La tradición de ser 'delfín' en Colombia

La tradición de ser 'delfín' en Colombia

"Seguimos viendo un país que empodera a esas castas, familias o clanes ávidos de lo que aquí llaman clientelismo y maquinarias"

Por: Fabian A. Fonseca C.
diciembre 18, 2020
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La tradición de ser 'delfín' en Colombia

Ser delfín en Colombia es ya una costumbre que viene arraigada e impregnada de generación en generación, sobre todo si esa generación es de la mal llamada clase, clan, familia o casta política, esa que pregona la tradición de ser "servidores públicos", pero que a la final muchos de estos resultan siendo los perpetuadores de esas malas herencias y legados que ha dejado la descendencia política que ha mal gobernado a Colombia. Cuando hablo de malas herencias y legados, hago referencia a eso que no se ha podido borrar de la escasa memoria histórica que nos queda, como la violencia, la corrupción, la desigualdad, el clasismo, la pobreza, el desempleo, el atraso educativo, entre otras, pero sobre todo eso que llaman el nepotismo; ese que según la Real Academia de la lengua española (RAE) es la "desmedida preferencia que algunos dan a sus parientes para las concesiones o empleos públicos" o eso que en términos del eufemismo criollo es ser "delfín", es decir, ser hijo o familiar de algún político difunto, en retiro o ejercicio de su cargo, y que ostenta por su parentesco o consanguinidad un cargo, puesto o contrato en el sector o administración pública.

De seguro han escuchado alguno de estos nombres: Andrés Pastrana, Alfonso López Michelsen, Juan Manuel Santos, Carlos Lleras Restrepo, entre otros. Y creo que los han oído, ya que todos han sido expresidentes de Colombia e hijos-nietos de expresidentes de Colombia. Toda una amalgama de poder político reunido en un solo grupo o nido, eso sin contar todos aquellos delfines que no han alcanzado la presidencia, pero que se han conformado con ministerios, puestos diplomáticos, direcciones en entidades públicas y en cuanto botín politiquero o teta pública encuentren.

Infortunadamente, hasta el día de hoy y a pesar de algunos avances en materia política, seguimos viendo un país que continúa tomando malas decisiones, que no ha aprendido de su vil historia, y que empodera a esas castas, familias o clanes ávidos de lo que aquí llaman clientelismo y maquinarias (corrupción); de esos que negocian puestos, ofrecen dádivas, reparten contratos, ofertan puestos y siguen vituperando lo poco que queda de democracia. Esa que se supone busca que todos participen en política, como bien lo menciona la constitución. Esa que insta porque haya diversidad de opiniones, y que todos puedan elegir y ser elegidos más allá de su clase social, descendencia familiar o poder adquisitivo.

Hoy seguimos viendo atónitos cómo algunos delfines del país se creen con el derecho y la autoridad de opinar o proponer públicamente los destinos del país. Hoy seguimos viendo cómo el poder de un familiar puede hacer enriquecer a los suyos a costa de un pueblo moribundo de hambre y deseoso de oportunidades. Hoy seguimos viendo cómo ungen al poder a los hijos de los que ya fueron. Hoy seguimos viendo cómo los colombianos no tienen consciencia política... esa que se supondría sería garante de hacer los cambios que tanto anhelamos, pero que preferimos seguir eligiendo a esos que tuvieron el poder y que  lo siguen ostentando en cuerpo ajeno.

‘’Entre un gobierno que lo hace mal y un pueblo que lo consiente, hay cierta complicidad vergonzosa’’ (Víctor Hugo).

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