La fascinante vida de la polaca Marie Curie, la única mujer que ha ganado dos premios Nobel, uno de Química y otro de Física, es la musa inspiradora de "La ridícula idea de no volver a verte" de Rosa Montero. Sin embargo, más allá de la admiración que sintió la autora al conocer la historia de la científica, fue la devastadora muerte de Pierre Curie, el marido de aquella, que despierta la necesidad impostergable de enfrentar la idea de la muerte de un ser amado. Es la excusa perfecta para que la autora en la obra lidie con su propio duelo, dado que ella también perdió a Pablo, el amor de su vida.
Retomando al poeta Salinas: la mayor alegría de vivir es sentirse vivido, cuando hay otro ser por el cual se mira el mundo, por que este otro nos está amando. Y es verdad. La vida es otra cuando hay amor. No solo por la deliciosa embriaguez del sentimiento, sino por que se empieza a vivir de una forma distinta, se crea una memoria compartida, se ensancha la vida con el pasado y el futuro del amado como si fuera el nuestro, y se vive el mundo por medio de esos otros ojos. Y es precisamente ese el mayor dolor del duelo, no solo perder al amado, es perder la extensión de esa otra vida. Esa es la idea que atraviesa y le da sentido a esta novela: cómo se sobrevive al amor sin el amado.
Con una narración limpia y una desnudez abrumadora, el libro de Rosa es una obra multifacética, donde se mezclan extractos de la biografía de Curie y la de Pierre, anotaciones del diario de Montero y sus recuerdos de Pablo. Con esta diversa miscelánea, la narración se va entrelazando entre la realidad y la ficción, lo que pone de presente, una vez más, que la novela es un género libre, en donde todo, absolutamente todo, se permite.
La fascinación de Rosa Montero por Marie Curie no es gratuita, fue una mujer extraordinaria y una de las científicas más importantes de la historia, lejos del estereotipo de la mujer de esa época, quienes no tenían acceso al estudio y mucho menos posibilidad alguna de trabajar. En ese mundo machista, dominado y reservado para el género masculino, la ambición y la pasión despiadada por la ciencia, la llevaron a descubrir el radio, el polonio y a medir la radioactividad.
Curie, heroína histórica y viuda blanca, es la combinación perfecta que le permite a la autora, no solo hacerle un tributo a uno de los personajes más increíbles del siglo XX, sino que es la justificación para deliberar a lo largo del texto sobre el rol que las mujeres ocupan en la sociedad. Curie estaba muy lejos del deber ser. Aborrecía los estándares de belleza, por lo que ni la feminidad ni la moda le interesaron nunca. Tampoco contaba con espíritu maternal, a pesar de tener dos hijas, y su idea del romanticismo estaba más cerca al movimiento de las moléculas que al de las mariposas. En compensación a la ausencia de estos valores femeninos, fue una científica empedernida, una trabajadora incansable, la dupla perfecta con Pierre en el campo intelectual. Es un esfuerzo, bien logrado, de cómo a veces desobedecer a ese "deber ser", ese lugar impuesto por el establecimiento social, es clave para desplegar cualquier potencial.
La escritora entrelaza su vida y la de los Curie en un solo hilo, y transforma la historia, las cartas y los recuerdos en un sentimiento que respira en cada página. Esa narración, que es el puente invisible que une los fragmentos del mundo real y el de la imaginación, es un grito de rebeldía contra la realidad que abre la puerta a un nuevo deicidio.
