El peor de los mundos: un pánico infundado que crea condiciones para que se requiera un apoyo económico excepcional para los afectados, y un modelo de manejo de la economía que pretende que la sanidad fiscal es lo prioritario. En otras palabras la salud del Estado a costa de la del ciudadano.
Creación de pánico: el desarrollo de la pandemia es inexorable. Seguirá pues se ha ‘aplanado’ y postergado pero no combatido ni disminuido. Por eso seguirán subiendo cada vez más los contagios y las muertes hasta que se llegue a la inmunidad de rebaño o se encuentre un tratamiento (la posible vacuna servirá para prevenir la repetición pero es poco probable que aparezca antes de que se pasen los picos -que ya se están pasando-).
Para el VIH no se ha logrado desarrollar vacuna y van más de 40 millones de muertos directamente por el SIDA, sin embargo nos adaptamos a vivir con ese peligro. Para el SARS y el MERS que son enfermedades virales de coronavirus -con letalidades del orden del 10 % de los contagios- no se produjo vacuna pero se considera contenidos en su propagación. Es posible le convivir con enfermedades virales sin vacuna. No dependemos de ella para volver a la normalidad.
En términos estadisticos la morbilidad por el covid-19 es muy alta (fácil y masivo el contagio) pero en términos de pandemia una bajísima letalidad (del orden de 1 por entre 3.000 y 5.000 habitantes). Pero, siendo las excepciones Lombardía, Guayaquil y muy puntual y transitoriamente Nueva York donde se sobrecargaron los sistemas de salud, acabaron siendo usadas como referencia para las decisiones.
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Las medidas han producido parálisis y quiebra de centenares de pequeñas empresas con el desempleo más alto de nuestra historia y acabado con las condiciones de supervivencia en un país con 50 % de informalidad
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La enfermedad es menos terrible de lo que presentan (en su inmensa mayoría son casos leves, y tanto que muchos ni siquiera se reconocen). Las muertes totales no han aumentado, luego la mayoría que se atribuyen al coronavirus son las que tenían otras causas (vejez, enfermedades respiratorias y crónicas) y se aceleraron o agravaron. Según el profesor Bhakdi de la Universidad de Mainz (Alemania) un muestreo en Francia con diez mil infectados y diez mil pacientes sanos mostró la misma cantidad de muertes en ambos grupos. Entre nosotros lo dijo el Director del Dane: “No tenemos posibilidad de (…) afirmar que estemos ante una situación de exceso de muertes en el país” explicando que la proyección de muertes basado en las tendencias de los últimos 5 años era de 6 % y el actual ha sido de solo 3.8 %. O sea que, a menos que se asuma que evita muertes por otras causas, solo agrava otras pero no es letal en sí misma. Un enfermo de diabetes o de problemas pulmonares puede morir con coronavirus pero muere es de esa enfermedad aunque tenga el covid-19.
Las medidas han producido la parálisis y quiebra de centenares de pequeñas empresas con el desempleo más alto de nuestra historia, acabado con las condiciones de supervivencia en un país con el 50 % de informalidad, y destruido la tranquilidad y la estabilidad emocional de toda la ciudadanía. Como lo dijo el nobel de química Michael Levitt, “el verdadero virus fue el de pánico”
Puede reconocerse que la ignorancia inicial y los primeros ejemplos parecían justificar esas medidas. Pero con la misma validez se hubiera debido entender y atender la tendencia a esas consecuencias como el desarrollo lógico de ellas. El complemento justamente debería haber sido destinar todos los esfuerzos posibles a compensar y corregir esos efectos colaterales de las medidas.
Eso no sucedió. La visión neoliberal característica del gobierno y encarnada en el Minhacienda siguió con el pensamiento de que la austeridad fiscal para salvar las finanzas del Estado era la prioridad y no que lo era salvar la economía manteniéndola activa.
Aún hoy se niega a reconocer la necesidad de dejar de defender los déficits fiscales y más bien usarlos tanto para reactivar la economía como principalmente para aliviar las penurias de la población.
Entre maromas (traslados de otras fuentes) y mentiras (que se han gastado 11.7 billones) se ha negado y/o desconocido lo catastrófico de la realidad resultante, y en consecuencia olvidado lo que deben ser las políticas contra los otros efectos de la pandemia. Hoy todavía habla de crecimientos del 6.6 % para el próximo año e intenta subsanar los déficits con ventas de activos. Es hora de gastar, no de controlar el gasto como le obsesiona al Minhacienda; hora de inundar de liquidez la economía bajo la forma de servicios sociales que han sido diferidos; de multiplicar por cuenta del Estado y no de los particulares los servicios de Salud, de Educación, de vivienda, etc.; de invertir en proteger y recuperar la naturaleza y el medio ambiente; de rescatar empresas no mediante subsidios y gabelas, sino mediante la suscripción de Capital para convertirnos al Capitalismo de Estado y que los ingresos de esas participaciones accionarias nos eviten otra reforma tributaria; que la capacidad de los empresarios sirva para producir para el interés colectivo y no solo para ellos.