En la mayoría de sectores, la estandarización se produce cuando todos se quieren parecer al que tiene éxito. Casi todos los programas de televisión, solo por decir algo, se podrían emitir, indistintamente, en cualquier canal. Piense por ejemplo en la programación de RCN y Caracol. No son marca de la casa, sino mera repetición agónica de lo preexistente. Lo que quiere decir que los canales se reconocen únicamente por su logo, esto viene a ser como si los libros solo se diferenciaran por su título. En la lucha por imitar el producto de éxito de la competencia, la programación se convierte en una argamasa informante cuyos contenidos huelen a formol, a yodo, a desinfectante, a quirófano, a pasillo de hospital afectado por los recortes.
A mayor cantidad de canales, menor variedad. De ahí la experiencia muy bien conocida por todos, la de esa tarde de domingo en la que se recurre a la televisión para evitar el suicidio y tras recorrer todos y cada uno de los canales sin encontrar nada de interés, ni siquiera le quedan a uno fuerzas para volarse la cabeza. De hecho ya te la has volado un par de veces al dispararte en la sien con el control de la tele.
El atontamiento. Todo se atonta. Los gobiernos y en general la globalización, que homologan cuanto toca, hacen imposible el nacimiento de nuevas ideas extraordinarias. La originalidad produce miedo económico. ¿Y si no funciona? El atontamiento proporciona beneficios innumerables al sistema, pues crea gente tonta. Los colombianos consumimos 5.2 horas diarias de televisión, lo que supone un lavado de cerebro colectivo que ni en Corea del Norte, aunque con vaselina.
No importa el canal de televisión que veas y menos el programa que selecciones. Todos los canales son el Canal y todos los programas son el Programa. Monoteísmo en vena. No hay salida, no hay marcha atrás. Hemos caído en una red tejida con los hilos de acero del pensamiento estándar, donde ya no se concibe otro gusto que el establecido.