Decían que era indestructible. Era la joya de la corona de la poderosa armada rusa. Estaba en poder de la URSS desde la Segunda Guerra Mundial. Sus torpedos dejaron un cementerio de naves nazis chamuscadas al fondo del océano. El 12 de agosto del 2000 la nave, de 115 metros de largo, una enorme ballena nuclear, zarpó a hacer ejercicios en las frías aguas del mar del Barents con sus 118 tripulantes. La tarea era disparar dos misiles para probar la potencia de una nave que, según su comandante Viktor Rozhkov era inhundible porque los ingenieros rusos habían logrado el milagro de hacerlo con tal resistencia que si le pegaba un torpedo podría tener la posibilidad de regresar a la base y salvar la tripulación.
Sin embargo los torpedos disparados desataron un pandemónium. Algo falló en la seguridad que hacía gala una de las armas preferidas de Putin, quien llevaba solo meses en el poder y la explosión sólo dejó vivos a solo 23 tripulantes. La explosión fue tan fuerte que aparatos sísmicos de los Estados Unidos registraron la explosión. Aunque el Kremlin ya sabía que habían quedado 23 tripulantes vivos de la explosión, informó a la opinión pública que la tripulación completa yacía a 100 metros. Los sobrevivientes se hicieron en los compartimentos 8 y 9 donde tenían cerca de una semana de aire para resistir. Contaban con que Putin diera la orden de rescate. Pero nada de esto sucedió. Lo único que queda de esto son las notas encontradas en el bolsillo del comandante: “Tomamos la decisión debido al accidente. Ninguno de nosotros puede llegar a la superficie. Escribo esto con la visión totalmente nublada".
Kolesnikov, el comandante a cargo, escribió con el último oxígeno que le quedaba: "Está oscuro aquí para escribir, pero lo intentaré a través del tacto. Parece que no hay posibilidades, 10-20%. Esperemos que al menos alguien lea esto".
Las potencias extranjeras se ofrecieron para hacer el rescate de los 23 sobrevivientes pero en Moscú nadie quiso dar las coordenadas exactas. Putin volvió a dar muestras de que era un mandatario inflexible, capaz de tomar decisiones terribles, sacrificios demenciales con tal de que occidente no conocería los secretos de una de sus armas más preciadas. En Moscú una ola de indignación se levantó pero, en el fondo, este tipo de determinaciones le dieron a Putin ese aura de macho que tanto ruso aprecia. Por algo en los últimos años la figura de Stalin ha sido completamente reivindicada.