El período de vacaciones no solo puede ser aprovechado para disfrutar de los partidos del mundial, sino también para sacar de la lista esos trámites burocráticos engorrosos a las que deben ser expuestas las personas para poder desenvolverse como ciudadanos dentro de las enormes y poderosas máquinas estatales.
En algunos círculos sociales y académicos son generalizadas las críticas a la ineficiencia que presentan las actividades cuando llevadas a cabo por algún organismo estatal. El argumento que puede generalizar dichas críticas es que como la prestación de esos servicios no tiene ningún incentivo, entonces la actividad no será hecha eficientemente y por tanto tomará mucho más tiempo de lo que podría tomar si la actividad la realizase un privado que tenga como incentivo una ganancia. Precisamente en estas vacaciones tuve dos experiencias totalmente distintas de dos trámites burocráticos diferentes: Sacar el nuevo pasaporte de lectura mecánica y renovar el pase. Mientras que para obtener el primero no demoré más de cuarenta minutos, para el segundo fui sometido a más o menos ocho horas de espera incluyendo exámenes médicos y el trámite como tal.
La renovación del pase tuvo un buen comienzo. Los exámenes médicos los realice muy rápidamente. Entre las 5 pruebas, no gasté más de 40 minutos. Sin embargo, luego empezó la tortura: Para que subieran los resultados a la plataforma del SIM (Servicios ¿Integrales? para la Movilidad) tuve que esperar alrededor de 3 horas porque 'estaba caída' o 'intermitente'. Afortunadamente había un televisor transmitiendo el partido de Argentina contra Bélgica. Después coloqué la huella dactilar. Ya al otro día debía ir a la oficina del SIM. A la entrada del lugar todo era despelote: Gente por doquier esperando parada o simplemente buscando información. Saqué mi turno y tuve que esperar 3 horas para ser llamado todo porque, de nuevo, la ‘dichosa’ plataforma estaba caída o intermitente, lo que ocasionaba una exagerada lentitud. Luego tuve que volver esperar otra hora más para que me entregaran la licencia como tal.
Todo lo contrario en la vuelta del pasaporte. Desde el inicio se notaba la diferencia: Luego de entrar en la oficina de la Cancillería (calle 53, Bogotá) y esperar alrededor de 10 minutos, un funcionario explicó muy brevemente a todos los presentes cuáles eran los pasos a seguir, además de resolver todas las dudas. Esperé mi turno alrededor de 15 minutos y luego de pasar a hablar con el funcionario, en 5 minutos fui despachado, luego de por supuesto, haber pagado mi pasaporte incluyendo una rebaja por el descuento electoral. Regresé al otro día hábil para reclamar mi pasaporte. En esa ocasión no esperé más de 10 minutos.
Con esta diferencia de 7 horas entre cada trámite inevitablemente surgen algunas preguntas: ¿Por qué después de tanto tiempo aún las personas somos sometidas a largas filas y esperas para poder conducir un vehículo? ¿Es una ineficiencia inherentemente burocrática o ineficiencia de una entidad en particular? El ejemplo del pasaporte podría subrayar que varias entidades públicas, sí revisan seriamente sus procesos y procedimientos para trámites, podrían aliviar un poco la cotidianidad de las personas. El derecho al tiempo y a la vida propia también vale. De paso que esta nota ciudadana sirva para felicitar a la muy eficiente oficina de pasaportes de la 53 (Cancillería) y como expresión de frustración de miles de personas que son sometidas a largas horas de espera en las oficinas del SIM (Ministerio de Transporte).