El 24 de marzo fueron recordados los 25 años del bombardeo de la OTAN a Yugoeslavia, un país desaparecido por obra de una mal disimulada avaricia. En su lugar nacieron varios estados: Serbia, Croacia, Montenegro, Bosnia y Herzegovina, Eslovenia, Macedonia del Norte y Kosovo. Toda propiedad del estado yugoslavo pasó a las manos de grandes consorcios internacionales privados, devotos de la globalización neoliberal.
El desmembramiento de Yugoeslavia fue decisión de los grandes poderes transnacionales que emplearon a fondo sus múltiples dispositivos. El Congreso estadounidense, los gobiernos de Clinton y Bush, el FMI y demás agencias crediticias se concertaron para ahogar la economía yugoeslava, al tiempo que prometían ayuda a cada uno de los territorios que se declararan independientes y soberanos.
El bombardeo no contó con autorización del Consejo de Seguridad de la ONU, única entidad que podía autorizar una operación de esa índole. Simultáneamente, se incentivó una horrorosa guerra civil, en la que los odios y la sangre entre los antiguos hermanos sustituyeron el afecto y la fraternidad que había reinado entre ellos. Los grandes medios internacionales difundieron la historia de una operación humanitaria.
La historia la escriben los vencedores. Un país cuyos habitantes enloquecieron repentinamente, había sido conducido a una estabilidad racional en bien de Europa y Occidente. Era necesario aniquilar la memoria histórica, que hacia el futuro nadie hablara de ello. La experiencia de los mayores poderes europeos salió a flote, después de todo habían convertido en gesta civilizatoria la suma de barbaridades cometidas en Asia y África.
No existían la Unión Soviética, el bloque socialista de Europa oriental, ni, por consiguiente, el temor a una reacción negativa por parte de algún otro centro de poder. Quedaba claro que nadie podría atravesarse en la realización de la omnímoda voluntad del núcleo capitalista occidental. En adelante, el poder militar de la OTAN podría expandirse por todo Europa, absorbiendo a los antiguos miembros del Pacto de Varsovia, llegando a Ucrania.
Unos años atrás, el presidente Reagan había decidido anular la revolución sandinista de Nicaragua. Los Estados Unidos emprendieron una cruzada contra ese país, en la que emplearon las formas más sucias de castigo e intervención. Sanciones económicas, conformación de grupos armados de invasores, los contras, defendidos como luchadores por la libertad, el minado de los puertos para impedir el comercio con el resto del mundo.
El gobierno sandinista se halló de la noche a la mañana en medio de una guerra civil creada desde el exterior. Países vecinos fueron campos de entrenamiento, aprovisionamiento y refugio para las bandas paramilitares armadas. Miles de nicaragüenses fueron asesinados individualmente o en masacres. La muerte y el terror campearon orondos por la patria de Sandino. Todo en nombre de la bendita democracia.
Así lo proclamó la propaganda mediática internacional. Los sandinistas estaban obligados a celebrar elecciones libres, con plenas garantías para su oposición criminal, y, además, debían perderlas. De lo contrario, la guerra a muerte contra el pueblo nicaragüense iría hasta el final. Lo consiguieron, claro. Años después, Cortes Internacionales condenaron a los Estados Unidos por el ilegal minado de los puertos. Jamás pagaron, nadie pudo obligarlos.
La justicia norteamericana comprobó que las armas de la contra habían sido financiadas con dineros obtenidos mediante el tráfico de drogas. La CIA las compraba en Irán, pese a la prohibición legal de comerciar con esa nación, convertida en paria tras el triunfo de la revolución islámica y el derrocamiento del pronorteamericano Sha. Irán era además víctima de la guerra declarada por Sadam Hussein, por entonces fiel aliado de Washington.
Y sigue siendo víctima de la violación de la ley internacional. Apenas hace unos días que el gobierno sionista de Netanyahu bombardeó su embajada en Damasco, Siria, destruyendo por completo la sede consular y asesinando dos generales y otro personal militar. Semejante acción, bombardear una embajada de otro país sin estar en guerra con él, infringe todas las convenciones internacionales sobre soberanía e inmunidad diplomáticas.
Buena parte de Siria está ocupada ilegalmente por tropas estadounidenses, país que no tiene el menor pudor para explotar pozos petroleros allí, consumando un latrocinio y una piratería impunes
Pero Occidente lo calla tranquilo. Valga la pena recordar que buena parte de Siria, está ocupada ilegalmente por tropas estadounidenses, país que no tiene el menor pudor para explotar pozos petroleros allí, consumando un latrocinio y una piratería impunes. No hay que olvidar que voceros oficiales del gobierno de los Estados Unidos, afirman que no existe la menor evidencia de que Israel esté violando los derechos humanos o el derecho internacional humanitario en Gaza.
Todo lo cual demuestra que el derecho internacional es una entelequia para los Estados Unidos y sus aliados. Por eso no resulta extraño el asalto a la embajada de México por tropas ecuatorianas en Quito, con el fin de apresar a un asilado político. Noboa se sabe fiel súbdito del Imperio y piensa que puede obrar igual. Lo malo es lo que se aprende, dicen en la costa cuando un hijo saca todo lo negativo de su padre.