El Partido Social de la Unidad Nacional, más conocido como de la U, es, tal como su logo emblemático y su evolución lo atestiguan, un partido torcido.
Se sabe que la U se constituyó formalmente el 31 de agosto del 2005 como la unión de un grupo de dirigentes y congresistas principalmente de origen liberal en torno de los postulados del entonces presidente Álvaro Uribe Vélez.
Su antecedente inmediato fue el Nuevo Partido, promovido entre otros por Armando Benedetti y Rafael Pardo para albergar a los partidarios de Uribe que ya no podían permanecer en el Partido Liberal o que venían de otras toldas políticas, según puede leerse en la siguiente información: http://mensual.prensa.com/mensual/contenido/2003/07/02/hoy/mundo/1107652.html
Después de muchos ires y venires de que son testigos de primera mano Oscar Iván Zuluaga, José Obdulio Gaviria y Diego José Tobón, se pensó que la denominación Nuevo Partido era insuficiente para identificar adecudamente los propósitos que se buscaban. Y por un golpe de suerte, se encontró una estructura cuyo nombre caía como anillo al dedo para identificarla con Uribe con miras al proceso electoral de 2006 y la reelección suya como presidente de los colombianos.
Juan Manuel Santos estaba incómodo a la sazón con los liberales, que se negaron a nombrarlo Jefe Único de su partido y no veían con buenos ojos una candidatura presidencial suya. Aunque venía haciéndole oposición a Uribe, oyó cantos de sirena y se dejó convencer para que entrara al uribismo dentro del marco de la U. Los uribistas lo recibieron con los brazos abiertos, lo colmaron de halagos y le dieron la dirección del partido, sin sospechar las sorpresas que su caterva les reservaba.
El Partido de la U luchó con denuedo por la reelección de Uribe en 2006 y trató de que fuera nuevamente reelegido en 2010, pero un fallo de la Corte Constitucional dispuso que una segunda reelección alteraría la esencia de la Constitución de 1991 y declaró inconstitucional la reforma que la autorizaba. No faltó quien dijera que tras la andanada mediática en contra de esa posibilidad estaba precisamente Santos, cuyas aspiraciones políticas se habrían visto afectadas con un tercer período presidencial de Uribe.
Santos logró la candidatura de la U sin mayor esfuerzo cuando se hizo imposible que la ostentara Uribe. Su paso por el ministerio de Defensa les hizo creer a muchos que era el indicado para consolidar la seguridad democrática. Él se auto-presentaba como el mejor ministro de Defensa que había tenido Colombia en toda su historia, se adjudicaba los éxitos del gobierno de Uribe contra las Farc y decía que su conocimiento de la institución armada acreditaba que estaba en capacidad de forzar a los capos de la guerrilla a entrar en una negociación de paz sin ventajas para ellos.
No le fue fácil convencer a los colombianos de sus méritos para gobernarlos y se vio forzado a enfrentar a Antanas Mockus en una segunda vuelta, en la que no las tenía todas consigo. Pero un inexcusable error político de Mockus en la celebración de los resultados de la primera vuelta hizo que la opinión se volcara caudalosamente en favor de Santos con un número de votos nunca antes visto en nuestra historia.
Desde el momento mismo de su posesión, Santos empezó a marcar distancias con su antecesor.
Muchos pensaron que era asunto de estilo de gobierno y que había que respetarle al nuevo mandatario su autonomía. No se dieron cuenta de algo que yo advertí para mis adentros más tarde y que con el tiempo se hizo obvio, a saber: que Santos se hizo elegir con una agenda oculta que se esmeró en que no fuera ni siquiera sospechada, pues si se la hubiera conocido oportunamente no habría podido ganar la elección presidencial.
Esa agenda oculta consistía nada menos que en ofrecerles a las Farc negociaciones de paz a través de los gobiernos de Cuba y Venezuela.
A lo largo de sus dos primeros años de gobierno, Santos negó tajantemente esas negociaciones, las cuales comenzaron en septiembre de 2010, según documento emanado de las Farc que comenté en pasada ocasión y unas declaraciones que dio su hermano, Enrique Santos, cuando se destapó el entripado.
Sinuosamente, sin mayor despliegue en los medios ni debate público, se fue tramitando en el Congreso una iniciativa de reforma constitucional que terminó adoptándose por medio del Acto Legislativo No. 1 de 2012, conocida como “Marco Jurídico para la Paz”, que yo me obstino en denominar como “Marco Jurídico para la Impunidad”.
La forma acelerada como se aprobó esta reforma encendió las alarmas. Y pocos días después, Francisco Santos, que ejercía la Dirección de Noticias de RCN, soltó lo que en el argot periodístico se conoce como un “chiva”: el gobierno no solo estaba negociando secretamente con las Farc, sino que ya tenía un acuerdo firmado para formalizar el inicio de conversaciones.
