Eran los comienzos de los años ochenta. Popayán, era una hermosa ciudad – pueblo, donde todos nos conocíamos y la gente se moría de muerte natural. Su centro histórico, plagado de monumentales iglesias, simbolizaba la religiosidad de cada habitante.
La Cuarta es una recta calle que parte desde el Barrio La Pamba, y finaliza en el Cementerio Central, atravesando veinticuatro cuadras. Por su paso se encuentran las iglesias de Santo Domingo, La Capilla del Carmen y San Francisco. La Funeraria Hurtado era la más importante de aquel entonces. Su viejo carro mortuorio, modelo 1930, absolutamente negro y que se prendía con manivela' era el símbolo de respeto, donde el sarcófago era llevado lentamente por la Calle Cuarta, hasta la morada definitiva: el Cementerio Central – única necrópolis en aquel entonces.
Los dolientes y amigos, caminábamos a paso lento detrás, del viejo carro. En las casas de La Cuarta, la gente salía a las puertas para ver el desfile funerario y acompañar a su manera -con la mirada, y persignándose - al muerto que todos conocían. Y al llegar a la Carrera 17, faltando escasas siete cuadras para llegar al Cementerio, ocurría algo maravilloso: la Calle Cuarta cambiaba de nombre, y se transformaba en la Calle de la Ultima Lágrima. En aquel cruce existía un viejo bar que llamaba poderosamente la atención: La Ultima Lagrima que con doloroso –pero magnífico - humor negro, su dueño había bautizado así.
Dicen los que tienen memoria de elefante, que algunos de los amigos del fallecido, se desviaban hacia el bar La Ultima Lágrima antes de llegar al Cementerio, a ahogar con aguardiente y con música de Julio Jaramillo, el dolor de la partida del compañero, y que finalmente se unían a ellos – ya enterrado el muerto - los parientes cercanos... La música aumentaba el dolor, ahogaba las penas, y de cuando en vez, también hacia reír recordando con nostalgia las historias y anécdotas del que “descansó en la paz del Señor”.
Hoy todo es diferente: el viejo carro de la Funeraria Hurtado desapareció.
La Funeraria Hurtado, ya no existe, hay múltiples cementerios en la ciudad, que incluso determinan el estrato del muerto, y dan fe que hasta la muerte es un negocio. Las casas de la calle cuarta, desaparecieron y en su sitio hay ferreterías. Ya no hay vecinas santiguándose ni personas caminando detrás de un féretro –ahora pasan buses y carros raudos y veloces acompañando al muerto- . Ya nadie se conoce, y desde ya hace más de dos décadas, es bien difícil morirse de muerte natural.
Dicen que el dueño del Bar La Última Lágrima - que también desapareció - desde hace ya largo tiempo se encuentra en el Cementerio Central, habitando sus espacios fantasmales. Y dicen los que evocan el recuerdo, que cuando el dueño del Bar murió. Nadie pudo tomarse un trago, ni recordar con Julio Jaramillo, las anécdotas del muerto: El Bar ya no estaba y por él, nadie caminó lentamente detrás de un viejo carró, ni derramo La Ultima Lagrima: La modernidad había llegado a mi ciudad.