La universidad del Atlántico convertida en un tugurio

La universidad del Atlántico convertida en un tugurio

La tugurización es el procesode deterioro del entorno, en el cual van aparejado la informalidad y las covachas construidas con madera, hojalata y plástico

Por: Fernando Miguel Cabarcas Charris
febrero 02, 2017
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
La universidad del Atlántico convertida en un tugurio

 

Corría el año 1997 cuando Pedro Falco rector de la Universidad del Atlántico tomó la decisión de trasladar a cuatro de sus diez facultades (Ingenierías, Farmacia, Ciencias Básicas y Nutrición) a una nueva sede, que por aquel entonces era un sector lejano en la vía a Puerto Colombia. La Sede Norte fue llamada oficialmente, pero comúnmente se conoció como “Zarabanda” haciendo apología a una famosa telenovela de la época. Este espacio había pertenecido a la asociación Carbocol-Intercor y sirvió como centro de entrenamiento del personal que trabajaba en las minas de carbón del Cerrejón en la Guajira. La Universidad adquirió este lugar de 45 mil metros cuadrados  con los recursos provenientes que la estampilla universitaria.

La nueva sede contaba con lo que hoy es el bloque administrativo, los talleres Celti y posteriormente le fueron construidos los bloques A,B,C,D,E y la ciudadela deportiva con los recursos de la misma  estampilla, ver aquí. Nueve años después en 2006 la rectora Ana Sofía Mesa decide trasladar el resto de las facultades en medio del rechazo generalizado de estudiantes, el que se fue paulatinamente extinguiendo tan pronto los 10.000 universitarios experimentaron el confort de las nuevas instalaciones. Muy a pesar de los argumentos expuestos para trasladar toda la Universidad a la nueva sede, entre los que se incluían problemas eléctricos, escases de baños, fugas de aguas, carencia de espacios y factores de seguridad; la verdadera razón de salir de la 43 fue la tugurización que  sufrió la Universidad en esa sede.

La tugurización es el proceso lento e indignante de deterioro del entorno, en el cual van aparejado la informalidad, los tenderetes, y las covachas construidas con madera, hojalata y plástico, donde nadie manda y todo el mundo manda, en el que luego aparece el abandono y la acumulación de basuras creadas por quienes conviven en ese espacio. Este proceso que sufren los espacios públicos y privados, sobre todo en la región Caribe,  se había tragado y regurgitado la sede de la 43, y mediados del 2000 era una verdadera catástrofe.  Ventas ambulantes competían adentro y afuera del claustro, vendedores que irrumpían en plenas clases de Cálculo III o de Constitucional general  a ofrecer desde butifarras hasta empanadas calientes, así como para solicitar limosnas. Problemas de seguridad, fritangas, ningún control, ataques en los baños, territorio de nadie, ley del más fuerte, uso de los bienes públicos de la Universidad por particulares, contaminación de basuras y ruidos fueron algunos de los problemas inherentes a este fenómeno.  Hasta se llegó al extremo de alquilar espacios internos por las noches como motel a parejas urgidas que lo solicitaran.

En esas condiciones no podía desarrollarse la academia, ni el orden, ni la investigación. El deterioro era evidente e indignante. Los salones de clase no tenían puertas, pues habían sido descuajadas con marco y todo, las ventanas desaparecidas, escaseaban los pupitres y donde una vez hubo interruptores eléctricos había un hueco con dos cables en forma de gancho para unir. Entrar a un baño era una osadía.  Existían algunos salones con llaves y aire acondicionado, pero tenían dueños que los acondicionaban y custodiaban lo cual acarreaba enfrentamientos internos por el espacio.  Ninguna orden se acataba, ninguna orden se cumplía era el caos, el fin de lo que constituye una universidad. Eso era evidente. Y tal vez lo peor, nadie decía nada, porque eso formaba parte de los activos a lo que nos acostumbramos.   La Universidad estaba partida en dos, una Sede Norte con el rector  y sus directivos a bordo y cuatro facultades ubicadas en “playa alta” y otra en la 43 con 6 facultades 6.000 estudiantes en una torre de babel tugurizada que el mercado público del centro de barranquilla se había tragado: allí había otra universidad. Ver micro resumen del traslado aquí.

