¡Vale la pena ser joven, cuando entendemos que la historia nos exige más que a los demás!
Dije en una de mis primeras columnas que quería ser una voz contra la indiferencia. Realmente, al final, lo que hice fue recopilar las voces de otros, de muchos contra la indiferencia de la clase dirigente de nuestra capital y el país, frente a los reclamos de la gente.
Contamos —hablo en plural porque a través de estas líneas contaron sus historias los lectores—, que quienes ejercen el poder público se olvidan con frecuencia del “para qué” de su papel. Ese manejo del Estado como si fuese una finca, en la que unos políticos y contratistas celebran su precariedad moral, quedó descrito bajo múltiples títulos. Estoy convencido que sin juventud no hay posconflicto, y sin acuerdos por la juventud colombiana en los diálogos de La Habana, significará la vía libre para que los miembros de la guerrilla integren las bacrim, como ha ocurrido en países donde la juventud no ha sido el centro de la reconciliación. Esa preocupación hizo parte de esta columna.
Si miro hacia atrás, quedan muchas cosas en el camino. Una, la impunidad que rodea los hechos advertidos. Otra, la desvergüenza de los de turno —concejales, gobernadores, alcaldes y secretarios de despacho— que, a pesar de las faltas evidentes que cometen, se venden como hombres y mujeres de buena fe que trabajan por la comunidad. También resalta la doble moral de algunos pocos, periodistas, políticos y empresarios que aplauden la denuncia de los abusos del poder pero por la puerta de atrás, cuando les conviene —ya sea por un contrato, un ajuste al POT, un poco de pauta, o cualquier beneficio—, comulgan con quienes comenten dichos abusos. Ahora, no todo es tan gris. Al contrario, lo más importante que me deja esta oportunidad en Las2Orillas es la gratitud y reflexión de tantos por lo que aquí se escribió.
Esa gratitud es reflejo de una sociedad que, en su mayoría, no comparte la bellaquería con la que se gobierna lo público, ni el limbo en que hoy se encuentra Bogotá y el país. Estoy convencido, por muchas razones, de que cada vez con más fuerza esos muchos, que aspiramos a un Estado al servicio de todos, desplazaremos a los pocos que han puesto al Estado a su servicio.
Pertenezco a la generación que nos rehusamos ser un comité de aplausos, observar y callar, tal vez como para algunos sería mejor. Pero ser joven en este momento histórico para la sociedad colombiana es tener una responsabilidad más alta que las generaciones pasadas, tenemos la obligación de conectar este país al que la politiquería y la corrupción han hecho que el mundo nos mire de reojo.
Esta es mi última columna. He decidido aspirar al Concejo de Bogotá de la mano de Marta Lucía Ramírez, y muchos jóvenes plenamente convencidos que quienes quieren continuar su carrusel, no pueden tener la vía libre. Me propongo escribir desde la práctica una columna distinta, con las mismas convicciones: Bogotá debe tener un Transmilenio 24 horas y por es mi bandera. La ciudad avanzará con más servicios y no apagándose a las 11:00 p. m. Traerá nuevos turnos de trabajo, exigirá la ejecución de los recursos para la seguridad y que no terminen en bolsillos ajenos. Dará la posibilidad de transportarse ante una urgencia, a quien estudie, trabaje o a un turista en la noche, por 1800 pesos como hoy lo hacen solo, quienes tienen 50 000.
Muchas gracias a Las2Orillas y a sus lectores.
@josiasfiesco