Un comentario repetido por la gran prensa en estos días, hace relación a lo que llaman la politización de la protesta estudiantil. El hecho de que Gustavo Petro y otros dirigentes políticos de izquierda se hubieran dirigido a la concentración de la semana pasada en la plaza de Bolívar, les pareció el colmo del oportunismo, la codicia politiquera de figurar como dirigentes u orientadores de la movilización a favor de la educación pública.
Al mismo tiempo que se simula cierta simpatía por los jóvenes que reclaman mayores recursos para la educación, existe un manifiesto esfuerzo por convencerlos de no dejarse utilizar por los políticos que husmean en sus alrededores. Es clara la intención de adoctrinarlos en que su lucha por una educación pública digna y de calidad es ajena por completo a la política. La cual se presenta como el campo exclusivo de unos cuantos ambiciosos de privilegios personales.
Resulta llamativo que esta forma de definir la política por parte de comentaristas que posan falsamente de eruditos imparciales, salga precisamente a relucir cuando el asunto se relaciona con la presunta influencia de sectores opuestos al dogma imperante en materias económicas y políticas. Si se mira bien, la defensa de lo público en desmedro del interés privado no es cuestión que inspire el respaldo de ningún sector político afín al Establecimiento.
No son precisamente las cabezas visibles del uribismo, el santismo, el conservatismo, el liberalismo y demás huestes proclives al neoliberalismo, unidas todas alrededor del gobierno de Duque, las que respaldan de algún modo la movilización nacional de estudiantes y profesores. En gran medida todos ellos son responsables de la situación presente. Han cabalgado durante años en la ola de las privatizaciones, en el ahogamiento por asfixia presupuestal de la educación pública.
No es a ellos a quienes la gran prensa critica. A ellos, que durante décadas y hasta siglos han hecho de la política el escenario natural de la corrupción, de la maniobra, de la manipulación clientelista, del interés personal y familiar. A ellos, empeñados conjuntamente en entregar el territorio nacional, sus aguas y hasta su población, al interés de lucro de poderosas corporaciones extranjeras con el manido argumento de que traerán empleo y desarrollo.
Porque para esa prensa corporativa ligada a las grandes redes transnacionales privadas, esas cosas no tienen que ver nada con la política. Se trata de decisiones puramente económicas o técnicas que apuntan al bienestar general como único criterio. La política para ellos se traduce en los trabajos ideologizados de los críticos de ese tipo de decisiones, esos sí personajes despreciables a los que se debe colocar en la picota pública como prueba de su pretensión de engañar la opinión.
Resulta descarada así la manipulación de esa opinión, el manoseo con que se pretende envolver a los estudiantes, para mantenerlos lejos de cualquier politización que no sea a favor de los generadores de la crisis. La política es el arte de captar adeptos a una causa o idea relacionada con la vida colectiva en sociedad. Temas como si la educación, la salud o la vivienda deben estar en manos privadas o a cargo del Estado son íntegramente asuntos políticos.
Lo que están haciendo estudiantes y profesores universitarios
con sus marchas y paros es política pura:
disputarle las decisiones en esa materia a los sectores que rodean el poder
Lo que están haciendo los estudiantes y profesores universitarios con sus marchas y paros es política pura. Es disputarle las decisiones en esa materia a los sectores agrupados alrededor del poder, que sostienen la confesión neoliberal de acabar con lo público en beneficio del lucro privado. No se trata de que una reforma constitucional del pasado haya causado erradamente la crisis financiera de la educación superior pública, es que ese fue su real propósito.
El mismo que con la ley 100 de 1993 entregó la salud de la población colombiana al manejo de los pulpos privados. El mismo que durante tres décadas ha vendido al gran capital las empresas públicas en todo el país a precios irrisorios. Existe una concepción, una idea rectora, que considera nefasto lo público, que hace cuanto esté a su alcance por acabarlo. Eso es política. Como lo es organizarse y luchar contra esa idea en favor de lo público y transparente.
Así que no vengan con el cuento de la politización de la protesta. A lo que en realidad le temen los pregoneros de esa absurda tesis, es a que los estudiantes y profesores, sus familias y sus vecinos tomen conciencia de que su lucha es la misma de los ambientalistas, de los defensores de derechos humanos, de los pensionados, de las víctimas del pésimo servicio de salud, de los campesinos que claman por la implementación de la reforma rural integral.
En otras palabras a la toma de conciencia política por parte de la mayoría. Lo que nos falta es una auténtica politización de la sociedad, la adopción generalizada de una posición definida frente al papel de lo público y lo privado.