 

 

Del Infierno Al Cielo

Inicialmente como ocurre en muchas universidades, el miedo a lo nuevo propició el rechazo de los estudiantes y de algunos docentes y trabajadores. Aparecieron protestas por la falta de transporte, de restaurantes, y por las nuevas y excesivas distancias. Al surgir la demanda de necesidades, de inmediato apareció la oferta. Las nuevas rutas de transportes y los restaurantes no se hicieron esperar. Así mismo, el nuevo campus, con espacios agradables, amplias entradas, grandes jardines y zonas verdes, escaleras espaciosas  (la de los bloques iniciales), ascensores y espacios deportivos fueron venciendo la resistencia. Nadie puede resistirse a la comodidad y esta es rápidamente  asimilable. De todos modos haber cambiado la ratonera apelmazada por un campus abierto y organizado mejoró la zona de confort de sus habitantes y en poco tiempo se fue olvidando el regreso al tugurio de la 43.

La llegada a la Sede Norte dignificó las condiciones ambientales y locativas de los estudiantes de Uniatlantico que durante muchos años padecieron las inclemencias e incomodidades de la sede de la 43. Más que los edificios en sí, nos referimos a la manera como el espacio construido modificó el modo de vida de sus habitantes lo que se notó por lo menos en los primeros años posterior al traslado.  Un frontis construido en forma de águila con sus alas abiertas sobre la 51B te invitaba con una acogedora bienvenida; los espacios abiertos y el retiro de las construcciones así como las zonas verdes, creaban sensaciones agradables a la permanencia y al estudio en clara simbiosis interna y externa que dignificaban y valoraban la vida de los muchachos de origen popular que a ese espacio llegaban y que debían permanecer 8 horas al día, 5 días a la semana y dos semestres al año durante por lo menos un lustro.

Sin embargo, la cobertura universitaria comenzó paulatinamente a disparase y de 10.000 almas que existían en 2006, se pasó rápidamente a 15.000 en 2010 y 21.000 en 2014. Hoy la Universidad cuenta con una población de 23.000 estudiantes. En 11 años,  la población estudiantil creció en 130% aproximadamente. Esta expansión creó  una presión por el espacio y las áreas abiertas comenzaron a disminuir y a densificarse.  También fueron construidos 4 nuevos bloques (F,G, H e I) y el Centro de Convenciones.  Las nuevas edificaciones no tenían las características de las iniciales y algunas de ellas han recibido críticas  por internos y externos sobre todo por sus diseños, por tener escaleras angostas y áreas de tráfico reducidas.  Así mismo, a varios de los edificios construidos se les ha cambiado el uso del diseño original por salones de clase y oficinas administrativas y esto ha agravado aún más la situación

De Regreso Al Infierno

La tugurización como proceso de invasión que ha sufrido ese espacio público ha ocasionado no solo el albergue temporal de unas personas,  sino una forma de negocio informal y subsistencia sin la infraestructura necesaria para tal fin razón por la cual  se improvisan construcciones con desechos o de elementos móviles, sin las mínimas condiciones de aseo, limpieza y servicios sanitarios. Lo que se observa hoy a la entrada de la Sede Norte es lo mismo que existía a la entrada de la antigua sede.

Cuando pregunté a algunas personas la razón por la cual recurrentemente aparece este fenómeno en la Universidad, las respuestas coincidieron mayoritariamente en señalar que este era un problema del gobierno municipal de Puerto Colombia.  Argumento que se rebate fácilmente con este contra ejemplo: ¿por qué razón a menos de uno o dos kilómetros de distancia del lugar donde están ubicadas las universidades privadas (Norte, Libre, San Martin y Nariño) no se tugurizan sus puertas, si estas están en la misma jurisdicción de la alcaldía mencionada?  No hubo respuestas claras.  Estoy seguro que los directivos de la universidades privadas no permitirían, por ningún motivo, que sus puestas se tuguricen y gestionarían una oportuna solución ante el gobierno local, departamental o nacional y asimismo, crearan una oferta interna de cafeterías en condiciones apropiadas. La evidencia de que esto es cierto, es que hoy tal problema no existe en esas  universidades.

