El jueves 10 de julio del 2003 ninguno de los amigos que la visitó en su oficina en la Casa de Poesía Silva notó nada extraño en María Mercedes Carranza. Cuando se fue a su apartamento con vista a los Cerros Orientales de Bogotá había cuadrado con su única hija, Melibea, un desayuno para ese viernes muy temprano. Sin embargo nadie sabía de su decisión. Cerca de las diez de la noche María Mercedes Carranza se sirvió un coctel de antidepresivos que pasó con un trago de whisky. Se recostó en su sofá y ahí se quedó dormida. Nunca se despertó.
La poeta había empezado a morir, exactamente, catorce años atrás. Entre todos los políticos colombianos había escogido al joven creador del Nuevo Liberalismo, Luis Carlos Galán, para aferrarse a una esperanza. Con preocupación veía como el cerco que le había montado Pablo Escobar al santandereano se iba cerrando hasta la asfixia. El viernes 18 de agosto de 1989, mientras se subía a una tarima en Soacha, el que iba a ser el próximo presidente de Colombia y la limpiaría de la podredumbre del narcotráfico, era asesinado. Con Galan se iba una de las pocas cosas que la habían motivado a seguir adelante a pesar de su depresión perpetua.
Hija del poeta y diplomático Eduardo Carranza y de Rosa Coronado, bebió de la fuente de la poesía desde que nació. Aunque vivió parte de su adolescencia en Europa se graduó de filósofa en la Universidad de Los Andes. La literatura y la preocupación por la actualidad de un país que la atormentaba, las supo conjugar en el periodismo. En 1973, junto al que sería su esposo, el también escritor Fernando Garavito, fundó la revista Estravagario, suplemento literario del periódico El Pueblo de Cali, dirigido por Daniel Samper Pizano, pero el regreso a Bogotá después del periplo caleño marcaría la ruptura con Garavito para asumir la vida de una mujer sola.
Después de la muerte de Galán Carranza, quien en el pasado había dirigido la revista Nueva Frontera de Carlos Lleras Restrepo, se sumió en una depresión profunda de la que sólo pudo salir dos años después cuando el advenimiento de una nueva Constitución le abrió la posibilidad de formar parte de las listas de la Alianza Democratica M-19 en la constituyente . Pero Colombia se había convertido en el decimonoveno círculo del infierno en esos años infames. La ofensiva imparable de las Farc, el auge del paramilitarismo, las ramificaciones que la hydra del Cartel de Medellín empezó a formar, sumado a escándalos como los dineros calientes del Cartel de Cali a la campaña de Ernesto Samper que hicieron imposibles sus cuatro años de gobierno, sumado a la incompetencia de Andrés Pastrana, probada durante las frustradas negociaciones de paz de San Vicente del Caguán, formaron una bomba que a Carranza también le explotó en la cara. En el año 2002 su hermano Ramiro, director de extranjería del gobierno Pastrana, fue secuestrado en una de las pescas milagrosas de Romaña en la via al Llano. Nadie, ni ella ni su familia supieron nunca más de él.
Pero apareció una luz para atenuar la tristeza: la posibilidad de crear una lugar de encuentro de poetas y escritores, auspiciado por su amigo y gran admirador de la poesía, el Presidente Belisario Betancur. María Mercedes le dio forma al sueño en una casona en La Candelaria hasta lograr que la Casa de Poesía Silva viera la luz el 24 de mayo de 1986, pocos meses antes de que Betancur dejara la presidencia. El nombre escogido y el lugar de lo decía todo: José Asunción Silva.
Entonces, es 1896. El poeta aún no se repone de la debacle que significó perder 80 pianos de cola por culpa de un naufragio en Bocas de Ceniza. Los había comprado en París y, con ellos, José Asunción pensaba volverse millonario, ambición que se convirtió en su maldición. En 1896 estaba ahogado por las deudas. Sin embargo el salón en donde sus amigos más cercanos se reunían a tomar el chocolate y a disertar en francés sobre los temas de moda, revestía un lujo que describe en estas líneas Emilio Cuervo Márquez, uno de los contertulios: : “Aún veo el amplio cuarto de estudio. Discreta luz, anaqueles con libros. Al frente una reproducción de arte de «La Primavera» de Boticelli. En el centro, el amplio escritorio, sobre el cual se veían algunos bronces, el bade de tafilete rojo con el monograma en oro del poeta, revistas extranjeras. Diseminados aquí y allá, sillones en cuero, y gueridones con imponente cantidad de ceniceros, pues quienes allí nos reuníamos, a comenzar por el dueño de la casa, éramos fumadores empedernidos. Después de media hora de charla Silva daba comienzo a la lectura”.
El 23 de mayo de 1895 Silva llamó a su médico de confianza y le hizo marcar con tinta indeleble el lugar exacto en donde quedaba el corazón. Silva se disparó un día después en ese punto preciso de su cuerpo. Nada podía fallar.
Con la idea de la casa de poesía andando, María Mercedes Carranza convenció al Presidente Betancur: no habría mejor sede que la casa del poeta, donde había vivido y se había quitado la vida en pleno barrio de La Candelaria, en la calle 12 C # 3-41.
Desde su muerte la casa, construida en 1715, ha formado parte de la leyenda bogotana. Allí otro poeta, Aurelio Arturo, escribió sus primeros versos cuando, en la década del diez, se había convertido en una posada. En sus tres siglos esta casa ha sido sede de la asociación de boticarios, de los meseros, albergue de estudiantes y, durante buena parte del siglo XX, a pesar de la placa conmemorativa que logró poner en su entrada Baldomero Sanín Cano en los años cincuenta, fue una casa abandonada. Desde afuera el ulular del viento se confundía con el lamento de las almas en pena que la poblaban.
Tres años duró la remodelación dirigida por el arquitecto mexicano Rodolfo Vallín preservando la influencia francesa de su yesería y el corte republicano de la ultima reconstrucción realizada en 1880. La inauguración tenía que coincidir con los 90 años del suicidio del poeta.
Entre los fantasmas de la Casa Silva, entre las pataletas que poetas divinos y desquiciados como Gómez Jattin le hicieron en su oficina, María Mercedes atenuó su tristeza hasta donde más pudo. Pero el pesimismo la arrolló. Un pesimismo que late en estos versos:
Todo desaparece ante el miedo. El miedo, Cesonia; ese bello
sentimiento, sin aleación, puro y
desinteresado; uno de los pocos que
saca su nobleza del vientre.
Miradme: en mí habita el miedo.
Tras estos ojos serenos, en este cuerpo que ama: el miedo.
El miedo al amanecer porque inevitable el sol saldrá
y he de verlo,
cuando atardece porque puede no salir mañana.
Vigilo los ruidos misteriosos de esta casa que se derrumba,
ya los fantasmas, las sombras me cercan y tengo miedo.
Procuro dormir con la luz encendida
y me hago como puedo a lanzas, corazas, ilusiones.
Pero basta quizás solo una mancha en el mantel
para que de nuevo se adueñe de mí el espanto.
Nada me calma ni sosiega:
ni esta palabra inútil, ni esta pasión de amor,
ni el espejo donde veo ya mi rostro muerto.
Oídme bien, lo digo a gritos: tengo miedo.
Desde el suicido de la poeta Carranza la Casa de Poesía Silva ha estado dirigida por Pedro Alejo Gómez.