El cine, para los Mejía, era una religión. Uno de los primeros recuerdos que tiene María Emma es la de la familia entera viendo una sábana blanca en donde las luces proyectaban, en 35 milímetros, Bajo el cielo antioqueño, el primer largometraje hecho en Medellín y uno de los pocos que se conservan íntegros del periodo mudo. Era 1925 y su abuelo, Gonzalo Mejía, decidió emprender la quijotada de verter todo lo que tenía en una superproducción de más de dos horas en donde actuaban los muchachos paisas más en boga. Gonzalo Mejía era un visionario, un empresario que no tuvo miedo de apostarle a las novedades del Siglo XX como la aviación y la apertura de carreteras. Pero su aporte sería fundamental para consolidar el cine en el país. María Emma tomó la posta y cincuenta años después, en 1975, la encontramos estudiando cine en Londres y haciendo un pequeño documental con Carlos Mayolo. Pero además la cinefilia la poseyó por completo. En Inglaterra descubrió el Nuevo Cine Alemán y todos los días eran las desmesuras de Herzog, las aberraciones de Fassbinder, las adaptaciones de Volker Schlondorff, además de la Nueva Ola Francesa y los atracones de 400 golpes que la dejaban Sin aliento. Fue por el cine que Maria Emma Mejía se convirtió en política.
A su regreso a Colombia, a comienzos de los años ochenta, rodó un cortometraje de época llamado Ana Lenoit, una adolescente que enloqueció a Simón Bolívar. En 1983 Noemí Sanín, entonces ministra de comunicaciones de Belisario Betancourt, le ofreció la dirección de FOCINE, el único y polémico ente estatal del cine que hubo en la década del ochenta. Después vendría su relación con Luis Carlos Galán, su cercanía con el partido Liberal y la historia me deja un poco de interesar porque no voy a juzgar, ni quiero saber a fondo, cómo ha sido su desempeño político. A mí lo que me importó de El camino que abrimos, sus muy bien escritas memorias, fue su fascinación por el cine.
Maria Emma conversó con las 2 orillas:
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