Él tenía 44 años y ella apenas 13. Vogue le había encargado al cineasta una serie de fotos con jovencitas quinceañeras que publicaría en una edición especial. Samantha Geimer lucía segura a pesar de que le molestaba el pedido del director polaco de que se quitara la camiseta y mostrara sus incipientes pechos. Nadie le había dicho que había que posar desnuda ante la cámara pero, ante la celebridad que la estaba fotografiando, debería mostrarse como una profesional. Esta podría ser la oportunidad que estaba esperando ella y su madre, Susan, para entrar por fin al mundo de las celebridades.
La casa de doce habitaciones, piscina olímpica, cancha de tenis y jacuzzi que tenían Jack Nicholson y Anjelica Huston en las colinas de Beverly Hills, parecía ser el lugar ideal para la sesión de fotos. En la mansión no había nadie y Polansky era un amigo de confianza, así que no tuvo problemas para destapar un par de botellas de Pernord-Ricard, robarle a Anjelica un cigarrillo de marihuana a medio fumar, y usurpar del cajón de Nicholson un quaalud que partió en tres partes. La porción más pequeña se la ofreció a la adolescente Samantha que sin asco se la metió en la boca. Era 1977 y todo aquel que pretendiera pertenecer a la realeza de Hollywood, tenía que caer rendido ante la fascinación de las drogas.
La niña se relajó y después de dos horas de incesante trabajo, aceptó gustosa el ofrecimiento de su fotógrafo de que se metiera en el jacuzzi. Ella, influenciada por el tranquilizante y el cannabis, empezó a asustarse al ver que Polanski se metía desnudo al agua. Samantha simuló un ataque de asma, él salió en busca de una toalla, la envolvió en ella, y la metió en la habitación de Jack. Le preguntó si había tenido relaciones sexuales y ella, alardeando, le dijo que lo había hecho con tres tipos. En realidad sólo había estado con su novio adolescente. La chica sintió que los ojos se le cerraban, él le acarició el cabello y con la veteranía y confianza de un experto, la acostó en la cama. La besó y ella correspondió. Le preguntó si usaba anticonceptivos y Geimer respondió que no. Entonces, con algo de brusquedad, la volteó y la sodomizó.
Al salir del cuarto, un atribulado Roman Polanski se encontró de frente con Anjelica Huston. En posteriores declaraciones la actriz dijo que se dio cuenta al instante de que algo raro había sucedido. El autor de El pianista, en un inglés atropellado, le inventó cualquier excusa. Era obvio que estaba mintiendo. Huston, desde las amplias ventanas de su mansión, vio a la pareja perderse a toda velocidad en un Mercedes descapotable por las colinas de Beverly Hills.
El sol se escondía en el ardiente verano de Los Ángeles y el fotógrafo dejó a su modelo en la casa de Susan. Allí les mostró las fotos que le había tomado en días anteriores y la madre se enfureció al ver a su hija posando desnuda. El director fue echado inmediatamente del hogar. Con el escandaloso idilio que vivía Polanski con Nastassja Kinski, la actriz alemana que en ese entonces tenía apenas 15 años, era una locura permitir que la adolescente estuviera a solas con el libidinoso artista.
Al otro día, cuando la policía llegó a la casa del director, estalló el escándalo. Hacía apenas 8 años que la familia Manson le había asestado 16 puñaladas a su esposa Sharon Tate, en la que sería la masacre más escalofriante que hubieran vivido los Estados Unidos. Ahora, el creador de El bebé de Rosemary, volvía a ser portada de los tabloides y no precisamente por sus películas. En unos cuantos meses, Roman Polanski sería condenado a pasar 90 días bajo observación siquiátrica en la prisión de máxima seguridad de Chino en California. Se le acusaba de los delitos de abuso sexual a una menor tras el uso de drogas, perversión y sodomía. Tras 42 días encerrado, le dieron un permiso especial de dos meses para hacer una película en el exterior que financiaría Dino de Laurentis. Llegó a Inglaterra y allí, alarmado por el escándalo que habían hecho de su salida del país los periódicos norteamericanos y temiendo una condena mayor, aprovechó el hecho de haber nacido en París y huyó a Francia en donde está prohibido extraditar a Estados Unidos connacionales.
Desde ese 15 de febrero de 1978, Polanski ha sido un prófugo de la justicia Norteamericana. A pesar de la asfixiante persecución que se ha cernido desde entonces sobre él, ha podido mantener viva su carrera, rodando en Francia clásicos como El inquilino quimérico o Tess. En el 2009 Samantha Geimer lo perdonó públicamente y dijo que el implacable acoso de los medios había sido todavía más dañino para ella que la propia violación. En ese mismo año, mientras se disponía a ir a un chalet en Suiza, el ganador del Óscar fue detenido en el aeropuerto de Zurich por el delito que cambiaría para siempre su vida. Pasó allí 67 días encerrado en una cárcel para después ser trasladado a Gstaad en donde vivió durante 8 meses el suplicio de un arresto domiciliario..
En el 2015, mientras se disponía a rodar una película en Cracovia, le llegó una petición de Estados Unidos al gobierno polaco en donde se exige su detención y posterior extradición. Él, con 81 años y aún con toda la fuerza vital de los grandes creadores, estuvo dispuesto a cooperar. Nunca antes Polanski había estado tan cerca de regresar a una prisión en los Estados Unidos. Se salvó en el último momento.
Samantha Geimer hace rato que lo perdonó. Cuando fue nominado al Óscar en el 2002 por El pianista declaró que estaba haciendo fuerza porque ganara por fin después de haber sido nominado en tres oportunidades. Cuando Harrison Ford recibió en nombre de Roman la estatuilla dorada, Geimer lloró de la emoción delante del televisor. “«De una forma u otra, todo tenía que ver con mi propio mundo, un mundo en el que todo sale siempre del revés… Y sí, me sentí feliz”. El realizador le ha escrito, en el transcurso de la última década, varios mails en donde ha mostrado su arrepentimiento: “Quiero que sepas que siento muchísimo haber influido en tu vida hasta tal punto”.
La que no lo quiere perdonar es la justicia norteamericana quien no descansará hasta ver tras las rejas a uno de los cineastas más grandes de la historia.