“Una cuadrilla de armas dispararon salvas al aíre y una multitud de personas vitorearon con el entusiasmo natural de carácter latino”, en esos términos contó el New York Times la histórica visita del presidente estadounidense Calvin Coolidge a La Habana el 16 de enero de 1928. Fue la primera y última vez que un mandatario gringo visitó la isla. Aquel año sería inventada la penicilina, Internet sólo existían como una idea en la literatura futurista y la inmecidad de los cielos aun no estaba rayada de aviones. Faltarían 33 años para que Obama naciera y cuatro para el natalicio de Raúl Castro, aunque Fidel ya tenía 2 años.
El día anterior el republicano Calvin Coolidge (1923-28), hombre “serio, silencioso e inteligente”, se embarcó en Cayo Hueso, Florida, en el gigante barco acorazado USS Texas que navegó toda la noche para entrar al puerto de La Habana temprano al amanecer. Al desembarcar Coolidge, que –según su biógrafo Orestes Ferrara– era conocido como un tipo en extremo parco y “amamantado en vinagre”, recibió las primeras aclamaciones del pueblo cubano que aguardaba su llegada.
Luego tomó coche y de camino al palacio presidencial la carabana igualmente recibió aplausos y saludos de miles de espontáneos que celebraban su presencia. El trigésimo Presidente de Estados Unidos sería la figura central de la VI Conferencia Panamericana (precursora de la OEA) y de hecho tuvo a su cargo el discuroso de apertura en el Teatro Nacional habanero. Esas fueron sus únicas palabras públicas, haciendo buen honor a la idea que se tenía de él de: “un hombrecito menudo y distante, que graznaba por la naríz cuando hablaba, no palmeaba el nombro de nadie y no estrechaba la mano a nadie”, como lo definiera un editor de la época.
Coolidge estaba acompañado de su esposa Grace, y fueron recibidos desde el balcón presidencial por el militar electo Gerardo Machado (1925-33) y su mujer Elvira. El presidente cubano trabajaba intensamente por esos días en atornilarse en el poder y comprendía que, por un lado, contar con el respaldo directo de Washington sería determinante y, por otro, que el pueblo observara su próximidad a Coolidge también ayudaría para su reelección, la visita en suma era un gana gana a distintos niveles. También para Coolidge quien había decidido hacer ese, el que sería su único viaje internacional como Presidente, para apaciguar las voces críticas que surgían por toda la región cuestionando la política intervencionista de EE.UU. (mientras que el mandatario disfrutaba de La Habana sus tropas, en términos menos amigables, desembarcaban en Nicaragua).
Luego de un breve saludo protocolarío en el Palacio Presidencial, las dos parejas se desplazaron a las afueras de La Habana, donde estaba la finca ‘Nenita’ de Machado, allí se ofreció un banquete para el invitado. Los comensales lucían gorros y prendas propias de la época, como lo registró la prensa con las fotos a blanco y negro del encuentro.Y en los anales del archivo que conserva la memoria del presidente Coolidge, en EE.UU., se recuenta que el presidente debió sortear una situación particular: la Ley Seca que entonces estaba instaurada en su país prohibía el consumo de alcohol así que cuando los caseros de Machado pasaron con una bandeja ofreciendo ron y tentadores cocteles caribeños, Coolidge dio la espalda fingiendo hacer un comentario a alguna pintura. Aunque apenado y sediento, cumplió la ley incluso fuera de su territorio.
Coolidge y su esposa se hospedaron en el Palacio Presidencial y al siguiente día, como estaba programado, acudieron a la instalación de la Conferencia. En su alocución defendió la intervención norteamericana a la Nicaragua de Augusto César Sandino, dijo sin mucha vergüenza que “estaban allí simplemente con el fin de ayudarles a celebrar unas elecciones libres”. Y luego matizó aplaudiendo a Cuba: “Hace treinta años Cuba era una colonia extranjera desgarrada por la revolución y devastada por los enfrentamientos. Hoy Cuba es su propio soberano. Su gente es independiente, libre y próspera, pacífica y disfruta de las ventajas del autogobierno”.
El discurso del presidente Coolidge resultó inolvidable por esta sentencia: "El más pequeño y el más débil hablan aquí con la misma autoridad que el más grande y el más fuerte". A partir de entonces toda Latinoamérica comprendió que una cosa eran el discurso de EE.UU., y totalmente lo opuesto su política exterior.
Tras su intervención en la Conferencia, el presidente estadounidense partió de regreso. La travesía de vuelta la hizo en una nave más rápida, en el crucero USS Memphis. Una vez estuvo de nuevo cómodo en su despacho de Washington recibió la noticia de que las autoridades de la provincia de La Habana había bautizado la calle 17 como Calle Presidente Coolidge.
Cinco años después el nombre de Coolidge resonaría nuevamente en La Habana, cuando llegó la noticia de su muerte en Estados Unidos, a la edad de 61 y alejado por entero de la política. Pero también porque ese año, 1933, su otrora anfitrión, Machado, no tuvo más opción que abandonar el poder y exiliarse en Miami Beach para salvar su vida, pues en Cuba no le perdonaban que le hubiera torcido el cuello a la constitución para obtener la reelección.
Vinieron tres décadas de convulsionada política en Cuba hasta que la revolución de Fidel alcanzó el poder y transformó la isla en territorio un comunista, a pocas millas náuticas de EEUU. Se inició así la era del hielo entre estos países, con delicados momentos como la crisis de los misiles, y una permanente enemista traducida en cinco décadas de bloqueo económico y divorcio diplomático.
Pero ahora Barak Obama y Raúl Castro han decidido remontar la historia para lo cual ya se han estrechado la mano dos veces: durante la Cumbre de las Américas celebrada en Panamá en abril de 2015, y, seis meses después, en Nueva York en el escenario de Naciones Unidas. Entretanto se han reactivado algunos asuntos comerciales, la embajada de Estados Unidos reabrió en la capital cubana, las aerolíneas están abriendo líneas y se está avanzando para resolver la situación jurídica de presos y exiliados. Aun falta mucho, sin duda. Pero en las próximas horas, cuando Obama y Castro nuevamente se estrechen la mano en La Habana, le estarán asestando al deshielo el más certero martillazo en medio siglo.
Twitter: @josemonsal