Mirando la línea de tiempo año 1942, a la primera galería de mercado, un poco más definida en su estructuración, se creería y pensaría que fue inaugurada por el entonces presidente Eduardo Santos, para propiciar una calidad de vida a los usuarios, pero como las cosas no han de faltar, un pavoroso incendio con llamas voraces cubriría la edificación, con los puestos de toldos que se encontraban ubicados alrededor de la edificación; celdas de abarrotes, legumbres y víveres situados al interior también fueron calcinados por las inoportunas llamas.
Ya después de haber quedado en cenizas la plaza de mercado, como ave fénix, resurgió la nueva plaza a partir de diciembre de 1962.
Lo más valioso de aquella galería de mercado era que allí en aquel lugar, los fines de semanas, se convertiría el segundo piso o nivel de la edificación, en punto de encuentro de compartir familiar, debido que después de las misas, de 8:00 a. m. a 9:00 a. m. o de 10:00 am a 12:00 m que se celebraban en la catedral de la Inmaculada Concepción del corazón de la ciudad "opita", a una cuadra de la catedral se desplazaban los feligreses para deleitar los paladares con unos suculentos y variados desayunos de: Chocolate y tamal huilense, caldo de perico de sangre de res con cilantro picado, tomate y cebolla picada acompañado con arepas redondas de mote o maíz, hígado de res chusquiado, con arepas de queso con chocolate, morcilla con arepa, chocolate o café con leche, huevos en perico con patacones, arepas y chocolate, etcétera.
¡Ah tiempos pasados que nunca volverán, lo expresarían las familias que por el paso del tiempo y por circunstancias de la vida, partirían hacia la eternidad, pero que aún los descendientes que acudirían con sus familias en la actualidad, respirarían profundamente con grandes nostalgias, al recordar aquellos espacios de compartir en la plaza de mercado!
¡Cuántas remembranzas quedarían grabadas en las mentes o en los corazones de las personas y, en los descendientes de las familias que, afluirían hacia aquel lugar a desayunar, a almorzar, o hasta por qué no, a beber unas copitas de licor, que los llevarían a medio disipar algunas penas, o para celebrar algunos triunfos; lugar admirado por propios y visitantes, porque la estructura de la edificación se asemejaría, a aquellos barcos de excursión por los pequeños y numerosos ventanales, ubicados en serie en la parte superior de la edificación.
Al volver a la remembranza dentro de la línea de tiempo, las alegrías de los citadinos y feligreses opitas, se empañarían de nuevo, porque por ese entonces, a partir del 22 de diciembre de 1962 los neivanos, gozarían de la plaza o galería de mercado, debido que el tiempo, el desarrollo urbanístico de la modernidad, acompañada de los ánimos de efervescencia y calor de los alcaldes, gobernadores de aquellas épocas, de querer pronunciarse desde la ocupación de sus cargos administrativos, por medio de las ansias de transformar las ciudades, como lo sucedido entre las pasadas décadas a los capitalinos neivanos, a quienes en un 31 de diciembre de 1997, le arrebataron de sus corazones opitas la bonita plaza de mercado por medio de una implosión, avalada por el alcalde de ese entonces, para luego allí en aquel mismo lugar construir la plaza cívica, y en la que de esa forma le daría paso a la modernidad, en homenaje a los libertadores.
Si bien la edificación de la vieja galería de mercado, ubicada en el corazón de la ciudad opita, por ese tiempo, hubiese sido declarada y reconocida como patrimonio arquitectónico; surgiría la pregunta: ¿Por qué sería que los neivanos, permitirían que el señor alcalde de esa época presuntamente, hubiese decretado la implosión de la plaza de mercado, en donde luego se edificaría lo que en la actualidad sería la plaza cívica de los libertadores? Ante ello parecería que lo más triste y doloroso sería que muchos de los descendientes de los inquilinos desalojados por la causa de la implosión, de la plaza de mercado, quedarían volando sin rumbo fijo e inestables, como las palomas del parque de Santander de la capital opita.
Por último, no hay que dejar pasar en alto el adagio de algunos arquitectos, cuando expresan:
"Muchas veces el creerse que demoler edificaciones antiguas y construir nuevas, es buena idea, pero en tiempos venideros sería un grave error, acompañado de un alto grado de equivocación".
¿Será verdad tal adagio? ¡Amanecerá y veremos!