Otros creen que tal situación obedece a que la Universidad no cuenta con un servicio interno de cafeterías y espacios apropiados en donde se expendan alimentos y otros bienes usados por la población universitaria. Aunque internamente existe un gran problema de oferta de cafeterías universitarias, esta explicación es parcialmente cierta.  Veamos por qué. Recientemente la Universidad aprobó la venta de almuerzos subsidiados con un proveedor de una reconocida cadena de restaurantes de la ciudad, con lo cual las condiciones higiénicas y de balance nutricional estaban garantizadas; además se construyó un espacio decente para la entrega de los mismos.  Uno  esperaría que las ventas informales de alimentos de la puerta desaparecieran o por lo menos disminuyeran, con la implementación de tal política.  Sin embargo no ha sido así, y antes por el contrario,  las ventas externas de comida han crecido.

Mi argumento es que la misma Universidad atrae la tugurización;  es permisiva y capaz de convivir con ella.  El incentivo racional que tienen los buhoneros y vendedores para instalar sus toldas allí, es que ellos conocen de manera anticipada que la institución no moverá un dedo para quitarlos.  Más aun  esto es conocido mutuamente y actúa en forma de populismo compartido.  Con seguridad, los vendedores informales entienden que también existe una retórica  interna a su favor, que es aquella que justificará su accionar por razones imputadas al desempleo y la marginalidad.  Creen algunos, equivocadamente,  que nuestros estudiantes, por ser de origen popular pueden y deben vivir en esas condiciones y sobre todo, hacen culto a la pauperización con una lamentable retorica demagógica.  Mi otra explicación al fenómeno es que la Universidad sufre la llamada “tragedia de los comunes” que es aquella condición en la cual varios individuos (vendedores informales), motivados por un interés egoísta o individual (comprar a un precio menor y vender a un precio mayor) y que actúan de manera independiente (cada uno es un puesto o venta) y racionalmente (nadie opera por debajo de los costos), terminan por destruir o sobre explotar el recurso compartido o común (espacio público a la entrada de una universidad también publica) aunque a ninguno de ellos (vendedores informales) le convenga tal destrucción.  Sin embargo, dicha destrucción es inevitable. Dilema o conflicto social en el que los intereses egoístas de corto plazo de los vendedores ubicados en el  espacio público son incompatibles con los intereses colectivos de la universidad y de la sociedad a largo plazo. Esta tragedia es notoria en la encuesta realizada, (la cual mostramos más adelante): la mayoría no reconoce ningún dueño al espacio público,  están dispuestos a pagar por el uso del espacio un valor insignificante, aunque si paguen vigilancia a particulares a valores de mercado y no existan como grupo social pues su lógica es que cada quien se defienda como pueda y no tienen una propuesta de gestión ni de solución.

De otra parte, existe en la cultura nuestra una proclividad a la informalidad, a usar los atajos, a saltarnos los pasos, procedimientos y normas y relajar todo, lo que refuerza la aparición y desarrollo de actividades informales. Hemos tugurizado las playas de Puerto, Pradomar y Salgar, el Centro de la ciudad y su gran zona de influencia, la carrera 30 frente al INEM, los alrededores del estadio Metropolitano etc. Qué más da, un tugurizado mercado indonesio en la entrada de un campus universitario, si aquí el himno de todo es: “eso vale verga.”

 

En cierta ocasión un par académico del CNA que vino a comprobar las condiciones de calidad de un programa académico, nos hizo ver, en pleno acto de presentación, la magnitud del problema cuando afirmo que cuando llego a la puerta de la Universidad por la 51B, él creyó haber llegado a otro lugar. Manifestó también, que esa no podía ser la entrada de una universidad y que en lugar de mostrarle muchas cosas de la institución en la presentación, hicieran algo por corregir semejante indignidad. Es cierto, ninguna universidad pública en Colombia tiene un mercado tugurizado en su entrada, ni la Nacional, ni la de Antioquia, ni la del Valle, ni la de Pasto. Es más,  ni siquiera la Universidad de Zimbabue ubicada en el país más pobre del planeta. (Comprueba esto aquí). Calderos de manteca hirviendo colman los espacios por donde transitan 23.000 estudiantes, profesores, trabajadores y visitantes. Y aunque todos estos años han existidos intentos de la Universidad por acercarse a la alcaldía de Puerto Colombia, en concreto no hay solución al problema, y este sigue allí.  El municipio de Puerto no ha podido resolver un problema de espacio público y alegan no tener la infraestructura para resolverlo. Allí se juntan problemas de control y carencia de autoridad.  El caos de movilidad y congestión vehicular que se crea con la aparición de este problema en la Universidad es monumental y el municipio  no tiene policías de tránsito, grúas, ni un lugar donde depositar los elementos que se decomisen.  Por su parte, la Universidad ha tratado el problema internamente como un problema de Bienestar cuando es por todos conocidos que se trata de una situación que rebasa dicha solución.

