Bernardo Salcedo, Fotografía de Hernán Díaz. Archivo Museo La Tertulia
Cuando Bernardo Salcedo era niño, jugaba solo haciendo maquetas que después se convertían en las escenografías de sus historias imaginarias. En el ejercicio solitario de la creación, Salcedo se instaló para siempre creando ficciones en sus objetos artísticos que oscilan entre lo lúdico y lo irónico. En estos días me comentó un amigo que su profesor de arquitectura de la Universidad Nacional se ufanaba de haberlo rajado. De todo lo que se le pedía en proyectos, Salcedo presentaba escenarios totalmente distintos.
En la década de los setenta creaba objetos. Construyó parábolas con fotos que encontró en un mercado de pulgas en Praga. A las fotografías sepias, les sobreimpuso un objeto, a manera de acotación. A la imagen de una señora, por ejemplo, le añadió un pequeño cepillo de una vieja aspiradora y la enmarcó. Era el elemento doméstico. El objeto se convierte en objeto del retrato. También es un retrato conceptual, donde prima el aparato doméstico.
En los años ochenta vinieron cajas blancas que armó con pedazos de muñecas. A la manera de Francis Bacón, Salcedo ahoga la referencia humana dentro de la obra. Para esta serie utilizó fragmentos de muñecas –que se asemejan bebés descuartizados - para encajonarlos en una armadura geométrica de madera.
En la década de los noventa, Bernardo Salcedo entró al tema del paisaje. Ha realizado mares de acero cuyas pacíficas olas salen de los bordes de un serrucho de hierro; flores hechas con las cerraduras viejas de casas demolidas donde la entrada o salida de una puerta para convertirse en una flor de Baudelaire. También ha creado árboles en hierro que son meta-paisajes geométricos.
Por eso en su trabajo la única premisa posible es la sospecha conceptual. Porque sus obras son producto de un complot de entes subversivos entre los que (se) está espíritu de los poetas malditos, el alma gris de Baudelaire y la poesía inconsolable de Fernando Pessoa. A esos imaginarios solitarios los reúne Bernardo Salcedo.
Sus últimos trabajos son una evocación de la arquitectura católica o construcciones abstractas que siguen el caos de una geometría personal. Me gusta ver esta obra desde la geometría abstracta. Como si fueran estructuras imaginarias que atraviesan trayectos que pueden ir desde el bizantino romántico al gótico utópico.
Como el trabajo de Salcedo se construye del todo a la nada, los fragmentos olvidados que, por su condición de desechos. son parte de una obra que se construye con segmentos.
En estas iglesias imaginarias, algunas fachadas dejan en evidencia la reconstrucción. Aparece el síndrome de la decadencia en unas columnas sin apoyo o, la presencia plana del color aluminio a manera de retoque que resulta dando la sensación de plástico moderno.
Las iglesias, dejan en el aire la idea de lo inconcluso. Condición que nos presenta una doble lectura de lo que puede ser decorativo interrumpido o el adorno mutilado o religión perversa. En cualquiera de los dos casos, el ornamento funciona como complemento directo del atributo de la carencia. La simetría en desorden que nos deja la presencia de religiones. Esos territorios conquistados por el hombre que llevan a cuestas la necesidad de una fuerza superior que lo acompañe ante la adversidad y el miedo. O la representación como la vio Ricardo Reis, cuando anotó que la “Religión era una metafísica recreativa”.
