Eduard Munch no tuvo la mejor vida. No fue fácil su infancia. Heredó de su padre la enfermedad y la locura que lo llevaron a vivir solo y habitar lugares de extremos, donde no reposaba la tranquilidad. De la zozobra y el desencuentro con los seres humanos decidió pintar las emociones: la melancolía, los celos, la desesperación, el miedo o la ansiedad. Temas que recorren los caminos de la psiquis y que son como las sombras del alma. Inasibles.
Nació en Loten en 1863, Noruega. Su madre Laura y su hermana Sophie, murieron de tuberculosis cuando era solo un niño y los otros cuatro hijos quedaron en manos de Christian Munch, un médico militar, fanático religioso que le obsesionaban las tragedias del mundo. De todos, únicamente sobrevivieron dos en el camino de la vida. Uno de ellos fue Eduard Munch.
La niña enferma, 1885
Se separó joven de su círculo familiar para ir a la escuela a estudiar arte en Kristiania, ciudad que hoy se llama Oslo. Pero lo persiguió siempre la agonía de un ser depresivo que en algún momento trató de suicidarse y se acostumbró a que el alcohol y la morfina era punto de partida.
Kynaston Mechine curador del Museo de Arte Moderno de Nueva York afirmó: “La vida de Eduard Munch es un misterio”. Y es verdad. Era pintor y grabador, se le catalogó Simbolista por sus temas. Cuando llegó a París, en 1890, le impresionaron los posimpresionistas y en 1893, cuando llegó a Berlín fue de gran influencia para los expresionistas alemanes por su tratamiento de los colores nórdicos y su pincelada inacabada.
La pubertad, (1894-95)
Su gran obra fue El Grito que pintó por primera vez en 1893, el artista comenta casualmente: “Iba por la calle con dos amigos cuando el sol se puso. De repente, el cielo se tornó rojo sangre y percibí un estremecimiento de tristeza. Un dolor desgarrador en el pecho. Me detuve; me apoyé en la barandilla, preso de una fatiga mortal. Lenguas de fuego como sangre cubrían el fiordo negro y azulado y la ciudad. Mis amigos siguieron andando y yo me quedé allí, temblando de miedo. Y oí que un grito interminable atravesaba la naturaleza. La ciudad era Oslo, y el tema lo pintó muchas veces. Así eran sus cuadros al óleo: de una caminada casual, salió de repente, una tremenda experiencia existencial.
Desarrolló también una técnica de grabado en madera donde su expresividad se acentuaba por los procedimientos donde también la tierra deja sus marcas indelebles de dolor. Estos también iban cargados de una experiencia emocional donde la soledad y la pérdida los recalca en una reflexión inacabada del trabajo.
Melancolía, 1891
Nunca pasó necesidades, pero tampoco conoció el éxito. Su mundo estaba demasiado lejos de esa amable sensación de comodidad. Después de mil entradas y salidas de manicomios. En 1908 se le paralizó el lado izquierdo del cuerpo en 1918, sufrió la “Gripa Española”, de un derrame quedó ciego y murió solo en 1944 de neumonía en un rincón que se había comprado en Ekerly, a varios kilómetros de Oslo.