Alrededor del fallecimiento de Diego Armando Maradona han venido circulando en redes, como es lo esperable ante la muerte de una celebridad, distintos mensajes que expresan: por un lado, apoyo, devoción, admiración y tristeza; y por otro, rabia, rechazo, burla o incluso indiferencia. Es el caso de Colombia y de Argentina, donde un reportero contó con la mala suerte de entrevistar a 4 ciudadanos en la calle sobre la muerte de este ídolo y descubrió, para sorpresa también de los periodistas del estudio, que a ellos no les gustaba el fútbol y que Maradona no era su ídolo.
Estas distintas manifestaciones ocurren en todos los países, y sobre todo frente a una figura internacional como Maradona: rechazo, admiración o indiferencia. Sucede en este portal de Las2orillas, donde han salido varios artículos que retratan al crack como un santo, un héroe, el rey de reyes, el astro de astros o persona drogadicta, irresponsable con sus hijas, egoísta, maltratador y abusador de mujeres y hasta mamerto. También hay quienes lo retratan en la icónica pintura de la Última Cena de Da Vinci, en todo el centro, como Cristo, y es que es sabido que en Argentina hay quienes incluso llevaron su admiración a la construcción de una iglesia y una religión basada en su persona. ¿Blasfemia o libertad de expresión?
Entiendo y comparto el malestar de quienes ven en los comentarios o artículos en el que Maradona es objeto de todos los defectos, esa vena honda, muy humana de por sí, de la crítica por la crítica, llevada por la envidia, los sesgos políticos, religiosos o deportistas. Qué fácil es señalar con el dedo a quien ya no está. Hay incluso quienes critican el arribismo de la izquierda, con la máxima de Marx llevada al balompié: el fútbol es el opio del pueblo. En todo caso, Maradona no ha sido indiferente para nadie. Millones de niños y jóvenes alrededor del mundo, la mayoría de ellos pobres, vieron en el astro argentino la concreción de un sueño, de qué era posible salir de la pobreza haciendo lo que más se gusta y teniendo la fama, el dinero y las mujeres como recompensa. Basta ver lo que genera Cristiano Ronaldo, Messi, James o Falcao en los jóvenes y en el mundo: consumismo, marcas, comercio, publicidad, amarillismo, concursos, etc.
Ciertamente Maradona, como todos los humanos, era un ser de luces y sombras. Es indudable el talento que cautivó y sigue cautivando a muchos que lo consideran el mejor futbolista de la historia. Es remarcable (claro está para el caso de los argentinos y latinoamericanos) el compromiso social de Maradona con los pobres, los más desprotegidos y la lucha contra la injerencia de países extranjeros en la región. Tanto fue así, que un partido Argentina vs. Inglaterra se consideró un asunto de Estado. En el marco de las tensiones entre ambos países por las Malvinas, Maradona se erigió como un héroe, una reivindicación, un desquite nacional. La política atravesó el fútbol y el fútbol era más que un deporte, era toda una nación, una cultura y la vida misma. Quizás él nunca imaginó llegar a ser el ídolo que fue. Quizás sí. La prensa y los imaginarios mediáticos fueron haciendo mella en la sociedad hasta convertirlo en la estrella más brillante del firmamento. Y eso, no es nuevo y pasa con muchos otros. Quizás nunca quiso ser ejemplo de nada. Quizás fue víctima de sus circunstancias, como lo hicieron ver muchos medios de comunicación cuando un escándalo sexual, de salud o judicial estallaba. Algunos políticos de izquierda lo consideran casi un mártir, un antiimperialista. Los deportistas avezados y no tanto una total admiración. Las feministas vieron en él el cúmulo y la representación de todo lo que hay que cambiar en el mundo: el patriarcado y el machismo. Sin embargo, como he leído en un texto viral en Facebook, más allá de estar a favor o en contra, la muerte de Diego Maradona nos debe dar una oportunidad para replantearnos muchos imaginarios que tenemos como sociedad.
