Hace unos días recibí cordial invitación del concejal Rivera Lezcano de Guadalupe, el pueblo de las breñas del Porce de donde proviene mi sangre paterna, para que los acompañara recorriendo calles y veredas. Fue como un flash inolvidable de mi infancia .No tenía 10 años cuando mi padre, expulsado por Builes 20 años atrás, volvía a sus lares y quiso que le acompañara. Veo entonces a Guadalupe entre neblinas vespertinas y añoranzas olorosas. Su cielo era de un azul intenso, como los ojos de la abuela Natalia Restrepo a quien conocí atendiendo un almacencito en la calle principal.
Unos años después, cuando ya escribía mi columna en El Colombiano, Federico Velázquez Arroyave me llevó de nuevo pero me hizo bajar por el malacate que bordeaba el salto del rio Guadalupe, represado para producir energía en lo que ahora creo que llaman Porce 1. Todavía siento que mis verijas se me subieron más allá del cuello mientras descendía por esa perpendicular. Rio abajo, orillando casi hasta Anorí, fui recorriendo los espacios que con sus borracheras y puterías hizo novelables don Pablo Álvarez, mi abuelo.
Pasé entonces por donde quedaba la mina de la Bramadora y lo que ella significó para mi gente
Cada uno tenía su historia, cada uno sus testigos. Pasé entonces por donde quedaba la mina de la Bramadora y lo que ella significó para mi gente. No pudimos subir a ver las ruinas de Malabrigo, el caserío primigenio de la familia ,pero cuando ya era gobernador del Valle me invitó la Directora de las Bibliotecas Públicas de Antioquia ,la incansable Mary Álvarez Restrepo, y volví para ver el rio Porce desde la altura de ese caserío desabrido ,como lo vieron mis antepasados mientras horadaban las minas de la vega o bajaban enardecidos bañados en aguardiente por los canalones que los nutibaes iniciaron muchos siglos antes y las mulas de los paisas emberraquecidos ahondaron mayúsculamente. Mi desvencijado esqueleto ya no me deja arrimar hasta allá para atender la invitación. Solo me toca perderme en la neblina del recuerdo feliz.