Hace unos años un columnista de El Espectador afirmó que Rigoberto Urán era un fracasado, un segundón porque jamás había ganado nada. Rigo de esto se ríe y se burla de sí mismo. A lo sumo dirá "ese guevón tiene razón, yo no gané nunca un culo". Es una mentira argentina pensar que sólo el primer lugar es el que vale. En ciclismo, después de disputar 21 etapas, hasta los que terminan la competencia, así sean en los últimos puestos, celebran. Rigoberto Uran ha sido cuatro veces top 10 en el Tour de Francia, una vez subcampeón, también fue dos veces segundo en el Giro de Italia, una vez séptimo, se ganó una medalla de plata en las Olimpiadas de Londres 2012 y anoche estuvo espectacular en la que fue su última olimpiada ganando un diploma para Colombia.
Por resultados Urán es, después de Egan, Nairo y Lucho Herrera, el cuarto mejor pedalista de la historia de este país. Sin embargo a Rigo lo queremos más que todos ellos. Su personalidad, su gracia, el pasado tortuoso que le tocó vivir por culpa de los paramilitares que azotaron su pueblo, Urrao y que le desaparecieron el papá, son condimentos que convierten a Rigo no en un ídolo sino en un símbolo.
Además, qué coraje. Cuando parecía ayer en la prueba de ruta de Tokio 2020 que se le acababan las fuerzas siempre volvía a sacar ese pundonor y repuntaba hasta llegar con el lote que persiguió a Richard Carapaz.
No Rigo, lástima que existen los años y el desgaste. Deportistas como tu deberían ser eternos. ¿A quién vamos a amar cuando te vayas?