Estaba a un paso de saltar al vacío, desde tal altura que nubes de tormentas se arremolinaban en lo profundo de la pétrea sima, impidiendo ver el suelo que su cuerpo golpearía.
—Piénsatelo, piénsatelo, —rogaba Filosofía.
Pero su verdugo, Absur, no lo pensó, no se daba tiempo para hacer eso; dio un paso y la empujó.
Podría ser un simple asesinato, tal vez. No obstante, sería uno no imaginado, pues nadie nunca pensaría que había muerto Filosofía.
Tras saber sobre ese vil acto me pregunté, irónicamente, si valdría la pena hacer pregunta alguna, puesto que se ha perdido Duda, el corazón de Filosofía; aquel con el que amó incondicionalmente a Razón, su fiel escudero, quien yacía en el sendero en donde, debilitado por el virus ignor, fue ultimado fácilmente por el mazo de Absur.
Pero, qué tal si nosotros una última vez encendemos un candelabro para iluminar esta oscura caverna en la que nos encontramos y cobijados por esa tenue luz, hablamos sobre la muerte de Dios y la de Filosofía.
(Quien no conoce su historia…)
Cerca a las horas crepusculares en las que asesinaron a Dios, ya se podía vaticinar la oscura y larga noche que se cerniría sobre nosotros después de consumarse el que, hasta ese momento, sería un acto inconcebible.
En antaño, con la ayuda de Filosofía, amiga de confianza de Dios, todos podíamos conocer una parte de aquel. Fue él mismo quien una mañana proclamó con la parsimonia que le caracterizaba, lo siguiente:
—Hagan de la congregación el medio para compartir aquello que seáis capaces de ver gracias a Filosofía; compartan, compartan y compartan. En virtud de que solo entre todos… de la mano de ella, podréis conocer mi regalo. No existe un único medio ni una única verdad para llegar a mí. No obstante, existe un único reto; antes tendréis que alcanzaros unos a otros.
Palabras que se asumieron como si del mismísimo edicto de la existencia se tratara. Sin embargo, no habíamos ni olisqueado el gozo y ya habían fuerzas oscuras maquinando un crimen sin precedentes.
Se trataba de los Hermanos Ego: Egocén, Egolat y Egoís, quienes a menudo se inmiscuían en los asuntos de Filosofía.
Egocén pregonaba que él era esencial para que los humanos pudieran comprender a Dios. «Es imposible que sin mí pueda alguien conocer al divino», decía airoso al tiempo que con el índice señalaba su propia sien.
Egolat creía que no haría falta conocerle, que ya era él la viva imagen de Dios. «Yo no veo razón alguna en desperdiciar tiempo, solo tienen que verme a mí y se harán a la idea de cómo es Él», comentaba Egolat con total convencimiento.
El mayor de ellos, Egoís, decía estar de acuerdo con sus hermanos y además pensaba que la solución era matarle. Levantándose de su asiento en la mesa y mostrando las palmas con los brazos extendidos, sentenció:
—Lo mejor es matarle—, expresaba con despotismo y frialdad— la humanidad no merece conocer a Dios porque todo el que se junte a ellos corre el riesgo de ser contagiado por la Peste Ignor. Sabemos que los humanos la portan tal como el perro suele portar la sarna.
Los Hermanos Ego eran famosos por su forja, se especializaban en crear todo lo que pudiera generar limitaciones e incluso hacer daño, como la renombrada alabarda de dos puntas a la que llamaron Envidia, o la fusta de mango espinoso conocida como Rencor. Por eso eran útiles para Dios, porque la intención del divino era que los humanos estuvieran limitados en su vivir antes de poder pasar a ser ilimitados en su existir.
Entonces los tres trabajaron en secreto para forjar un arma especial, únicamente destinada para matar a Dios, quisieron algo diferente, algo de lo que nadie sospecharía, tanto así que no hizo falta avivar la llama de la forja porque en esa ocasión no la necesitarían.
Crearon un veneno de igual sabor a la bebida favorita de Dios, la cual era el Arte; bebida fabricada por los humanos.
Orgullosos los hermanos, bautizaron en secreto el mortífero veneno, le nombraron Relig.
Así, tras beber el primer sorbo, Dios obtuvo la condena que los Hermanos Ego dictaminaron: Fue una muerte lenta acompañada por el dolor de mil fiebres y por el filo oxidado de la traición, la que estrujaba su corazón al pensar que el arte había sido envenenado por los mismos humanos.
A partir de allí fueron los Egos quienes se atribuyeron la herencia de Dios: El conocimiento. Los Egos hablaron, decían que su voz era la de Dios y los humanos convencidos plasmaron sus palabras en textos… No era su culpa, a la humanidad ya le aquejaba la Peste Ignor; estaban siendo usados, están siéndolo ahora y todavía no se enteran.
De ese modo los Egos crearon un nuevo ser bautizado como Absur, su función era gobernar sobre los humanos para que éstos lo hicieran su nuevo Dios. En un principio los humanos notaban la diferencia gracias a los cuestionamientos que Filosofía les invitaba a hacer. Por esa razón Absur decidiría quitarla del camino para poder imperar a sus anchas.
Por quien no doblan las campanas
Es común que toda muerte sea anunciada, en mayor o menor alcance. Cuando murió Dios, Filosofía pidió a un tal Friedrich que doblara las campanas, y vaya riesgo asumió el muchacho, ya que una de las causas de la Peste Ignor es el adoctrinamiento que, a su vez, tiene como síntoma lo que bien podemos llamar El Delirio del Reverso: Un ejemplo claro es cuando el enfermo tiende a tratar como culpable al denunciante antes que al denunciado.
Pero entonces cuando quien muere es el informante anónimo y clandestino nadie notará su ausencia; las cosas seguirán una brújula que por más desvariada que esté no habrá quien señale ese desvarío. Así pues, el desorden se hará el conducto regular. Eso lo podríamos llamar como el Síndrome del Pichón: ¿Han visto la joven ave que tras hallar de cuenta propia su primer gusano corre tras él con el pico abierto esperando que la presa entre a su boca?
De igual modo, ha muerto Filosofía y ha dejado a humanidad necesitada de que algo más piense por ella. Sea un sistema, sea una moda, sea cualquier cosa excepto su propio criterio.
Ha muerto Filosofía y es Absur quien nos gobierna, y al menos deberíamos reconocer y nombrar a estos tiempos como corresponde: La Cómoda Era del Absur-dismo.