En junio del 2003 Luis Alfredo Garavito, un hombre largo y con cara de colombiano promedio, admitió, con tranquilidad absoluta, que había violado a 178 niños. Disfrazado de monje, paletero o médico fue recorriendo el país llevándose por delante a los menores que iba encontrando. El país quedo aterrado y necesitaba saber más detalles de los hechos para dimensionar la atrocidad. En esa época, hace veinte años, Medicina Legal y la fiscalía no contaba con los recursos tecnológicos para identificar, a partir de un pelo, cómo era el aspecto de una de las víctimas. Por eso necesitaban morfólogos, funcionarios casi convertidos en artistas que ayudaran a dibujar un retrato hablado. Uno de ellos era Mario León Artunduaga. Nunca para él había sido tan doloroso hacer un retrato como el que sintió cuando volvía a darle vida, a través de su lápiz, a casa uno de los niños torturados, violados y asesinados.
Un año después de camellarle a sol y sombra en el caso Garavito este ibaguereño nacido en 1961 se estableció en Medellín una ciudad en la que sobraba el trabajo para un forense. Se dedicó con pasión a su oficio, comía cuando podía y fueron muchas las madrugadas en las que fue sorprendido cabeceando en el escritorio de su oficina en la Fiscalía. Fue tanta la entrega que se terminaría enfermando y, antes de cumplir 50 años, ya le habían dado la baja por invalidez. Una hernia que lo atormentaba y que siempre se trató.
Era tan meticuloso que quería tener el control absoluto hasta de los colores, los lápices con los que dibujaba. Aunque ya estaba retirado ayudó también como morfólogo, en el caso de Luis Andrés Colmenares y después el de Jesús Maria Valle, el defensor de Derechos Humanos que advirtió al entonces gobernador Álvaro Uribe que iba a ocurrir una masacre en el Aro. Miembro de la comunidad LGTBI, tenía una empatía absoluta con la gente lo que lo llevó a dictar clases sobre su arte. Alumnos hablan de que enseñaba a comprender el entorno antes de sacar cualquier conclusión sobre cualquier crimen. Pero la morfología era para Mario León tan solo un fragmento de su vida, una pasión mas.
Porque el cine le encantaba. Hubiera sido mas un diseñador de arte, un hombre imbuido en películas de ciencia ficción, de posesiones demoniacas que de forense. Aunque era capaz de encontrar poesía en algo tan macabro como un cadáver, las películas le dieron vida. Trabajó con varios cineastas de la región entre los que se cuenta Oscar Mario Estrada. De eso vivía, de enseñar a maquillar.
La mañana del 23 de enero en el que lo encontraron muerto sus alumnos lo estaban esperando en la escuela de maquillaje en donde trabajaba en la Mariela. No contestaba el celular. Raro para un hombre tan puntual, tan puntilloso. Dos de sus alumnos se fueron hasta su casa, ubicada, según El Colombiano, en la carrera 39 con la calle 66C. Tocaron una y otra vez. Nadie abrió. Forzaron la puerta y encontrar a Mario con la cabeza abierta, la sangre haciendo charco. En el barrio Villahermosa, el barrio donde vivía el artista, sencillamente no salieron de su estupor.
Al parecer se trató de un robo. En Medellín sus compañeros, los que lo conocieron desde 1996, lo lloraron en el entierro del pasado 25 de enero. Lo recuerdan no sólo como un artista lleno de talento sino como uno de los hombres más comprometidos con un trabajo tan difícil como enfrentar a la muerte.