puesto que nada es inerte porque cumple un papel fundamental sin saberlo en este universo.
Volvamos a nuestros ancestros, quienes, como el sabio Jefe Seattle, nos advirtieron sobre poner no nuestra sobrevivencia sobre la del resto, a sabiendas que somos sostenidos por la naturaleza. Nativos que nos legaron una conciencia a difundir, ellos sabían que la tierra merecía un descanso —y eso que esos pueblos difícilmente contravenían a la naturaleza— o actuales como Chico Mendes que hasta fueron aniquilados por su amor a la naturaleza y su acérrima defensa contra la desalmada depredación industrial benefactora de poquísimos sectores.
Definitivamente se necesita una labor mancomunada que establezca por lo menos unos días al año de recuperación de nuestra Madre Tierra a todos los niveles. Que el día de la Tierra, el agua y relacionados sean de verdad eso. Semanas de confinamiento como especie, eso sí donde el Estado garantice los mínimos a la población y que el pueblo pueda dar fe de que los funcionarios del Estado —desde el que lo maneja hasta el más mínimo funcionario— no aprovechen ese asueto para hacer cosas corrompidas como el adueñamiento de recursos públicos u otros que han podido demostrarse han realizado a espaldas del pueblo y bajo la excusa de contingencia, etc. Execrables actos de un arribismo sin precedentes, sin ninguna justificación.
Se sabe que también puede haber una desconfianza merecida en las relaciones de poder; puesto que lo que incumbe al cuidado ambiental dependen de lo político. Una dirigencia política y gubernamental que cuida a su gente y a otros, es una dirigencia que puede existir, esta merece ser apoyada sin soslayo. No todo está perdido, hay muchos deseosos con excelentes programas de conservación y de aprecio por la vida en todas sus manifestaciones que no olvidan la relación que hay entre lo social y lo económico al momento de plantear soluciones. Por eso es importante dar respaldo y exigir el cumplimiento, la implementación de los compromisos. Desafortunadamente, mientras gobierne en nuestros Estados un desconocimiento voluntario o no de estas situaciones no habrá esperanza cercana de transformación socioecológica, a sabiendas que no se trata de temas de un color ideológico o partidista sino de un rumbo común, a construir mancomunadamente la cual proyecte una sola y rápida meta: la preservación de la vida planetaria y la solidaridad económica.
Ojalá el sistema de cosas exclusivista y unilateral que solo se interesa por acumular y en sostener estilo de vida banales con su visión de mundo, puedan ser retirados por un tiempo —por lo menos— para dar paso a un estado global de conciencia que tome acciones concretas sin la necesidad de una amenaza a la raza humana. Que se tomen medidas multilaterales para que nuestra “gran arca espacial” pueda navegar con todo lo que ella lleva.
La Tierra nos reclama un poco de reciprocidad, sabiendo que podemos dar mucho. Podemos seguir creyendo que las acciones individuales dan resultados favorables llegando a ser colectivas y contadas por miles de millones. No puede decirse que la productividad no puede ponerse en riesgo, puesto que se supone el ahorro y la distribución del recurso puede suplir algunas necesidades básicas de las comunidades durante un tiempo prudente. No se pedirá más para ser realistas.
El urgente parar. Es hora de parar de vez en cuando como lo hacemos en nuestras vidas. Así como los médicos nos recomiendan cuando nos aceleramos y olvidamos la esencia de nuestras existencias y la importancia de mantener en óptimas condiciones nuestra materialidad. Hasta en la actividad física o en los torneos se hacen pautas obligatorias. O cuando las órdenes judiciales de distancia dictaminan que deben acatarse porque hay evidencia de la necesidad de hacerlo en garantía de la víctima; para el caso la víctima es la vida planetaria original.
Finalmente, no sabemos si el COVID-19 desaparecerá o —como dicen algunos expertos— nos tocará vivir con él tal cual ha pasado con otros males, sin saber de los venideros. Tampoco sabemos a ciencia cierta si es de origen animal o artificial. Pero si las implicaciones de todo tipo, incluyendo las geopolíticas junto a las tensiones entre potencias que se culpan mutuamente. Y ni hablar de las muy controversiales visiones religiosas. En fin.
De lo que sí podemos estar seguros y que desarma cualquier postura contraria es que el principal mal de este planeta es la acelerada y arbitraria civilización humana actual, que actúa peor que un virus. No obstante, la misma Tierra tiene algo más que anticuerpos y como ser vivo parece que no ha tomado la decisión final de autodefenderse, pues sabe que como va la especie humana está más cerca de su autodestrucción. Poquísimas especies en este valioso trozo rocoso lleno de agua, han sido longevas. Hay que aprovechar la oportunidad cósmica ya que la misma naturaleza nos dotó de razón y sensibilidad para leer lo que nos está diciendo la Tierra misma con cada bocarada de aire o vaso de agua que nos hidrata, y así.
Entonces, por qué no reclamar esos espacios de “restricción humana” para nuestro planeta, más allá de nuestro valido egoísmo. ¿Pero cómo hacerlo con este sistema de cosas que incluso se ha sostenido con la expoliación de nuestro macro hogar?
¿Qué primará, la vida, el sistema de cosas o las formas de vida que socialmente conocemos? De todas maneras, será un dilema, pues, ¿cómo confinarse si no hay los mínimos para hacerlo?
¡Seguiremos esperando el veredicto final, el cual no está lejos, al parecer!
…al momento de terminar esta postura, estoy escuchando a lo lejos un par de pajarillos, sobre arbustos de la zona habitacional… y eso que ya se han iniciado las rutinas de los ruidosos y “chimeneicos” automotores…