Ser lotero en un país como el nuestro es estar más cerca de la indigencia. Es el ejemplo claro de los problemas que trae la informalidad laboral. El caso de Misael Duarte es paradigmático. Vive en un cuarto en Juan Rey, localidad de San Cristóbal, el sur profundo de Bogotá. A diario, se desplaza durante dos horas en un bus, partiéndose el alma, soportando uno de los tráficos más salvajes del mundo.
Recuerda que su mejor época fue a los veinte años cuando le permitieron vender lotería dentro del Concejo de Bogotá y podrán ser vagos, pero los concejales creen en el azar y de eso vivía Don Misael.
Su propia suerte cambió cuando llegó Daniel Palacio Mejía a la presidencia del Concejo de Bogotá. Una controvertida decisión le cambió su vida: ordenó que todos los vendedores de lotería y los emboladores salieran del edificio. Con el tiempo, al menos un lustrabotas, el legendario Isaías, regresó a la plazoleta interna de la Corporación, pero para don Misael se quedaron cerradas.
Con lágrimas y a sus 65 años, Don Misael nos contó los infortunios de su vida. Este es su relato sobre el infierno que le ha tocado pasar porque tiene jornadas sin ganar un peso a pesar de estar buscándose el pan en un horario largo de nueve de la mañana a cinco de la tarde en la siempre lluviosa y fría Bogotá. Los días que mejor le va, obtiene entre 25 mil y 30 mil pesos. Sus hijos y su esposa se fueron para siempre.
Esta es la historia de Don Misael:
