Nos equivocamos al afirmar que la tierra está en peligro, que le quedan pocos años de vida y que el calentamiento global (natural o provocado) destruirá al planeta. Lo que tenemos que aceptar es que es el ser humano, o dicho de otro modo, el pasajero de la nave espacial a la que llamamos "nuestro planeta", es el que tiene en grave peligro su supervivencia.
Las comodidades que tan generosamente nos ha ofrecido la nave espacial en la que navegamos por el universo se han ido limitando con el pasar del tiempo y muy pronto dejarán de ser ofrecidas. Igual situación acontece con muchas de las especies animales que hoy habitan en la tierra. Conviene saber que la tierra está acostumbrada a cambiar de inquilinos de forma radical e incluso a eliminarlos sin contemplaciones cada cierto tiempo.
Quien conozca un poco de geología y quiera revisar qué sucedió durante el periodo geológico denominado Pérmico podrá confirmar que hace 250 millones el 95 % de las especies habitantes del planeta desaparecieron en menos de 50 años. Tales datos presentan un soporte científico imbatible y con ellos se confirma que nuestra frágil permanencia en este planeta es simplemente pasajera. Situación similar ((un poco más moderada) se presentó hace 65 millones años cuando el impacto de Chicxulub acabó con los dinosaurios y la megafauna jurásica, especies cuyo reinado en el planeta alcanzó 150 millones de años, tiempo suficiente para considerar que el planeta había escriturado su destino.
Sin embargo, casi todas ellas desaparecieron en un periodo de tiempo inferior al que emplea un burócrata deformado en tomar una decisión inútil. Si consideramos que como especie los humanos apenas llevamos unos 300 mil años en la tierra, sería muy optimista, y muy imbécil, creer que la tierra respetará nuestro inquilinato y que aquí permaneceremos sin importar el pésimo comportamiento que hemos demostrado, en el periodo de tiempo que hemos ocupado la nave espacial que la evolución biológica nos prestó para desarrollar nuestra especie.
La tierra es indiferente a la especie humana, especie cuyos dioses han demostrado una sabia inclinación a aceptar, tolerar e incluso estimular, los designios de la tierra. Con un poco de sensatez podremos vivir en este planeta unos cientos de años más, quizás mil, pero cuando oigo hablar de fracking y recuerdo que todos los días quemamos 34 millones de barriles de petróleo y cuando reaparecen en mi mente los nombres de los bárbaros que hoy gobiernan el mundo, me obligo a confirmar que nos estaremos matando por una botella de agua en menos de 100 años y que los incendios mitológicos que recientemente se presentaron en la selva amazónica y Australia se repetirán con una frecuencia necia y desafiante.
La tierra seguirá girando alrededor de su sol enamorado cuando la especie humana sea solo un mal recuerdo en los basureros ocasionales del espacio sideral.