La prevalencia del voto en blanco en muchas regiones del país, además de llamar poderosamente la atención porque se impuso y rompió récords históricos, pone en evidencia la desconfianza de los electores sobre quienes desean atornillarse en el poder y, de otro lado, la urgencia de renovar los liderazgos en las diferentes vertientes políticas.
En un pueblo lejano de cuyo nombre no quiero acordarme, por años gobernó una familia. Los que pretendían ser contrincantes, semanas antes sabían que enfrentarían una estruendosa derrota. Y se resignaban. A duras penas salían a votar y esperaban que el radionoticiero de la tarde, confirmara su vaticinio.
Pero un día cualquiera la historia cambió. Alguien se arriesgó, persistió y no desistió, a pesar de le auguraron que terminaría en la sala de quemados del hospital regional. Quizá por la terquedad propia de su juventud no se dejó amilanar. Y ganó.
Lo que vemos en el panorama nacional, es una fuerza irrefrenable de nuevos líderes que se están abriendo paso. Es necesario que así sea. Muchos políticos deben considerar seriamente la posibilidad de jubilarse y abrirle las puertas a nuevas figuras que descollan en su aspiración de ejercer cargos de elección popular. Es lo más digno.
El cacique del pueblo aquél que mencionaba, terminó enfermo, frustrado, con rencores hacia sus electores a quienes llamaba la nueva encarnación de Judas y pensando que, quizá en cuatro años, recobraría el poder. “Te vas a morir y nada de eso ocurrirá”, le repetía don Eleuterio, el boticario, hasta que un día lo echó de la casa y dejó de hablarle. “Ese también se vende por 30 monedas”, repetía con rabia el gamonal.
El tiempo intermedio antes de nuevas elecciones, debe servir para reevaluarnos, identificar en qué errores se ha incurrido y permitir, sin mezquindades, que otros tomen la posta en esta carrera de largo alcance que se llama gobernar. Es por todos, por una nueva Colombia.