Nadie puede negar las virtudes que como director tiene el estadounidense David Fincher, y que ha esparcido a lo largo de su filmografía, en títulos cuyos picos más altos de tensión y argumento alcanza en, desde luego, Seven (1995), y La red social (The social network, 2010). Dichas virtudes, de entrada, se mantienen con el estreno de Perdida (Gone girl, 2014), su más reciente filme. Éste, como el pan en el horno, estimula nuestros sentidos y produce el deseo (en este caso morboso hasta lo indecible) de saborear esa mezcla compacta de buenos ingredientes que sabemos garantiza cada uno de sus rodajes.
Esta vez el thriller, género en que se siente más cómodo para cocinar sus historias, deja a un lado las calles de ciudades infestadas de polución y tráfico vehicular para trasladarse a una apacible zona residencial de North Carthage (Missouri) y cerrar la puerta de un hogar en que dentro se fragua la tragedia de un joven matrimonio que, contrario a lo que pensamos, se deshace a pedazos hasta la mañana del cinco de julio de 2012, día en que inicia la cinta y se desatan las furias para los Dunne.
Entonces, luego de que Nick (Ben Affleck) advierta a las autoridades de la desaparición de Amy (Rosamund Pike) al descubrir lo que parece una escena de violencia en plena sala de su casa, comienza un juego de gato y ratón en que durante por más de la mitad de la historia el director –en hombros de Gillian Flynn, autora tanto del best-seller que origina la historia como del guión para cine, entre cuyos finales se encuentran sustanciales diferencias– logra involucrar al espectador en la avalancha de prejuicios que sostienen la trama. A buena marcha entre el drama y el misterio, lo que por un lado se muestra como un relato intimista, con un cadáver por encontrar, por otro es un escándalo que toma visos de causa nacional con miras a ajusticiar al esposo sindicado del homicidio.
Quizá por esta razón el par de actores elegidos para protagonizar la película es uno de sus mayores aciertos. El rostro de Affleck calza a la perfección tanto en su faceta de niño bueno y marido abnegado, como en los momentos en que los flashes de las cámaras buscan la imagen de un adúltero insensible capaz de todo. Pike, por su parte, explota su fotogénica belleza al tiempo que demuestra una fiereza que se alterna a medida que su personaje se revela como una verdadera manipuladora.
Al indiscutible suspenso que produce gran parte de la cinta, gracias al eficaz montaje que dosifica los detalles maritales que envuelven los hechos ocurridos bajo el techo en cuestión, se adhiere la alusión al poder que los medios ejercen sobre la opinión pública. En este punto quizás Fincher y Flynn pecan menos por obvios que por exagerados. Su mirada del manejo que la prensa da al caso de Amy es tan falsificado como interminable el tramo final del filme, al que de sus dos horas y media le estorban varios minutos, más aún luego de que todos sabemos que esta infeliz relación ha quemado las naves.
En la carrera por los Premios Óscar que dentro de poco calienta motores, de seguro Perdida dará la pelea en varios frentes. Con ella, curiosamente, puede que en esta gala aparezca pisando fuerte su director.