La historia de Luis Alfonso está contada al detalle en el libro Las distancias del escritor Sergio Ocampo y empieza con una anécdota escalofriante.
Una bruja, en Cali, mientras le leía la taza del chocolate, le dijo a María Isabel Corredor Barrera que tuviera cuidado, que ese hijo que ella esperaba se lo iban a quitar. Había gente mala y poderosa detrás de él.
-No te queda de otra que salir corriendo- le dijo la bruja mientras le ponía los ojos abiertos como platos.
Ella, que no sabía leer ni escribir, que había llegado a Bogotá desde el Cocuy a los 14 años, condenada a limpiarle la suciedad a los ricos, que se consagró a la casa del dirigente liberal Mario Galán y a su esposa, Cecilia Sarmiento, con todas las fuerzas de su alma, había terminado en Cali para que la sociedad bogotana no supiera que iba a tener el hijo de Luis Carlos, el joven estudiante de derecho de la Universidad Javeriana que años después sería uno de los políticos más importantes de la historia de Colombia.
Pero Maria Isabel era rebelde y se valía por sí misma. No tenía apellido, ni plata pero si manos para trabajar, para valerse por sí misma. Así que se regresó a Bogotá. Tuvo el hijo sola y, con el alma hecha un ovillo, se lo entregó a sus papás a una finca en Caldas donde habían escapado de los bandoleros que azotaban Boyacá a mediados de los años sesenta. En casa de familias respetables no aceptaban empleadas domésticas con hijos. Así era en esa época, así siguen siendo las distancias para la gente pobre. Cuando nació el niño le puso Luis Alfonso y de apellido le dio el de ella porque no había más: Corredor.
El niño, que se crio viendo a sus abuelos cultivar la tierra, no sabía que su papá era nombrado, con apenas 26 años, ministro de educación de Misael Pastrana, jamás se enteró que una turba de estudiantes de la Universidad Nacional que protestaban contra él le quemó el carro, que durante tres años fue embajador en Roma y que, cuando regresó, mandó a preguntar por él.
Quería verlo, responder, asumir, pero jamás darle el apellido. En ese momento, mediados de la década del setenta, María Isabel ya está de nuevo con su hijo. Está en el departamento de Nariño, trabajando para un sacerdote. Hasta allá fue Galán a conocer a su hijo. Atribulado, ante la presencia de este hombre tan importante, el pequeño a cada pregunta que le hacía le respondía “Sí, doctor”. Su padre, lo miró a los ojos y le dijo “ No me llames doctor, llámame Luis Carlos”, él, que años después tendría la valentía de enfrentarse a Pablo Escobar, pagando con su vida la osadía, se moría de miedo de darle la cara a las élites bogotanas y reconocer que había tenido un hijo con una campesina del Cocuy.
Cuando el papá de María Isabel, donde Efraín Corredor, muere en un accidente, María Isabel se queda sin un refugio para dejar a su hijo. Así que empieza a errar tocando puertas en las casas bogotanas con el niño a cuestas, a ver quién le podía dar trabajo a esta madre soltera. Cuando lo hacían le tenía que decir a Luis Alfonso que no saliera de los cuartos, que se mantuviera escondidito, que mejor si no respiraba. Y así fue creciendo, recibiendo de vez en cuando la visita de su papá, quien se había casado en 1970 con la señora Gloria Pachón, que había tenido tres hijos con ella, Carlos Fernando, Juan Manuel y Claudio y que la presencia de esos hermanos ahondó aún más las distancias.
Sólo hasta 1985, cuando ya Luis Carlos Galán se veía como uno de los políticos liberales enfilados para ser presidente, cuando había perdido a manos del cartel de Medellín a su amigo y mosquetero Rodrigo Lara Bonilla, le puso a Maria Isabel y a su hijo un apartamento de ochenta metros cuadrados en la ciudadela Colsubsidio. En ese momento Luis Alfonso era un joven de 22 años que había tenido que partirse el lomo siendo mensajero del Banco Popular y Telecom, que había ayudado a su mamá a mantener una casita humilde en el Rosal Mirador, un barrio de Usme y que de su papá sólo había recibido unos cuantos mendrugos de pan.
Entre 1985 y 1989 Luis Carlos Galán, contrariando el deseo de Gloria Pachón, tenía cada vez más contacto con su hijo. Se reúnen en varios sitios de Bogotá. A estas reuniones no iba solo, siempre lo acompañaba su amigo Luis Fernando Mejía, como si quisiera tener un testigo. Las conversaciones le sirvieron a Luis Alfonso como una motivación para estudiar derecho en la Universidad Libre. Él mismo se pagó el estudio.
En agosto de 1989 un sicario mata en Soacha a Galán Su cuerpo es velado en la Plaza de Bolívar. Luis Alfonso debe hacer fila, como un colombiano mas, para ver el cuerpo amortajado de su padre. A partir de ahí empezó otra lucha para él, la que tuvo con sus hermanos, con la esposa de Galán, buscando ser reconocido. Porque Galán jamás le dio su apellido, Carlos Fernando y Juan Manuel le dieron la espalda y el único que intentó acercarse a él fue Claudio, el único de los hermanos a los que no le interesó la política.
En 1998, después de una larga lucha, logró ganar una demanda para ser reconocido por el apellido del político inmolado. Desde ese año se llama Luis Alfonso Galán Corredor. El tema estaba dormido hasta que el escritor Sergio Ocampo Madrid publicó el libro Las distancias producto de 60 horas de conversación con Luis Alfonso. El día que el Fondo de Cultura Económica -sello que publicó el libro-hizo la presentación oficial, en primera fila estaba Carlos Fernando Galán, queriendo recuperar el tiempo perdido y en plena época electoral le dio un abrazo a Luis Alfonso, en un intento de borrar una vida de desplantes, de distancias.
Este encuentro se convertiría en el abrebocas de la entrada del hermano ausente, al Nuevo Liberalismo, no como un observador sino como un activista. Luis Alfonso quiso inscribirse por el partido fundado por su papá y resucitado por sus hermanos, en las listas para la Asamblea de Cundinamarca, pero por papeleos no alcanzó a quedar inscrito.
Se perdió una oportunidad única de cerrar brechas familiares y retomar las banderas del padre que apenas sin pudo conocer pero que admiró toda la vida, a la distancia.