Ciertos publicistas que se dicen expertos porque tienen un título universitario nos cuentan que este país, gracias al desarrollo tecnológico y a su modelo político sustentado en la democracia, ha progresado tanto que por eso ya pertenece al club de las naciones prosperas de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos). Los analistas incluso hablan de que somos una sociedad de consumo, con enormes potencialidades de crecimiento económico gracias al turismo (¡!). Además, dicen que ya no somos una nación atrasada porque participamos de los grandes certámenes deportivos o artísticos del orden internacional. Eso está muy bien porque ser positivos u optimistas es bueno, y los que trabajan en los medios de comunicación tienen el derecho de ofrecerles a su audiencia todos los espejismos posibles.
Sin embargo, es una lástima que las élites globalizadas y su intelectualidad refinada no conozca Caramanchuma*, porque desde allá todo se ve muy diferente. En ese pueblo polvoriento no hay industrias, el internet es un ave mensajera que vuela poco por esos lados y para muchos de sus habitantes las teorías del emprendimiento, internacionalización y el progreso son un rumor que circula, pero en algunas capitales. La democracia solo se pasea por la plaza cada cuatro años de la mano de los grupos de mafiosos o paramilitares. La población que vive de producir frijoles, yuca y plátano en la huerta ha visto la sociedad de consumo, pero en las películas gringas que se transmiten en los tres tristes canales de televisión institucional que entran al pueblo.
En Caramanchuma nació Juan Alejandro hace 15 años y con mucha dificultad sus padres lo mandan a la escuela pública con la esperanza de que algún día le puedan pagar una carrera técnica en la capital, que le permita engancharse como peón. No obstante, las cosas no van bien porque a Juancho le ha picado el bichito que transmite el gusto por el dibujo y la pintura. Un día, muy emocionado, se dijo a sí mismo que quería dedicar su vida a esas actividades y de pronto llegar a ser un artista famoso, como esos sabios que se muestran en Señal Colombia. Luego le pidió consejo a su maestro, quien escaso de entendederas, le dio una respuesta fácil: “Trate de ir a la universidad para que se haga artista”.
Colombia es un país absolutamente desigual y la realidad que viven los habitantes de la provincia en poco o nada se parece a la de Medellín, Bogotá, Madrid o Londres. De hecho, lo que nos enseñan sobre sociología, arte o filosofía son teorías que muchas veces se corresponden a otras realidades. Así por ejemplo la famosa historia del arte universal que vemos en los libros o que se enseñan en las academias tiene poco de universal, porque es básicamente la historia de los gustos refinados de los imperialistas de occidente, en su secuencia Grecia, Roma, París, Nueva York. Por ello, darle un buen consejo a un adolescente que quiere dibujar en un pueblo olvidado es muy difícil porque el tema es más complejo de lo que parece y espero que el lector me tenga la paciencia para explicarle algo de lo que estoy tratando de concluir después de leer un libro titulado Art fundamentals theory and practice.
El arte es una expresión de la raza humana, como la lengua hablada, que surgió hace miles de años y cualquiera puede considerarse dibujante o pintor. Por eso a Juancho podemos decirle que desde ya puede dedicarse a jugar libremente con las formas y los colores hasta el final de su existencia. Siempre encontrará algo nuevo para aprender. Lo difícil será vivir de ello en un medio social hostil, donde pocos comprenden su valor e importancia socioespiritual. Pero yo no le recomendaría aspirar a eso que denominan “un artista famoso” sin conocer primero cómo es que funciona ese “campo disciplinar” ese mundillo de roscas e intrigas de poder porque hay un conjunto de limitaciones para afrontar, unos riesgos y posibles frustraciones.
