La trampa que volvío actor al Papa en una película colombiana

La trampa que volvío actor al Papa en una película colombiana

El Niño y el Papa resultó un éxito de taquilla gracias a un argucia de su productor Felipe López, el dueño de la Revista Semana

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marzo 10, 2017
La trampa que volvío actor al Papa en una película colombiana

Felipe López Caballero y su cuñado, El director Rodrigo Castaño Valencia, sabían que tenían una sola posibilidad de que Juan Pablo II saliera en la película que habían escrito en México. El 2 de Julio de 1986, apenas aterrizó en Bogotá en el avión de Alitalia que lo traía desde Roma, todo el equipo de rodaje de El niño y el Papa se apostó en nueve puntos desperdigados por todo el Parque El Tunal. En cada lugar se había puesto una cámara para filmar algo que parecía improbable: Que después de la misa que iba a dar un día después de su llegada en ese populoso sector del sur de la ciudad, saludara a Christopher Lago, el niño mexicano protagonista de la película.

Esa noche previa el equipo de rodaje parecía un ejército enraizado en una trinchera. En la madrugada soportaron un aguacero torrencial. Treinta años atrás El Tunal era un potrero de tierra pelada que se convertía en un lodazal cada vez que llovía. El Papa daría su misa para un millón de bogotanos sobre una tarima blanca de escalinatas de colores. La gente acampaba en el lugar desde hacía una semana. La vigilia la vivían de rodillas, aferrando hasta el dolor las bolitas de sus rosarios de madera. Felipe López y Rodrigo Castaño no rezaron aunque sabían que si no lograba captarse el momento del saludo del Papa al niño, el proyecto se hundía.

Seis meses atrás Rodrigo Castaño terminaba de escribir la historia de un niño que, después de perder a su mamá en el terremoto de México ocurrido en mayo de 1985, le pedía a un santo que ayudara a encontrarla. Cuando se concretó la visita del Papa Juan Pablo II a Colombia le propuso a López Caballero que se reescribiera el guion para que el niño viajara hasta Bogotá para ver al Sumo Pontifice de frente y le cumpliera el milagro de volver a reunirse con ella. La idea era tan buena que Verónica Castro, en esa época la actriz más famosa de Latinoamérica, aceptó protagonizar la película. Andrés García, el galán de moda de las novenas mexicanas, sería su co estrella.

El país había soportado, en las primeras dos semanas de noviembre de 1985, la explosión del Nevado del Ruiz, que borró en una noche a Armero y a la gran mayoría de sus 50 mil habitantes, y la toma y remota del Palacio de Justicia, dejando 98 muertos y 11 desaparecidos. La visita del Papa se tomaba como una bendición divina después de la tormenta. Dos millones de personas salieron el 2 de julio a Bogotá a recibir al Pontífice. Los indigentes se mezclaban en los andenes con los gerentes de banco. Todos intentaban acercarse al Papamóvil blindado que llegó hasta el parque de Bolívar.

A las 11 de la mañana de ese 3 de julio se reunieron en el Parque el Tunal un millón de personas para escuchar la misa. Dos horas duró Juan Pablo II sobre la tarima. A la una de la tarde empezó a bajar las gradas de la escalinata. La producción había ubicado al pequeño Christopher Lago y a la cantante Carmenza Duque, quien también protagonizaba la película, en un punto en donde convergieran las nueve cámaras. Todo fue muy rápido, el Papa se detuvo frente al niño y lo saludó. Todo fue muy rápido, la gente se agolpaba como una estampida. No sabían si habían logrado captar el momento clave.

Metieron las cámaras en una camioneta de la productora Casablanca e, impacientes, vieron los copiones. Las primeras siete cámaras que revisaron no habían captado nada. Se veían cabezas de fieles, tomas desenfocadas, manos. Revisaron otras dos y, aunque se captaba el momento del saludo, la escena salía borrosa. En la última había ocurrido el milagro: se veía perfectamente como el Papa movía los labios y acariciaba la cabeza del niño como si en verdad le estuviera dado consuelo. El equipo de la película gritó de felicidad.

Estrenada un año después, en junio de 1987, El niño y el papa fue vista por más de 800 mil personas convirtiéndose en ese momento en la segunda película más taquillera de Colombia después del Taxista Millonario. El haber incluido en los créditos a Juan Pablo II, sin que el Papa jamás supiera que era protagonista de la película, ayudó a que la gente acudiera masivamente a las salas de cine.

Fue la última película que produjo Felipe López Caballero.

 

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