Ríos de tinta se han escrito sobre la situación que vive el hermano país de Venezuela. Todo tipo de análisis, conjeturas y pronósticos sobre su futuro surgen a diario, mucho más ahora que tiene a dos presidentes que se amparan bajo la misma Constitución para llamarse legítimos.
Uno, Nicolás Maduro, que fue elegido el año anterior por voto universal, bajo serias y ciertas sospechas de trampa para ganarse la presidencia de la mano del poder electoral del país, que anuló jurídicamente a los partidos opositores para dejarlos por fuera de la contienda y casi que a punta de decisiones de la justicia, que también es de su bolsillo, prohibió que nadie distinto a su propio partido se presentara a las elecciones, que por su puesto él ganó.
Por el otro, está el diputado opositor Juan Guaidó, que bajo esa misma Constitución y amparado en algunos de sus artículos se juramentó presidente del país, porque según pesquisas de la Asamblea Nacional (órgano legislativo) que está en manos de la oposición (y cuyas elecciones deben realizarse el año entrante), se comprobaron irregularidades de la elección presidencial con fraude electrónico y demás, sumado a la nacionalidad de Maduro al ser colombiano.
Es decir, el enredo está en que los dos están respetando la constitución chavista y se amparan en ella para actuar. Así mismo, que parecieran estar respondiendo a libretos de fuerzas externas a su territorio diametralmente opuestas. Por un lado, más que a Rusia y China (que quieren es asegurarse de que se les pague las armas vendidas y la comida importada), está Cuba, sí. La de los Castro, que desde los tiempos de Hugo Rafael Chávez Frías es quien dicta el libreto político y estratégico en Venezuela, hace parte —como ya está documentado— del aparato represor, de inteligencia, de la matanza y violación a los derechos humanos contra los venezolanos que piensen distinto, es decir, Cuba es la mano negra. Qué bueno sería más adelante poder hacer también un juicio político e histórico por esa infame intrusión allí.
Por el otro, está la gente rica y millonaria de Venezuela —mucha de la cual estuvo en las miles del poder petrolero mucho tiempo— que ha logrado salir y se apostó aquí en Colombia y en Miami, que aprovechando ese nuevo aire de fusión de la oposición allá y del bien que a la imagen del presidente Trump y su gobierno le caería una guerra cercana y rápida para fortalecerse internamente, diluir la trama rusa y el desgobierno que empieza a tener el mono en EUA.
La tragedia de Venezuela hoy es como las descritas por Shakespeare, un limbo, una sinsalida, un espiral sin fin. Una intervención militar extranjera convierte el país en una zona de guerra porque Venezuela tiene buen armamento, la cúpula militar y quienes viven directamente del Estado, prefieren hacerse matar antes de perder el negocio o el subsidio. Los militares venezolanos controlan el aparato económico del país y las tres grandes líneas de negocios que se surten de la venta del petróleo, es decir, la compra de alimentos importados, infraestructura, minería y extracción.
Si la oposición acepta la intervención y recibe armas, pasaría igual, sangre y muertos. Si las fuerzas militares se fraccionan, igual se formarán grupúsculos que buscarán financiamiento externo y el apoyo de civiles y habrá sangre y muerte. Maduro y la cúpula no se quiere ir y prefieren salir de Miraflores con los pies por delante, o sea, con sangre y muertos; además, les conviene que pase el tiempo para que la situación se mantenga igual, lo cual también sigue generando sangre y muertos.
En gracia de discusión uno podría decir: pues que se maten solos, nada las sirve. El asunto es que para nosotros eso sigue siendo un problema real, porque la migración seguirá creciendo hacia nosotros, elevando gastos del Estado, distorsionando el mercado laboral y provocando xenofobia al sacar los peores sentimientos frente a la tragedia de ellos, porque al no ser nosotros un vecino rico nos comportamos como pobre tacaño que en vez de compartir lo poco que posee, cree que le vienen a robar lo que no tiene.