Sí, sabemos que el fútbol es pasión, que el fútbol permite superar la pobreza, que “une a un país” (cuando no se trata de equipos regionales, claro está), pero más allá de la máxima marxista aplicada al fútbol, la realidad es que el fútbol como institución social y cultural es dominante y poderosa, con todo lo que esto conlleva. De los millones de niños y jóvenes que sueñan con el estrellato, los que llegan a serlo, son la inmensa mayoría. El fútbol ha dejado tras de sí asesinatos, disputas, vandalismo, como las barras bravas. Y sé, que muchos dirán que ellos no representan la verdadera fanaticada, que el futbol no se trata de eso. Claro que lo sabemos, pero la realidad es que el fútbol vehicula unos valores culturales muchas veces dañinos: machismo, masculinidad tóxica, misoginia, violencia física y psicológica, regionalismo, homofobia, racismo, xenofobia y muerte. Sé que ante palabras como “patriarcado” o “masculinidad tóxica” más de uno o una torcerá los ojos y se remitirá al “feminazismo”. Pero no tan rápido.
Claro está que el machismo está inmerso en muchos escenarios de la vida y el fútbol es uno de ellos. El fútbol per se no es lo que la sociedad patriarcal ha hecho de ella, como de ninguna cosa. Pero es una realidad. Lo es. Los varones hemos sido, al menos en la sociedad latinoamericana (en EE. UU. ocurriría con las figuras del fútbol americano) absorbidos por este imaginario social implacable en torno al fútbol: el fútbol para varones, para machos, el fútbol el mejor deporte de todos, el hombre agresivo, el hombre fuerte, el hombre dominante, el hombre competitivo. El “verdadero hombre” juega o le encanta el futbol. Todo varón que no encaje en este imaginario puede ser muchas veces excluido y humillado: tronco, torpe, débil, gordo, marica, nerd y un sinfín de calificativos. No es secreto que la fanatización de la mano del patriarcado ha convertido al fútbol en un fenómeno de masas y en una institución cultural avasallante. ¿Cómo enseñarles a los niños de los colegios que el fútbol no es el único deporte?, ¿cómo sensibilizar a los niños varones que no está mal no gustarle o no ser bueno jugando futbol?, ¿cómo enseñarles a los niños varones que las niñas también pueden jugar o que un ídolo es de carne y hueso, y que el abuso, el maltrato, las drogas no vienen incluidos para ser relevante en un deporte?
No dudo que el fútbol ha traído bendiciones y transformaciones a comunidades vulnerables, a favelas, a comunas, a barrios olvidados donde las calles son de tierra y los servicios públicos no llegan. Que han logrado alejar a muchos de las drogas, las pandillas, la pobreza, etc. Que el deporte es salud. Que el fútbol no le hace daño a nadie. Que hace más un futbolista filántropo que muchos políticos corruptos. No lo dudo. Sin embargo, los valores culturales que reproduce y transmite el fútbol también han pasado una cuenta de cobro a muchas generaciones. El fútbol como distracción, el fútbol como idiotización, el fútbol como arma de guerra, el fútbol como religión, como herencia de una masculinidad tóxica (que no solo está inmersa en este deporte sino también en las figuras del reggaetón y así).
¿Qué hacer?, ¿dejar de ver fútbol y centrarnos en otros deportes?, ¿castigar a quien le gusta con arribismo intelectual? No. Es poner todo en sus justas proporciones. Desmontar toda esa masculinidad tóxica que existe empezando desde la Escuela. Empezando desde los descansos y patios de todos los colegios y de las clases de educación física donde todo se trata de saber jugar fútbol. Empezando desde los medios de comunicación. Empezando desde el padre que le pone la camiseta de Millonarios, Nacional o Santa Fe al bebé. Empezando desde los mismos ídolos como Cristiano Ronaldo y sus campañas contra la homofobia o el racismo. O desde un James que rechaza los asesinatos entre hinchas. Empezando por nosotros mismos.
Claro que nos alegra ver los triunfos de la selección. Pero no confundamos el “nos alegra, pero también hay cosas más importantes” con el “nos hace olvidar de los problemas de Colombia y es todo lo que hay, todo lo importante”. Quizás sea necesario que una selección pierda para poder ver de frente una realidad que es más urgente, como el de unas elecciones en el 2022 como el de una crisis económica y sanitaria mundial. ¿Servirá?, ¿seremos Japón? No lo creo. Pero sin duda alguna será el comienzo de algo mejor como sociedad. También hay otros deportes que merecen mucha atención. También hay profesores, hay médicos, hay científicos, artistas que merecen ser realzados. Hay que desmitificar al ídolo. Hay que despojar al fútbol de lo tóxico. Hay que cambiar imaginarios. Y está empezado a suceder, como pasó en el país de Maradona, donde el reportero dio preciso con los únicos 4 hombres de toda la Argentina que no son fanáticos del fútbol ni de Diego Armando Maradona.