El bochornoso episodio del Partido del Tomate mendigando aval del Partido Liberal, tras presentarse ante el país como un espontáneo movimiento de jóvenes indignados, plantea preguntas importantes sobre cuál es el destino de la inconformidad política actual.
¿Acaso todos los experimentos ciudadanos de plantear una política distinta a la tradicional están condenados a sucumbir a las maquinarias? La historia no parece darnos muchas esperanzas.
Un caso reciente de tal tendencia es el de la Mesa Amplia Nacional Estudiantil.
¿Qué es hoy la Mane? Definitivamente no es el movimiento social que años atrás ganó la simpatía de parte de la opinión pública con su protesta alegre y creativa. Tampoco es ese interesante experimento de organización estudiantil de autogestión, horizontal y confederado que se planteó en los primeros encuentros de carácter nacional.
En ese momento germinal, parecía que estábamos no solo frente a una nueva voz deliberante en el panorama social sino, sobre todo, frente a un modo de acción política más acorde con las transformaciones sociales, culturales y políticas contemporáneas. Era fácil ver en ella, las referencias a una nueva izquierda más comprometida con la intervención emancipadora de las realidades impuestas por las mutaciones globales del trabajo, las tecnologías digitales y la globalización de los mercados.
Sin embargo, pronto los oportunismos de todo tipo asediaron al movimiento y sofocaron tal novedad política. Los voceros sucumbieron a la seducción de algunos políticos y se enamoraron de la fama. Bastó con que les abrieran los micrófonos en los grandes medios de comunicación, para que empezaran a defender agendas que nada tenían que ver con lo que se respiraba en los plenarios y se discutía en los foros de estudiantes.
Al tiempo que la izquierda burocratizada y clientelista se tomaba la Mane, muchos estudiantes elevaron su voz de protesta porque los objetivos iniciales del movimiento se perdían ¡Ya ni siquiera se hablaba de educación! Ahora los voceros se dedicaban a hablar de minería, TLC, agricultura, toros… y no participaban de los debates sobre educación que tanta falta le hacen a Colombia.
La Mane dejaba de ser una organización con vocación de transformar la educación, para ser la plataforma de proselitismo político de un par de partidos políticos.
Todo esto ocurrió, mientras en las universidades regionales los estudiantes no encontraban quién les ayudara a resolver sus propias necesidades y, en la Universidad Nacional, los paros de trabajadores afectaban a un estudiantado que no sentía esos reclamos como propios y, en cambio, sí quería que se le reconociera su derecho a estudiar. Sin embargo, frente a estos problemas propiamente educativos, la Mane parecía estar más cerca de los intereses sindicales de algunos, que de las necesidades gremiales de todos.
Si bien frente a la opinión pública la Mane logró mantener cierto sentido de independencia, hoy, la coyuntura política ha terminado por revelar los intereses que tras de ella se solapaban. Ahora tienen candidatos al Congreso.
Y eso no está mal, eso solo muestra cuan dinámica es la política. Pero, sobre todo, muestra que los movimientos sociales siempre están en riesgo de ser cooptados por la maquinaria política tradicional.
Tal vez, lo mejor que le podría pasar a la Mane es que, efectivamente, logren poner sus propios representantes en un Congreso que antes juzgaron como ilegítimo, paramilitar y neoliberal. Ello supondría que el pueblo que dicen representar los acompañó hasta las urnas y se siente representado en sus propuestas.
De hecho, ya no tendrían excusas para no presentar su propio proyecto de ley de educación a un Congreso del cual hacen parte. Aunque esto, obviamente, supone que por fin le presenten al país una propuesta muchas veces prometida y cuya forma final todavía nadie conoce.
Sin embargo, tal vez este triunfo político podría significar, también, la muerte de la Mane tal y como se planteó inicialmente, pues no tendría ningún sentido pelear en las calles lo que ya se refrendó en el juego político tradicional. Mal harían en plantear paros y movilizaciones, por ejemplo, cuando ya han aceptado que pueden someter sus propuestas al voto popular y a las deliberaciones del legislativo.
Ya veremos cómo les va en las urnas. Sin embargo, es claro quela Mane parece hacer parte de la historia recurrente de fracasos de movimientos que se plantearon a sí mismos como novedosos en el juego político colombiano y solo terminaron reafirmando las mismas viejas prácticas politiqueras. Se “olaverdiaron”, como dirían por ahí…