En los campos y ciudades de Colombia ha quedado la vida de tantos jóvenes que en defensa del Estado colombiano salieron a proteger el orden constitucional y legal de esta nación, la cual ha estado delineada con sangre. Si hacemos un recorrido por la tradición de Colombia, desde la conquista española hasta estos días, el derramamiento del flujo vital ha sido la tinta con la cual se ha escrito nuestra historia.
Todo ese sacrificio de gente humilde que encontró en el uso del uniforme de las fuerzas militares una forma de vivir, e inclusive de desarrollar un proyecto de vida, está en entredicho por cuenta de individuos que nunca podrán estar a la altura de instituciones que históricamente han ofrendado vidas por salvaguardar el bienestar de la población colombiana.
No encuentro palabras para describir mi profundo rechazo ante la posición asumida por personas que encuentran hoy en la fuerza pública el enemigo número uno del pueblo colombiano. Se les olvida que en cada oportunidad a lo largo del territorio en que el crimen y el terror han querido imponer su régimen, la única primera línea que ha estado y está dispuesta a poner el pecho a sabiendas de que quizás no volverán es la de los policías y militares que tanto odian.
Espere, ¡no se equivoque! No crea que este humilde servidor es un defensor cegado ante los abusos y las injusticias cometidas por aquellos quienes han jurado defendernos. Lo que está mal, está mal, aunque el mundo entero lo haga, y por ello ante la afrenta a la dignidad humana y la ley, no queda otro camino que el castigo.
Los indignados de redes sociales y algunos medios de comunicación nos quisieron vender el imaginario de que los jóvenes que salieron a protestar son los héroes que nos salvaguardaron de la mano diabólica de una clase política de dudosas condiciones éticas para regir los destinos de esta patria, pero me gustaría preguntarles a los nuevos héroes, ¿dónde estaban cuando el gobernante Santos se gastaba 2.3 billones de pesos en publicidad y eventos en época preelectoral en el 2014?, ¿o cuando bajo la figura de los cupos indicativos el mismo Santos entregaba $37 billones que fueron repartidos entre los congresistas de la Unidad Nacional bajo la mermelada?
Tampoco olvidemos los $650 millones que se gastó en comprar cortinas para el palacio de Nariño, ni hablar de las cajas de almendras que costaron $15 millones para el protocolo presidencial, ¡ay caramba! Casi que se me pasa, y que me dicen de los $1.700 millones gastados en una página web para vender su paz. No creo que de eso se acuerden muchos, porque su indignidad es selectiva, esa le sale conforme al ideario político que profesen.
Si ustedes, primera línea, como se hacen llamar, creen que con montarse de escudos y tirarles piedras a los policías, destruir los bienes públicos, atentar contra la propiedad privada, taponar vías, sabotear la economía, incendiar un CAI, quemar buses, lanzar molotov y arrancar el pavimento para usarlos como misiles están defendiendo y reivindicando derechos, prefiero que se queden quietos y sigan viendo fútbol, porque el camino que escogieron para ello no nos sirve como país.
Las rutas para exigir lo que este pueblo necesita está en la constitución política y la ley, basta que se echen una vueltecita, para que se den cuenta de que las herramientas siempre han estado ahí, pero su indiferencia por años fue tan grande, que apenas ahora cuando están despertando, advierten que de verdad el país está mal, y escogieron el peor camino, el reclamo violento.
