La tragedia que sacudió Mamonal, zona industrial de Cartagena, hace 42 años

La tragedia que sacudió Mamonal, zona industrial de Cartagena, hace 42 años

En la recién instalada planta de Urea de Abocol hubo una terrible explosión, que dejó 22 muertos, varios heridos, nubes de amoniaco, conmoción y destrucción

Por: Douglas Iván Páez Sosa
junio 11, 2019
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La tragedia que sacudió Mamonal, zona industrial de Cartagena, hace 42 años
Foto: Pixabay

El 8 de diciembre de 1977, cuando tenía escasos 10 años, nos encontrábamos en la vecina población de Turbaco. Visitábamos a Dionisio Torres, amigo cercano de mi padre.

Eran cerca de las 7:30 de la noche, cuando una estrepitosa pero lejana explosión captó la atención de todos.

El silencio se apoderó de la reunión por escasos segundos. Los adultos, lógicamente asustados, argumentaban conjeturas acerca de la procedencia y origen del extraño suceso.

Era una noche muy oscura y estrellada; en aquella época, las luces incandescentes de la ciudad no trascendían más allá del barrio de Ternera. Y era notorio, el sutil cambio de temperatura a medida que comenzábamos el ascenso a dicha población. En el Turbaco de aquel entonces se sentía frío en las madrugadas.

Intrigado por lo sucedido y como presagiando un nefasto acontecimiento, mi padre se despidió de todos y comenzamos el descenso a casa.

Famosa era, en aquella época, la carretera Turbaco-Cartagena por su alta accidentalidad.

Esta ruta era una bajada pronunciada y extensa. Además, las curvas cerradas y la estrechez de la calzada hacían de este trayecto un reto a la destreza de cualquier conductor.

A mitad de camino y justo en medio de una de las famosas curvas, un jeep Land Rover color verde claro sobrepasó nuestro vehículo de forma veloz e imprudente.

Mi padre reconoció el vehículo inmediatamente y muy preocupado comentó: "Algo pasó en Abocol, ese auto imprudente es uno de los que utilizan los ingenieros que quedan de stand by en la planta".

Abocol S.A. fue la empresa donde mi padre laboró la mayor parte de su vida y a donde en más de una ocasión lo acompañé, felizmente en época de vacaciones, para "ayudarlo a trabajar".

Apenas llegamos a la casa y aún sin bajarnos del auto, el repicar del teléfono era notorio desde la distancia.

Mi padre saltó del carro, y como si ese instante se hiciera eterno, buscó desesperado entre su manojo de llaves la que por fin abrió la puerta.

Apresurado contestó el teléfono de la sala, era el jefe de seguridad de Abocol. Coronel retirado de la Infantería de Marina, Julio González. Este le manifestó que su presencia era requerida de manera inmediata en la planta.

Esa noche fue larga. La espera me venció y me rindió el sueño.

Al día siguiente, esta noticia era de lo único que se ocupaban las personas y los medios de Cartagena: 22 personas habían fallecido por la explosión de un reactor en la recién instalada planta de Urea de Abocol.

Dicha explosión provocó el desprendimiento de una inmensa nube de amoníaco que asesinaba todo ser viviente que estuviera en su camino.

Grillos, aves, conejos, perros, y humanos.

Todo lo que estuviera expuesto ante el poderoso y letal gas era aniquilado.

Los relatos de mi padre eran desgarradores.

Él era muy elocuente en la descripción de los hechos. Habló sobre la cantidad de fallecidos en el siniestro, de cómo la piel de los heridos se desprendía en hilachas y quedaba adherida a las manos de quienes trataban de socorrerlos.

Contó también cómo un cuerpo fue encontrado en el baño, recostado al lavamanos, y con su rostro envuelto en una toalla humedecida; como tratando, de esta manera, evitar la fatal inhalación

Dos compañeros, tratando de escapar de la nube tóxica, se treparon a las mallas de seguridad que circundaba las instalaciones, mas no tuvieron suerte. Sus cuerpos fueron hallados aferrados a estas. Con sus ojos brotados y bocas abiertas dibujaban la angustia producida por la asfixia.

Argumentó también mi padre que menos mal la tragedia ocurrió de noche y no en pleno día laboral.

La tapa del reactor, que pesaba unas dos toneladas aproximadamente, salió disparada por la explosión e impactó el edificio de administración, destrozándolo parcialmente.

En pleno día laboral, y con todas aquellas personas ocupando sus puestos de trabajo, la cifra de muertos hubiese sido considerablemente mayor.

En fin, relatos tan abrumadores que te arrugaban el corazón y que podías sentir hasta con el estómago; ya que el retrato mental que hacías de la tragedia por la excelente descripción de mi padre era tan vívido que sin quererlo te hacía parte de los acontecimientos.

Es de él, de quien estoy seguro, heredé mi empírica y modesta habilidad narrativa.

Hoy, 42 años después, son pocos los recuerdos que las personas tienen de este lamentable hecho.

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