La última curda

La última curda

Una mirada a propósito del conocido tango de Cátulo Castillo

Por: Laura Cecilia Bedoya Ángel
enero 12, 2021
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La última curda
Foto: Pexels

Soiza Reilly en el prólogo a Luna del bajo fondo, de Enrique Cadícamo, habla de un nuevo idioma del pueblo, reflejo de la vida y diferente del gauchesco, todo esto para admitir que el autor de estos poemas “canta en el lenguaje de nuestras ciudades”; asimismo, acompaña la presentación con una exposición sobre el origen de algunos significados lunfardos. Pertenece a esta lista el término “curda”.

“Curda o curdela”: Esta palabra lunfarda se aplica a los borrachos. Sin embargo, puede reivindicar orígenes ilustres. En 1912, Italia consiguió arrebatarle a Turquía la región de Trípoli septentrional. La guerra ítalo-turca repercutió en la Argentina con gran intensidad. Los telegramas de la lucha eran saboreados entusiastamente. Las palabras más extrañas se hicieron populares. Entre los soldados turcos los que más ruido hacían eran los “curdas,” o sea habitantes de la región del Curdistán (Asia). Según telegramas, los “curdas” no podían pelear si no les daban alcohol en abundancia. La palabra “curda” —y su derivado “curdela”— se incorporó al idioma del Río de la Plata, como sinónimo de ebrio” (1).

Esta definición que trae hoy Soiza Reilly debe anteceder a la presentación de un tango dolido que es también poesía, La última curda, de Cátulo Castillo. Veamos una estrofa.

Lástima, bandoneón,

mi corazón

tu ronca maldición maleva...

Tu lágrima de ron

me lleva

hasta el hondo bajo fondo

donde el barro se subleva.

¡Ya sé, no me digás! ¡Tenés razón!

La vida es una herida absurda,

y es todo tan fugaz

que es una curda, ¡nada más!

Mi confesión (...)

El invitado principal de este canto es Dioniso, considerado por muchos estudiosos como el dios más extraño de Grecia. Carlos García Gual lo define con estas palabras: “El dios griego de la máscara y del teatro, del entusiasmo y del éxtasis, del vino y las fiestas orgiásticas, es ciertamente una figura muy singular dentro del panteón olímpico”, o dicho de otra manera, es Baco causante del delirio y el desenfreno, considerado como un dios liberador.

Pensemos que el término liberador se acopla a la letra del tango que hoy traemos porque el licor exime del silencio, lleva al hombre a la catarsis —en griego khátharsis— y que según la RAE es “purificación, liberación o transformación interior suscitadas por una experiencia vital profunda”, que debería ser entendida como una pausa para retomar luego el orden de las cosas, ya que Dioniso es un dios que en su particular constitución viene, no está ahí siempre. En este pasaje escrito por Cátulo la catarsis no es otra cosa que contar su sermón “de vino”, brotado de ese viaje del recuerdo que sale desde el corazón, con versos que fueron musicalizados por Aníbal Troilo.

Y háblame simplemente

de aquel amor ausente

tras un retazo del olvido.

¡Ya sé que te lastimo!

¡Ya sé que te hago daño

llorando mi sermón de vino! (...)

En el proceso de purificación hay una búsqueda que en última instancia es el olvido, y esto lo confirma la Teogonía de Hesíodo cuando habla de los dones que concedió el dios a los hombres, de convertirlos en seres furiosos si se bebe más de la cuenta, inmovilizarles el movimiento y la lengua y además cuando llega al estado de ebriedad se enamora de ellos el dulce sueño; este último es un don que ha sido comparado con el olvido. Por otro lado, decir que el análisis de la influencia de Dioniso se vuelve diferente en cada contexto y aquí como escribiera Friedrich Nietzsche la esencia de lo dionisíaco es lograr el olvido de sí mismo, dejar el “yo” para ser otro, es lo que permite la embriaguez cuando se exalta y lo que propone Dioniso, ser otro en el teatro.

Pero es el viejo amor

que tiembla, bandoneón,

y busca en el licor que aturde,

la curda que al final

termine la función

corriéndole un telón al corazón (...)

Cerrando este discurso que he pronunciado en un teatro sin público, convido al recuerdo del poeta persa Omar Khayyam, quien alguna vez dijo: “el vino lo mismo que la caricia de las pestañas de una mujer, te revelará la felicidad, sobre todo el amante que gime de gozo y desprecia al hipócrita que en lugar de embriagarse —de vino, de juventud, de amor— murmura una plegaria”.

Aquí dejo unas Rubaiyyat:

Una rosa decía: “Yo soy la maravilla del universo.

¿De verdad que un perfumista tendría el valor de hacerme sufrir?”

Un ruiseñor cantó: “Un día de felicidad

Prepara un año de lágrimas”.

 

“Esta noche o mañana, ya no estarás aquí.

Es hora de que pidas vino, color de rosa”.

(1) De Soiza Reilly, Juan José. La luna del bajo fondo. Cadícamo, Enrique. Editorial Freeland. Buenos Aires 1946

(2) Khayyam, Omar. Editorial Libros Río Nuevo. Barcelona (España)

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