Utilizando la metodología ideada por Goebbels, los respectivos pueblos fueron convencidos de la profunda bondad de cada candidato oligárquico. Las iglesias, en especial la Universal y las anglicanas, se la jugaron a fondo para demostrar que esos eran los gobernantes escogidos por dios y lo lograron. Ganaron el poder, ante la indiferencia, la ignorancia y la abulia del resto del electorado, resucitando las ideas de Mussolini, Hitler, Franco, Torquemada y la Inquisición.
Con el mayor cinismo se opusieron al reconocimiento de muchos derechos humanos —a la vida (no asesinar ni torturar delincuentes desarmados sino apresarlos, enjuiciarlos y castigarlos), al libre desarrollo de la personalidad, a la igualdad de género y de los seres humanos, independientemente del sexo, raza o religión—. Cualquiera que haya estudiado algo de historia universal sabe que la Europa desarrollada de hoy se debe a las riquezas robadas al “tercer mundo” (Asia, África y América Latina), entonces ¿por qué hoy se les niega a los africanos y asiáticos la posibilidad de ir a rescatar algo de sus riquezas mediante la obtención de un trabajo que les permita subsistir? Lo mismo sucede con Estados Unidos y el sur del río Grande. EUA, que siempre ha tenido a Latinoamérica como su patio trasero, donde han hecho y deshecho a su antojo, crea las condiciones —mediante bloqueos económicos, imposición de gobiernos títeres, saboteo (social, económico y político), desestabilización de gobiernos legítimos, etc—. para obligar a sus respectivas poblaciones empobrecidas a emigrar en busca de oportunidades. Con eso en mente, ¿por qué ahora Trump y sus hordas paramilitares pretenden impedir que las caravanas de emigrantes centroamericanos, según indicios financiadas por él mismo, entren a su territorio?
Muchos gobernantes siguen pensando, como Hitler, que solo los arios, descendientes directos del pipí divino, tienen derecho a vivir en el planeta tierra. Los gobiernos de derecha se inventan amenazas para justificar invasiones de países, asesinar a sus pueblos y robarse sus recursos, como lo hicieron con Libia e Irak y pretenden con Venezuela, Cuba, Bolivia, Siria y otros más. Venden las empresas rentables de sus Estados a los grandes inversionistas privados y, por si fuera poco, se roban esos dineros; ceden el subsuelo a las empresas mineras, pisoteando la voluntad popular mediante argucias jurídicas, sin importarles un bledo los daños ambientales generados por esa explotación; celebran tratados de libre comercio para favorecer las grandes potencias y acabar de empobrecer a los países dependientes; se reparten el presupuesto de funcionamiento estatal, de tal manera que los más ricos se quedan con la mayor parte del mismo y los pobres se pelean por las migajas sobrantes; la mayor parte de los impuestos son pagados por la clase media y por los pobres, mientras se exonera a los oligarcas con el sofisma de que esto es para crear empleo; arrebatan a los campesinos pobres sus parcelas, mediante todo tipo de amenazas y chantajes, para ampliar sus latifundios improductivos; señalan que el Estado no puede ser paternalista y por tal razón no tiene por qué garantizar los derechos humanos a su población, pues es una responsabilidad y quien tenga dinero para pagarlos que los compre; asesinan a todas aquellas personas que se atreven a disentir o proponer ideas a favor de los de abajo, acusándolos de terroristas y comunistas.
Todos estas son apenas algunas muestras de las barbaridades cometidas por las ultraderechas del mundo y conocidas por todos los habitantes, cuya mayoría prefiere seguir siendo voluntariamente esclavizada, eligiendo siempre a sus amos como sus gobernantes. Las ideas religiosas juegan un papel preponderante en esta elección, pues el miedo a las llamas del infierno es más poderoso que cualquier argumento razonable. Por ello la estratégica alianza de las ultraderechas con las iglesias y sus ambiciosos pastores, la cual explica y justifica la exoneración de impuestos a las mismas. Por otro lado, tienen a su favor los medios, cuyos dueños son casi todos de ultraderecha, y el aparato educativo, manejado también por la ultraderecha.
Si aspiramos a expulsar de nuestras mentes esa nostalgia ancestral de cadenas y a derribar la ultraderecha dominante, necesitamos promocionar con mayor fuerza el ideario socialista y construir un sistema donde reinen la equidad y la justicia social y se garanticen los derechos humanos, sin ventajismos, a toda la población.