Muchos estudiantes se están poniendo de ruana a la Universidad de Antioquia, y no solo ellos, sino hasta personas externas a la universidad que saben que pueden ir a hacer lo que quieran (casi que literalmente lo digo), porque sencillamente parece que en el Alma Mater no hay ley que valga.
Venteros en demasía, violencia y terrorismo, son solo algunas de las situaciones que protagonizan algunos estudiantes (y externos), que utilizan el campus para hacer de las suyas. A largo plazo todo esto puede convertirse en algo prácticamente imposible de controlar. Hace falta una mano firme que se meta en estos asuntos, pero no a punta de prohibiditis y sancionitis en altas dosis, sino que también piense en la situación y contexto de sectores de la universidad que por X o Y razón toman esas prácticas. Hay que pensar en sensibilizaciones, rehabilitaciones y en algunos casos medidas disciplinarias serias en contra de quienes abusen.
En los venteros, el problema radica en que aparte de que utilizan los espacios del campus, también utilizan canecas de basura como patas o soporte para armar sus mesas en donde va la mercancía, y para el colmo del descaro, utilizan hasta tres sillas universitarias o más para colocar sus pertenencias y para sentarse. Otros, desatornillan las mesas (metálicas con cuatro puestos) instaladas en algunos bloques, y las ubican a su amaño, y unos cuantos, ya descarados, desprenden las cubiertas de esas mesas para adecuarlas a su ‘chuzo’. Todos por las noches guardan sus sillas, mesas y demás pero las ponen en lugares visibles, porque saben que el administrativo no las reubicará ni les impedirá que las utilicen de nuevo, porque sencillamente parece que les diera miedo hacer respetar el uso adecuado de esos enseres… Y saben que si lo hacen, habrá asamblea y paro, entonces sería gastar pólvora en gallinazos. Pero hay algo más, y es que esos venteros tienen hasta empleados que trabajan por turnos, e incluso dos y hasta más puestos distribuidos por toda la universidad. Cabe anotar que haciendo cuentas a vuelo de pájaro mientras andaba por el campus, alcancé a contar alrededor de 35 venteros, de los cuales entre “sus” cosas tienen: unas 40 sillas, 21 mesas metálicas de cuatro puestos, 2 mesas de salones, 13 canecas y varios de ellos tienen las cubiertas de algunas mesas metálicas; imagínense ustedes lo útiles que serían todos esos enseres ubicados en su puesto. Lo público es público y no tiene por qué utilizarse para beneficios netamente privados. Las mesas, sillas y canecas son para la comunidad universitaria y no para que Fulano y Zutano pongan su ‘chuzo’. Y que no salgan con la argucia de que no tienen para comprar, porque si tuvieran sentido de pertenencia y respeto por lo público ahorrarían sus ganancias y hace mucho tiempo tendrían sus mesas y hasta sillas bien bonitas.
Urge algún mecanismo que regule a los venteros, porque tampoco se trata de eliminar esa práctica, puesto que hay que reconocer también que algunos recurren a ello para pagar sus estudios y subsistir; otros, por el contrario, abusan de la buena voluntad y solidaridad del estudiantado buenas gentes que los atornillan. Por ejemplo, prohibirles tajantemente y sin titubeos el uso de enseres públicos como muebles para su negocio…y no debe haber peros que valgan.
Ahora, de los venteros a los encapuchados o defensores de los estudiantes, como se hacen llamar esos que desde hace décadas forman parte del diario vivir de la universidad pública. Esos mismos que arengan a la violencia y con sus acciones legitiman el accionar de los paramilitares y las guerrillas, porque legitiman la violencia.
Esos seudorevolucionarios encapuchados dicen querer libertad de expresión y es lo que exigen al Estado: que se incluya a los ninguneados –como los llamaría William Ospina-, o los ‘nadies’, en términos de Eduardo Galeano. Pero con su modus operandi lo que hacen es ser los principales coartadores de la libertad de expresión que dicen defender, porque dicen ser la voz de los estudiantes de las diferentes universidades cuando son precisamente la mordaza de la libertad de expresión. Decía Mario Yepes, un profesor de la U de Antioquia que ha sido amenazado en reiteradas ocasiones por estos grupos (¡Oh sorpresa!, valiente libertad de expresión la que pregonan), que esos personajes son de la extrema derecha, no de la izquierda que dicen representar porque cuando con sus absurdos disturbios (10 justificados entre 500) interrumpen las clases de miles de estudiantes, lo que hacen es aportar a la privatización de la universidad pública y al deterioro físico de la misma. No contentos con que el gobierno mediante su legislación privatice cada año más y más la educación, estos personajes le montan competencia a esos de arriba, jugando a quién privatiza más rápido desde su accionar.
Cierto día, un encapuchado me aseguraba que ellos no dañaban la universidad y que las papas-bomba no eran un arma. No hace falta tener PhD para saber que si ellos no inician el carnaval, el ESMAD no va a hacerles compañía, para entre ambos bandos ocasionar daños a la infraestructura universitaria. Sin embargo, podrían ser unas personas con nula materia gris que piensan que hacen bien pero en realidad hacen mal y se convierten en palos en la rueda del progreso de la universidad pública y de la sociedad. Cuándo entenderán que la comunidad universitaria no es el Estado opresor, que están meando fuera del tiesto.
En la novela Edad de Sangre del periodista Javier Darío Restrepo se dice que «…la guerra liberal beneficiaba a unos cuántos, pero no al pueblo, y una revolución sin pueblo no tenía sentido…» (p. 107) Contextualicemos: la revolución que quieren lograr se hace con la comunidad universitaria, no contra ella; de lo contrario, es una especie de involución y eso es lo que están haciendo.
Finalmente, cuando antaño alguien decía que estudiaba en la Universidad de Antioquia, los vitoreos sobraban, y se le felicitaba por pasar a una de las mejores universidades de Colombia, pero ahora lo único que responden cuando uno dice que estudia en esa universidad es algo como “Juuum”, “¿Usted es de los que tira papas?”, “¡Esos vándalos!”, “Qué pesar, ojalá le vaya bien”.
A la universidad de Antioquia le hace falta una mano firme que ponga un ‘tate quieto’, y no pañitos de agua tibia a los problemas de delincuencia, terrorismo, abuso de lo público, y demás lunares al interior del campus. Pero no solo eso, a la universidad le hace falta un rector comprometido con sus estudiantes, con corazón grande, que traslade su oficina al campus universitario y no dirija desde el Alpujarra, junto a las oficinas del Gobernador de Antioquia; que dialogue con nosotros los estudiantes y que avance de la mano nuestra. Hace falta pues un ente administrativo que invierta más (no solo económicamente), y que fomente aún más la investigación y la cultura en la universidad, el respeto y la inclusión. Mano firme y corazón grande es lo que pide a gritos la Universidad de Antioquia, pero no al estilo del enfermo expresidente Uribe Vélez.
@TiiagoMolina
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