La universidad privada colombiana: una estafa millonaria
Opinión

La universidad privada colombiana: una estafa millonaria

Si algo ha quedado desacreditado en esta cuarentena es la universidad, sobre todo las privadas

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mayo 13, 2020
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Ternura y piedad me despiertan todos esos papás incautos que empeñan hasta el diamante de la abuela Ernestina para pagar los 12 millones de pesos que vale un semestre de Comunicación Social en cualquier universidad privada. Pongo de ejemplo esta carrera porque no se necesita un diploma para escribir una buena crónica, ni un curriculum estéril puede hacer brotar una pasión. Un buen periodista es un esclavo que ama sus cadenas. La vocación no se aprende en un salón de clases. Nunca antes una frase de cajón había sido más certera. Es absolutamente incongruente que un buen periodista no sea obsesivo con su trabajo. El instinto es tan fuerte que saben lo inútil que es la universidad, el tiempo que se le va a uno escuchando la desalentada exposición de un compañero se puede consumir reportereando, viajando o leyendo un buen libro. ¿Cuántos libros se pueden comprar con 12 millones de pesos?

La provincia es un estado mental. Es el arribismo de la clase media colombiana. Todavía ahora, en esta sabana olvidada de Dios, hay gente que cree que un diploma debe ser el objetivo principal de sus vidas. Un diploma en lo que sea, pero que se vea bonito en una pared. Michel Foucault decía en Vigilar y Castigar que los grandes fracasos de Occidente eran la cárcel, el manicomio y la universidad. Nadie se reforma en una prisión, ninguno se cura en un hospital mental, y nadie sale amando los libros de una universidad. Los pénsum están hechos para que usted deteste la lectura, incluso estudiando humanidades como sicología o periodismo. En Colombia los profesores, por vagos, son tan irresponsables que les dan la carga educativa a sus mismos alumnos. No hay nada más insoportable que una exposición. Si vamos a empeñar hasta el lavamanos por pagar una carrera lo mínimo que pedimos es que nos de clases un sabio, no el imbécil que fuma marihuana después de almuerzo con uno.

Además están las horrendas normas para entregar un ensayo. El tipo de letra, la capacidad de síntesis, decirlo todo en un lenguaje técnico, durar veinte meses escribiendo en jerga un proyecto para que lo lea una sola persona, el profesor, ese pobre hombre atormentado y amargado por pasarse la vida leyendo mierdas como las que escribimos. ¿No sería más motivador alentar al alumno a escribir algo que pueda ser leído masivamente, que tenga posibilidades de educación? No, la idea del estudio es que sea pesado, desalentardor.

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Todo está diseñado para que no se disfrute la educación, todo está hecho para que el alumno –el cliente- se estrese, se sienta miserable

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Y las lecturas que ponen los profesores. Las lecturas son frías, distantes, técnicas. Todo está diseñado para que no se disfrute la educación, todo está hecho para que el alumno –el cliente- se estrese, se sienta miserable. Es sadomasoquismo sin trajes de cuero. Y si algún profesor llega a ser un verdadero sabio, una persona directa, que siente empatía por sus alumnos, la hacen echar como pasó con la profesora Carolina Sanín en Los Andes en el 2016.

Lo triste es que la universidad ya no tiene que esforzarse en hacer cambiar de chip a sus alumnos: estos ya vienen siendo unos malditos tecnócratas desde el colegio. Por eso les gusta el sufrimiento, se acostumbraron a leer porque les toca. Lo único que les da placer leer es su celular. Esto explica por qué Hassam Nassar sea considerado un ganador, un triunfador porque llegó a ser jefe de comunicaciones de Presidencia. No es lo que leas, es con quien parches, a quien lambes. Estoy seguro que los muchachos que ahora están estudiando periodismo en una universidad tan prestigiosa como La Javeriana preferirían ser Hassam que Salcedo Ramos. Gana más lucas, es más exitoso y famoso.

Si algo ha quedado desacreditado en esta cuarentena es la universidad, sobre todo las privadas. Por eso los rectores creen que la deserción estudiantil subirá al 35 % después de la crisis. Se reventaron. Es inútil, es la pesadilla de Sísifo, es todos los días correr el Tour de Francia en una bicicleta estática, el desgaste es descomunal y nadie se vuelve más sabio ni el título de pregrado garantiza movilidad social porque, ¿adivinen qué? Cuando remonten esta cuesta les pedirán subir una más empinada y cara, el postgrado, y después del posgrado, a donde llegarán con la casa de papá hipotecada, tendrán que hacer un doctorado. No lo harán por placer, por aprender, o por negocio, jamás recuperarán lo invertido, lo harán por arribistas, por provincianos, por cumplirle el sueño a la abuela Ernestina que lleva 30 años muerta. Lo harán por estúpidos.

 

 

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