Para buena parte de los sectores democráticos del país y del pueblo colombiano en su conjunto, el senador Jorge Enrique Robledo es uno de los parlamentarios más destacados, con mayor lucidez argumentativa y defensor consumado de reivindicaciones nacionales y democráticas. A pulso, y sin flaquear, se ha ganado esta caracterización en la política colombiana.
No obstante lo anterior, su lucidez y compromiso con causas justas se ven empañadas de forma frecuente por otras características de signo negativo: su tozudez y sectarismo. Robledo adolece de la enfermedad que tanto daño le hizo a la izquierda en la segunda mitad del siglo XX, que impidió su unidad y su avance en la toma del poder político; y la sufre en momentos en que está demostrado que no es posible que algún sector democrático, por sí solo, logre este cometido.
De manera concreta, este talón de Aquiles del Senador se ve más que reflejado en lo que ocurre en Bogotá con la destitución en inhabilidad del Alcalde Gustavo Petro, a quien al parecer no le perdona su salida del POLO con la consigna "ahí les dejo su h... casa pintada". Y más que eso, no concibe Robledo otorgarle créditos o sumarle eventuales votos a un sector político diferente al suyo, el único partido de oposición.
Para no hilar fino, basta aclarar que no se desconocen las críticas válidas que Robledo pueda hacerle a Petro, tanto en su gestión como alcalde como por sus diferencias ideológicas. Sin embargo, lo que está primando en la posición del POLO, vía Robledo, es la tozudez del senador que no logra vislumbrar la contradicción entre el fascismo y la democracia que está de fondo en este caso.
La izquierda no puede desfallecer en la necesaria construcción unitaria y en la defensa conjunta de los derechos del pueblo, y para ello, Senador Robledo, usted debe bajarse del caballo y atreverse a oler las flores.