A Santos no le quedó otro remedio que destapar sus cartas dando a conocer unos textos que, según se ha sabido después, al parecer fueron redactados por las Farc.
Quedó claro que el Marco Jurídico fue un requisito que los narcoterroristas exigieron como condición previa para iniciar diálogos formales, del mismo modo que la prohibición de la extradición por la Constituyente de 1991 fue la exigencia sine que non de Pablo Escobar para entregarse dizque en manos de la justicia.
Estos hechos, agravados con el deterioro de la seguridad en muchas localidades, produjeron la ruptura de buena parte de la opinión pública con el gobierno de Santos, quiebre que en lo que concierne al expresidente Uribe se protocolizó a fines del año 2012 con ocasión de la asamblea de la U que se celebró en el mes de octubre.
Ahí, Uribe le formuló severas críticas al gobierno (vid.http://www.elcolombiano.com/BancoConocimiento/A/alvaro_uribe_discurso_en_asamblea_del_partido_social_de_unidad_nacional/alvaro_uribe_discurso_en_asamblea_del_partido_social_de_unidad_nacional.asp). La respuesta de Santos no pudo ser más desafortunada, pues en lugar de rebatir las glosas de Uribe, lo atacó de manera soez llamándolo “rufián de esquina”.
El expresidente Uribe había participado activamente en la campaña electoral de 2011 apoyando aspiraciones de candidatos a gobernaciones y alcaldías del partido de la U. Es probable que dentro de sus llamadas bases contara con un buen número de partidarios, tal como lo acreditan los aplausos que ganó su intervención en la asamblea.
Pero la jerarquía del partido ya no estaba con él y le dio la espalda.
¿Qué había sucedido?
Se supone que en una democracia madura los giros en la política que haya ganado el favor de la ciudadanía en unas elecciones deben ventilarse públicamente, de modo que las comunidades conozcan las razones de los cambios y deliberen sobre su justificación. En efecto, si un presidente y unos congresistas han sido elegidos sobre la base de unas promesas de campaña, parece lógico que les expliquen a sus electores los motivos que los llevan a cambiar de parecer y se esmeren en convencerlos de sus ventajas.
En Colombia las cosas no ocurren así.
Santos tiene una concepción autocrática de la institución presidencial. Cree estar por encima de todos y de todo, no reconoce límites jurídicos ni morales. Por consiguiente, piensa que el hecho de haber ganado las elecciones con nueve millones de votos le ha dado carta blanca para gobernar como a bien tenga, sin necesidad de dar explicaciones ni rendir cuentas a nadie. Maneja los hilos del poder como si estuviera en un espectáculo de marionetas.
Como tales trata a los congresistas, a los partidos de la fementida Mesa de Unidad Nacional, a gobernadores y alcaldes, a los medios de comunicación, a los gremios empresariales, a la opinión pública.
Como lo puse de presente en un artículo que acá publiqué en 2012, Santos negoció con los congresistas la aprobación del Marco Jurídico a cambio de una reforma judicial que los favorecía . Puso, además, a su disposición el presupuesto nacional a través de los “cupos indicativos”, lo que significa que compró sus votos. No tuvo necesidad de convencerlos con argumentos persuasivos que acreditaran las bondades del cambio de política en que estaba empeñado. Le bastaba con acudir al trueque.
En teoría, al electorado le compete decir la última palabra sobre las políticas públicas. La ciudadanía se manifiesta en favor o en contra de ellas por medio del voto. Si le ha parecido bien que sus representantes no mantengan sus promesas porque las circunstancias han cambiado, los reelige. Si está en desacuerdo con sus incumplimentos, les niega el voto.
Pues bien, para alterar estas elementales reglas de la democracia, Santos optó por lo mismo que hizo con los congresistas, es decir, la compra del electorado.
Lo hizo repartiendo la famosa mermelada, con la que se gana el favor de las comunidades a cambio de obras y prestaciones que ellas consideran más importantes que las promesas incumplidas, y además se termina proveyendo a los políticos afectos al gobierno de fondos suficientes para la compra de votos.
En mi último artículo cité la publicación que hizo “Soledad Informa” acerca de los contratistas que se beneficiaron con la construcción de las casas gratis que ofreció el gobierno de Santos y el modus operandi de la compra de votos en el departamento del Atlántico, de la que es campeón el equipo político del senador Gerlein. Lo traigo de nuevo a cuento, no solo por lo diciente que es, sino porque una amable corresponsal barranquillera me advirtió que su contenido es explosivo y muy peligroso de tratar en público por los riesgos personales que entraña su difusión. (Vid.http://soledad-informa.tumblr.com/post/60843594537/los-duenos-del-negocio-de-las-casa-gratis-que-entrega)
Hay, en efecto, toda una organización criminal involucrada en la compra de votos, como se vio en el Bajo Cauca antioqueño en los últimos comicios, pues la región está bajo el control de los Urabeños, Los Rastrojos, Las Águilas Negras, la Oficina de Envigado y otras bandas criminales.