Los jóvenes de Caramanchuma si están de buenas terminan el bachillerato en una típica escuela de pueblo y para entrar en las universidades tienen que vencer los obstáculos económicos y luego competir en desventaja con los niños egresados de los colegios de calidad que hay en las ciudades. En la universidad el primer paso que tienen que dar es asimilar doctrinalmente la idea de que es preciso entregarse a la tradición europeísta, luego aprender la jerga enrevesada de los artistas y paralelamente enfrentarse con los aspectos formales y técnicos de la pintura. Una vez terminada la carrera debe el joven amigo saber que no hay ninguna garantía de conseguir un enganche laboral, pues ya no son los tiempos en que un príncipe le daba el sostén al artista mientras pintaba, ahora él tiene que lanzarse al mercado para construir relaciones sociales y hacer obras de acuerdo con las corrientes que estén de moda en las galerías de las grandes capitales del mundo. Generalmente en ese andar de los años los jóvenes abandonan su pasado y se vuelven rehenes de los “estilos” que demandan en el mercado internacional.
Antes del renacimiento europeo, como en el lejano oriente, los pintores ni firmaban sus cuadros porque el sujeto tenía poca importancia y muchas obras eran creaciones colectivas, pero con la aparición del individualismo y la perdida de los mecenazgos los artistas tuvieron que lanzarse a una lucha a muerte por alcanzar una reputación que les permita la venta de sus obras. Sin embargo, y como siempre, de una forma u otra la mayoría de los artistas han estado al servicio de los círculos de poder de la burguesía o de sus delegados en el Estado.
Los siglos XIX, XX y lo que va corrido del XXI han sido para el occidente capitalista una constante carrera por rechazar toda forma de tradición con tal de llegar a encontrar lo nuevo en la ciencia en la tecnología e incluso en las artes. En la pintura después de la fundación de las academias y del romanticismo el motor de la historia se ha sustentado en el principio de que cada nueva generación terminada su fase de formación, busca afanosamente, mediante la ruptura de la tradición, imponer un nuevo “estilo”, una transformación de la técnica o de las ideas. Así cada cual en sus afanes esnobistas ha ido tratando de destrozar las clásicas nociones de composición, “revolucionando” las técnicas y deformando las imágenes hasta hacerlas desaparecer en meros ejercicios de conceptos. Por esas cosas es que hoy ciertos eruditos nos tratan de mostrar como un gran avance del arte, el que ya nadie quiera pintar como Leonardo da Vinci, porque en las nuevas tendencias que se ven en los célebres museos de arte contemporáneo lo que predominan son las manchas de color, la exhibición de cadáveres, los artilugios mecánicos, el basurismo estético y los videos.
De manera que los jóvenes de Caramanchuma que no asisten a colegios bilingües ni cuentan con dinero para una caja de pinturas al óleo tienen las siguientes posibilidades:
1. Pueden ser dibujantes y pintores en los ratos de esparcimiento que les deja el duro e interminable trabajo del campo.
2. Alguno habrá que pueda ingresar a la universidad donde pronto aprenderá a denigrar de su pasado pueblerino, para pasar a asimilar las corrientes de pensamiento de vanguardia que sus profesores de titulación importada les enseñan. Luego metidos de lleno en las ideas de modernidad abandonaran sus pinceles para hacerse expertos en instalaciones, happening, performance y video art. En su pueblo nadie les entenderá lo que dicen o hacen, pero serán admirados porque alcanzaron la fama y el dinero.
3. Otros, más acordes con nuestro tiempo, se entregarán al pragmatismo de escoger carreras técnicas o económicoadministrativas para, en poco tiempo, hacerse participes de algún emprendimiento. ¿Legal o ilegal? Eso no importa en un tiempo donde los valores están trocados.
En conclusión, para ser dibujante solo basta desearlo y para ser artista reconocido hay que tratar de ingresar a la universidad para luego, con la titulación, tratar de romper con lo establecido y fundar o inscribirse en las vanguardias para así poder ganar contratos y premios que se otorgan desde las entidades del poder interesadas en hacer de los artistas sus portavoces o reproductores de las ideas hegemónicas.
*Gracias a John Jairo Londoño S, Fosforito, por contarnos de su pueblo.