Ronaldo Hernández y otros estudiantes documentaron en 2015 el problema de las ventas externas de la Universidad. Si quieres comprobarlo revísa aquí. Mediante un sondeo practicado a estudiantes de la institución se auscultó su percepción sobre las formas como las ventas ambulantes ubicadas a la entrada de la Universidad afectan la vida universitaria en 4 aspectos: movilidad, imagen institucional, hábitos alimenticios y salubridad.  Las respuestas de los estudiantes muestran que la tugurización afecta en más del 85% la vida universitaria en los cuatro aspectos señalados. Lo que sorprende del estudio no son los resultados, sino la inconsecuencia de los estudiantes frente a esta situación, pues siguen comprando en los mismos lugares.

Los Datos

Interesado en revisar el problema no solo desde la simple opinión, en el segundo semestre de 2016 junto con un grupo de mis estudiantes del programa de Economía nos dimos a la tarea de aplicar una encuesta. Para tal fin encuestamos a los vendedores de 33 puestos de ventas ubicados en la puerta universidad en la 51B.

Lo más importante que se desprende de dicho ejercicio es que el 61% de los vendedores son propietarios y los restantes, empleados. En el 80%  de los puestos laboran entre 2 y 5 personas como empleados. Al preguntárseles si contaban con alguna autorización para ubicarse allí, el 46% dijo no tenerla y el 54% restante dijo tener permiso, sin precisar quién se los otorgó.  En cuanto al tipo de negocio,  se encontró que la mayoría de los allí instalados (61%) expenden alimentos distribuidos así: comidas rápidas, almuerzos y sopas (13%),  fritangas (13%),  jugos (13%), frutas (2%),  chuzos y arepas (2%).  El 85% de los vendedores manifestó no pagar por el uso del espacio, aunque 67% de los mismos estaría dispuesto a pagar una cuota insignificante por permanecer allí ya que consideraron que el espacio público no es de nadie.

De otra parte, los materiales con los cuales están construidos los sitios de ventas son plástico (37%), madera (19%), hojalata (12%) y cemento y ladrillos (7%). Más de tres cuartos de estos vendedores guardan las mercancías y enseres en las noches y los fines de semana en el mismo lugar donde están ubicados,  por lo cual cancelan  $40.000 por mes a particulares.  Esto complica aún más la situación de la Universidad que ha visto convertir su entrada por las noches en depósito abierto y parqueadero de carretas y chazas.

Dos tercios de los encuestados manifestaron que estarían dispuestos a arrendar el espacio público que usan por un valor aproximado de $500.000 mes. Según los datos obtenidos 73% de los encuestados trabaja entre 15 y 20 horas diarias. El 27% restante labora entre 10 y menos de 15 horas por día.  Por su parte los ingresos brutos mensuales  por ventas del 75% de ellos se aproximan a los $ 5 millones. El 80% de los encuestados generan residuos que en total suman  15 kilos aproximadamente de basura por  día que depositan allí mismo.

Finalmente

La tugurización de la entrada de la Universidad del Atlántico que suponíamos había desaparecido con el traslado, regresó y de manera mucho más aguda. A todas vistas no parece haber  solución al problema.  Hoy la Universidad enfrenta una indignante degradación de su entrada que afecta la imagen institucional, compromete las condiciones de salubridad de los estudiantes, genera conflictos de movilidad vehicular y peatonal y crea todas las condiciones para la aparición de problemas de inseguridad, como el micro tráfico. Ojala se revise la propuesta de solución al problema de espacio público elaborada en la facultad de Arquitectura en la que se proponía el traslado de la glorieta a la entrada de la urbanización de la Playa, la construcción de un paso a nivel con peatonales y reubicación de los vendedores ambulantes en otros espacios y se vincule a la facultad de Arquitectura en la solución del mismo. Pero independientemente de la visión con la que se aborde el problema es inaudito continuar conviviendo con este tugurio que degrada a los estudiantes y demás personas que habitamos diariamente una universidad pública con  un presupuesto cercano a los $218 mil millones, que camina hoy por los senderos de la acreditación institucional de calidad.

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