Según informa “El Espectador”, la Universidad de los Andes acaba de publicar un estudio que muestra que el programa de viviendas gratis se ejecutó a todas luces con el propósito de promover la reelección de Santos en los municipios que le convenía ganar para su causa. (Vid.http://periodicodebate.com/index.php/nacion/politica/item/4164-santos-casas-gratis-a-cambio-de-votos?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+Portada-PeridicoDebate-PeridicoDebate+%28Portada+-+Peri%C3%B3dico+Debate%29)
“La Silla Vacía”, por su parte, hizo una seria investigación acerca de la famosa “mermelada” que Santos repartió a diestra y siniestra para comprar a los congresistas y, a través de ellos, a las comunidades.
Recomiendo que se lea cuidadosamente esta publicación que lleva por título “Santos, su Ñoño y su Musa”, pues, como se decía antes en los códigos de procedimiento penal, bien podría servir para dictar auto cabeza de proceso contra los implicados en esta maquinación criminal, una de las más sucias de toda la historia política colombiana. (http://lasillavacia.com/historia/santos-su-nono-y-su-musa-46982)
Recordemos que en las elecciones de 2010 el candidato que mayor número de votos obtuvo en la elección de senadores fue Juan Lozano Ramírez, con la muy respetable suma de 212.840.
Como Lozano se mantuvo fiel a sus compromisos con el electorado y a la línea política del expresidente Uribe Vélez, que es la que inspiró el logo de la U, no pudo aspirar a que se lo reeligiera el 9 de marzo pasado. Lo mismo les ocurrió a otros dos muy respetables congresistas, Juan Carlos Vélez y Miguel Gómez Martínez.
Para que se los reeligiera, tendrían que haberse arrodillado ante Santos o haber renunciado a sus curules con un año de anticipación e inscribir sus candidaturas a través de otros medios. Optaron por quedarse en la U para librar una batalla por la dignidad que se sabía de antemano que estaba perdida por las maquinaciones del gobierno.
Pues bien, el pasado 9 de marzo se consagraron como grandes electores y prácticamente dueños de la U dos oscuros personajes, Musa Besaile Fayad y Bernardo Miguel Elías Vidal (a. Ñoño), que obtuvieron en su orden al parecer 145.402 y 140.143 votos.
El artículo de “La Silla Vacía” muestra cómo los obtuvieron, haciendo hincapié en que esos altos resultados fueron fruto de la obsesión de Santos por arrebatarle a Uribe los votos del departamento de Córdoba.
Invito a los lectores a que comparen la votación por el Partido de la U en 2010, cuando apoyaba la gestión de Uribe, y los de 2014, cuando se plegó a la traición de Santos. Pueden ver los resultados a través de los siguientes enlaces:
http://www.registraduria.gov.co/Informacion/canddidatos%20senado.pdf
http://congreso2014.registraduria.gov.co/99SE/DSE9999999_L2.htm
Con razón se ha dicho que Santos es no solo el candidato de las Farc, que presionan a las comunidades para que voten por él dado que es quien las favorece con sus promesas de paz, sino el de lo peor de la política colombiana, que hoy anida, aunque no exclusivamente, en el Partido de la U.
El partido que vivó con tanto entusiasmo en la noche del 9 de marzo es, ni más ni menos, el de Ñoño y de Musa, quienes ya están reclamando el control del próximo Congreso, no obstante las reticencias que median para reconocerles su triunfo en las urnas.
Es de esperar que la justicia termine diciendo que la primera fuerza política en el país es el Centro Democrático que lidera el expresidente Uribe Vélez, que logró más de dos millones de votos contra las presiones del gobierno de Santos, la persecución de los organismos electorales, las manipulaciones de la Gran Prensa, la obstrucción de las guerrillas y la falta de recursos económicos, pues a los empresarios que habrían estado dispuestos a apoyarlo se les hizo saber sotto voce que correrían el riesgo de sufrir la persecución del gobierno si le daban un solo peso.
La cifra de votos con la que dice superarlo el partido de la U se explica fácilmente por la compra masiva que promovieron, con la anuencia de Santos, sus actuales amos.
Lo que ha sucedido es simple y llanamente una vergüenza. Produce asco y motiva a rechazar con reciedumbre, como lo hizo Alberto Montoya Puyana en carta que comenté hace unos días acá, la desinstitucionalización que Santos está imponiendo en Colombia.
Hay fuertes motivos morales para oponerse a la reelección de un presidente indigno, tan torcido como la U que lo respalda.