Se fue Peñalosa y con él, su gerente política y su obtuso secretario de movilidad. Se fueron dejándole a Bogotá el sistema de movilidad más controversial que ha enfrentado la ciudad en su historia. Peñalosa fue elegido por segunda vez como alcalde de Bogotá, porque los que gustan de su administración lo consideran un gran ejecutor. De hecho, muchos ciudadanos aceptan y son complacientes con la corrupción de los funcionarios públicos siempre y cuando se vean las obras. Y en eso sí que es un experto el exalcalde, si ya se le puede llamar así, no en vano contratar y contratar ha sido su lema.
Peñalosa contrató obras por doquier, de gran envergadura: unas innecesarias y otras impopulares, eso sí todas ostentosas, que no se puede negar que para bien o para mal transformarán la ciudad. Muchas las terminó y gran parte las dejó contratadas para la siguiente administración y para eso se rodeó de la gente que lo acompañó en la realización de sus grandes proyectos, uno de ellos, su iniciativa bandera, en la que la ciudad ha invertido la mayor cantidad de recursos: TransMilenio.
Bogotá es una ciudad que si bien siempre ha sufrido los problemas del transporte, antes no se tenían las dificultades con las cuales hoy se vive. Antes se salía de la casa para el sitio de estudio o de trabajo y se tomaba la buseta en frente de la casa, así estuviera lloviendo. El transporte siempre estaba al alcance del ciudadano, a cualquier hora del día o de la noche se encontraba en qué regresar, aunque es cierto que en las principales avenidas se presentaban trancones, porque los medios de transporte paraban en cualquier sitio a recoger o dejar pasajeros. Un columnista de escritorio decía que el ciudadano es un malagradecido porque no recuerda cuando los pasajeros viajaban colgados de las puertas, pero eso no ha cambiado, la diferencia es que antes no había quien empujara, en cambio hoy el pasajero entra a las buenas o a las malas. Viajar largas distancias era soportable, ya que los asientos eran acolchados, ahora los buses nuevos que deberían ser más cómodos tienen asientos en plástico lanzado que hacen que después de un largo recorrido las personas lleguen afectadas físicamente.
Bogotá era una ciudad cosmopolita, funcionaba de día y de noche, todos los días de la semana. Las discotecas y los restaurantes permanecían abiertos para sus habitantes como para los turistas. Sin embargo, hoy son pocos los sitios que lo hacen y la mayoría de forma clandestina. Bogotá se volvió un pueblo grande desde la llegada del TransMilenio y también debido a un decreto que dictó un alcalde, que se conoció como “la ley zanahoria”, el cual acabó con el trabajo nocturno de la ciudad. El que no consiga transporte antes de las once de la noche queda en una situación difícil para regresar a su casa, los dueños de locales cierran temprano entre semana por miedo a la inseguridad y hasta los ladrones saben que no deben estar en las calles pues la ciudad queda sumida en una total soledad.
Los problemas que tiene el sistema de transporte en la ciudad, que son variados, han convertido la vida de los bogotanos en un suplicio y qué decir de las personas que vienen de otras partes y no conocen su funcionamiento. TransMilenio en el día puede ser perfecto para los pensionados, para los desempleados, para los turistas, para los que no tienen afán, pero para esa masa inmensa constituida por estudiantes y trabajadores que en las horas pico se mueven hacia sus sitios de estudio o trabajo o cuando regresan a sus hogares... solo basta con ver en sus rostros. Por ejemplo, el hacinamiento en las horas pico ha convertido sus vidas en un constante enfrentamiento, ya sea por un puesto o por un roce, que afecta tanto a las mujeres como a los hombres. Es tan difícil la situación que ya hay estadísticas de que la gente se está bajando del TransMilenio a otro tipo de transporte.
Ni siquiera la virtud que tiene TransMilenio de ser un transporte rápido ha logrado que los tiempos de viaje se reduzcan. No se han tenido en cuenta algunas ventajas del sistema anterior y ni qué decir de la implementación de alimentadores, que en vez de llegar directamente a las estaciones, llegan hasta los portales. No se justifica que haya unos buses alimentadores que hagan un recorrido casi de media hora por diferentes barrios para llevar a sus pasajeros hasta un portal donde apenas van a iniciar el viaje, que tengan que esperar quince minutos o más hasta que llegue el bus que necesitan y otros quince minutos para salir del portal debido a la congestión, ya que el transporte intermunicipal también llega a estos sitios. Gran parte del problema radica en que la circulación de los buses depende de los operadores que no cumplen con la regularidad que les debería exigir el distrito.
Y ni qué decir de SITP, Sistema Integrado de Transporte Público, que hace un recorrido por toda la ciudad y que se estableció para reemplazar el transporte viejo de buses y busetas, y suplir las necesidades que no cubren los alimentadores del TransMilenio en los barrios a donde no llega este medio de transporte.
Tanto los alimentadores del TransMilenio como los buses del SITP recogen y dejan los pasajeros en los paraderos determinados por la secretaría de movilidad y los ciudadanos deben ceñirse a esta ubicación. Por eso a las personas no les sirve cualquier bus, sino el que corresponde al lugar donde se dirija. Además, los choferes tienen la orden de parar solo en los paraderos que les corresponda. Unido a esto existen rutas que tienen pocos buses para cubrirlas por lo que el ciudadano a veces debe permanecer hasta media hora o más esperando el paso de uno de estos vehículos, soportando la lluvia y el sol a la intemperie, ya que en la mayoría de los paraderos no existen domos donde guarecerse. La forma en que opera el SITP, sus rutas y paraderos no es de fácil manejo para el ciudadano del común, en el día la situación es todavía soportable, pero cuando llega la noche, la falta de visibilidad de los letreros de los buses y la deficiente iluminación en los paraderos existentes, tanto en los barrios como en las vías principales, hacen de estos sitios un foco de inseguridad apto para los atracadores. Por eso no es raro que la gente evite este tipo de transporte y que circulen totalmente desocupados en las horas de la noche.
Parece que la contratación solo ha servido para que empresarios con muchos recursos se hayan apropiado del monopolio del transporte y de las vías que les cedió el distrito para su propio beneficio condenando el transporte particular a un eterno trancón y que cubrir las necesidades más elementales, para un servicio de calidad, que le brinde una vida digna al ciudadano que es el que pone los recursos, ha quedado relegada a un segundo plano.
Extirpar el cáncer de la corrupción se ha vuelto difícil en una sociedad donde los ladrones de cuello blanco, adoptan diferentes formas para evadir los órganos de control, o ponerlos de su parte. Anteriormente a los contratistas se les exigía un determinado porcentaje, pero no todos aceptaban esa extorsión. Hoy en día a través de las concesiones, que le arrebataron el trabajo a las pequeñas y medianas empresas, se hace con pocas personas, de gran poder económico, nacionales y extranjeras como Odebrecht, que con requisitos hechos a su medida canalizan todas las obras de infraestructura y las usufructúan casi por el resto de sus vidas.
El sueño de Peñalosa era que el TransMilenio funcionara como un metro, pero por estar pendiente de otras cosas se rodeó de personas que poco conocimiento tenían para su funcionamiento o que no estuvieron cerca de la ciudadanía para reconocer las fallas y sus posibles soluciones. La movilidad no se soluciona llenando las vías de buses, sino optimizando el sistema. El reto de la nueva alcaldesa, la doctora Claudia López, que ha demostrado estar más cerca de las necesidades de la comunidad, será el de nombrar un gerente técnico que le permita encontrar las claves para optimizar este sistema, ya que hoy, así como está, es una tragedia para los bogotanos.