El sensacionalismo de los medios de comunicación colombianos, que solo miran un lado de la realidad, desconoce el contexto de los hechos en la frontera colombo-venezolana y contribuye a la desinformación y a exacerbar los odios fratricidas.
Pronto ellos se olvidarán de los connacionales que padecen las consecuencias del abandono del Estado en la zona limítrofe y continuarán silenciando los miles de desalojos y destierros internos de los compatriotas, a quienes los pulpos financieros nacionales, con la anuencia del Gobierno y de las entidades judiciales, les arrebatan sus viviendas en el Valle del Cauca o en la Costa Atlántica, en los Llanos Orientales o en Bogotá, y frente a los cuales los medios de las élites callan cómplices.
El fenómeno en la frontera es complejo y tiene múltiples aristas, entre ellas el contrabando multimillonario de los productos de la canasta básica y la gasolina desde Venezuela hacia Colombia, que genera desabastecimiento en el vecino país; la especulación de las casas de cambio con los precios del bolívar, legalizada por el sistema financiero colombiano, y un desempleo pavoroso que fomenta el rebusque ilegal y caótico.
Son factores que han contribuido al enriquecimiento de mafias de acaparadores y especuladores a lado y lado de la frontera, en el marco de una guerra económica de largo aliento, en la que están comprometidas las derechas de los dos países, y se orienta a desestabilizar el gobierno constitucional de Venezuela, con el apoyo de bandas paramilitares colombianas.
Hoy no pocos claman guerra, como lo hacen en el plano interno, aupados por las oleadas incendiarias de los medios masivos, sumergidos en el desenfreno de los odios y los prejuicios ideologizados de la ultraderecha encabezada por el expresidente Álvaro Uribe y el procurador Alejandro Ordóñez, quienes corrieron a la frontera a aprovecharse de manera oportunista del sufrimiento de los desarraigados, con el único fin de sacarle ganancias políticas.
Y muchos, lamentablemente, caen en la trampa, porque las voces insensatas propaladas desde los micrófonos pueden más que el análisis coherente y sereno, olvidan que la vida de las sociedades tiene multiplicidad de ángulos y que la realidad nunca será en blanco y negro.
Pero, sobre todo, no tienen en cuenta que colombianos y venezolanos somos hermanos y que se requieren soluciones dialogadas. Y, en el caso local, urgen cambios de fondo, estructurales en la economía de la zona limítrofe, hoy en manos del desempleo, las mafias del comercio ilegal y del contrabando, mezcladas con bandas criminales.