Distraídos como somos, ningún trabajo nos hemos dado para examinar los papeles que firmó con la banda criminal de las Farc el señor De La Calle, allá en el paraíso habanero. Y ese estudio habrá de empezarse por la cuestión de la tierra, que es por donde han empezado casi todas las guerras del mundo.
Al capítulo destinado a esa candente cuestión le regalaron las Farc su buena tanda de salvedades, que es la encantadora manera que usan para decir que lo arreglado vale muy poco, o nada, y que lo sustancial es lo pendiente. También nosotros hacemos esa salvedad, antes de penetrar en la oscura selva de estos párrafos redactados por los mamertos más expertos en el uso de su viejísima y cansona literatura.
El asunto en cuestión se desarrolla en una cuartillas dedicadas a lo que habrá de dársele al campo y a los campesinos. Para empezar, anotemos que no está dicho quién para De la Calle un campesino. Adivinamos que van a tomarse el término como se tomaron el de pueblo. Porque para ser pueblo hay que ser pobre, o proletario en términos marxistas. Y sin duda que campesino es el asalariado del campo. Los propietarios son de una casta aparte, silenciados por despreciables.
En segundo lugar anotamos de qué manera abusiva se vuelve obligación con las Farc lo que es una obligación constitucional del Estado. Por donde abrir carreteras de penetración, construir acueductos veredales, mejorar las casas del campo, dotar al agricultor de asistencia tecnológica, disponer escuelas y hospitales y centros de salud para poblados apartados, organizar sistemas razonables de comercialización que defiendan al productor, se volverá una conquista de los diálogos de Cuba. Nos perdonará el caro lector si lo invitamos a leer el artículo 64 de la Constitución Nacional, que reza así:
“Es deber del Estado promover el acceso progresivo a la propiedad de la tierra de los trabajadores agrarios, en forma individual o asociativa, y a los servicios de educación, salud, vivienda, seguridad social, recreación crédito, comunicaciones, comercialización de los productos, asistencia técnica y empresarial, con el fin de mejorar el ingreso y calidad de vida de los campesinos.”
Les dejamos la tarea de buscar el artículo siguiente de la Carta, el 65, que completa el mismo temario de las declaraciones de La Habana. ¿Para qué diablos repetir lo que ya está dicho como norma obligatoria en la Constitución? Pues para descrestar calentanos, como decimos en la tierra. Para descubrir el huevo de Colón y plantearnos la generosidad de Juanpa y la perspicacia de Márquez.
Viene entonces la cuestión de los bancos de tierra, que se formarán para ponerla en mano de los “campesinos”, sacándola de alguna parte, como cualquiera entiende. Esa alguna parte queda en las tierras baldías y en las que se quiten a los bandidos por la extinción de dominio, que ahora sí se pondrá en marcha. Hasta este punto, nada nuevo, bien se ve.
Lo nuevo llega envuelto en el celofán palabrero del discurso, y que contiene las bases de la nueva guerra. Porque los bancos de tierra se compondrán también de la que se quite a los propietarios que la tengan inadecuadamente explotada, lo que se hará por extinción de dominio, es decir sin indemnización, es decir confiscándola.
¿Cuáles son los predios que proponen De La Calle y Márquez para confiscar? ¿Cuál es la tierra “inadecuadamente explotada”? Pues la que le de la gana a los miembros de un Consejo Agrario que ya se sabe que existirá, sin que se haya dicho siquiera cuáles serán sus miembros. Demos por descontado que los de la izquierda extrema ya se frotan las manos de gusto pensando en ese Consejo tan mal aconsejado. La Reforma Agraria de Carlos Lleras naufragó en esas aguas procelosas. Y eso que la tierra inadecuadamente explotada se expropiaba, vale decir que se pagaba. Esta se confiscará, simplemente. He aquí el principio de la nueva guerra, que sustituirá a la que desató el narcotráfico. Solo que ésta será peor, mucho más dura cuanto más explicable. A nadie le gusta que le quiten lo que tiene, mucho menos si eso que tiene es la tierra de sus ancestros, el escenario de sus trabajos, la razón de sus largos sudores, la justificación de su vida y la esperanza de su porvenir.
El espacio se nos agota sin tratar el tema de la colectivización de la tierra. De La Calle se enoja, lo que es tan frecuente, cuando hablamos de la eliminación de la propiedad privada y de la empresa en el campo. En lugar de otra bravata, le bastará que a cambio de decirnos absurdos, torpes, ignorantes, nos indique el capítulo dedicado a esas garantías fundamentales en un régimen de economía libre. Y basta por hoy.