Si alguien quisiera ponerle un nombre a la administración del alcalde Petro, sería “papaya”, porque no se cansa de darla. Después de salvarse de la encerrona de Ordóñez era justo pensar que llegaría la prudencia, el tratar de hacer bien las cosas, sin afanes, o como dicen por ahí, sin prisa pero sin pausa. Pero no.
Genio y figura hasta la sepultura. A Petro le encanta asomarse al abismo montado en un caballo desbocado. El escándalo de ahora es la máquina tapahuecos, el adminículo mágico con el que se iba a solucionar en ¡seis meses! los cráteres de las calles bogotanas. ¿Y si este artefacto se inventó hace diez años por qué a nadie se le ocurrió traerlo?
Ante la incredulidad general que enseñaba aquello de que eso tan bueno no dan tanto, el alcalde salió al quite tildando al armatoste de un invento científico de primer orden, lo que le sirvió para saltarse la licitación correspondiente y apelar a la contratación directa. Perfecto. En un abrir y cerrar de ojos la máquina estuvo en la calle, después de meses guardada en espera del momento oportuno.
Pero al tiempo que se estrenaba comenzaron las suspicacias. Mientras un tubo dragaba y tapaba el pavimento, se descubrió que un actor de televisión era el que estaba al frente de la empresa favorecida por el Distrito: el “Chuli”, como lo conocen en el medio. ¿A qué horas se volvió experto internacional en temas de tanta complejidad científica? Ni idea, pero ahí estaba… actuando.
Lo cierto fue que el primer hueco sí lo tapó. Así lo constataron periodistas y vecinos. Lo malo fue al otro día que salió el sol y la mezcla comenzó a derretirse. Criticones, fue la respuesta. Apenas es algo superficial, se explicó. Con el tiempo se irá asentando. Pero los trabajos se pararon en espera de mejorar la mezcla. ¡Qué tal la improvisación! Pero no se pudo porque la máquina se dañó.
Pasaron los meses, los organismos de control metieron las narices, el actor renunció despavorido y los huecos siguieron ahí. La Procuraduría formuló pliego de cargos contra los empleados distritales que tuvieron que ver con el descalabro, pero le faltaba la cereza al pastel, unas grabaciones de la reunión donde se otorgó el contrato.
Ahí no sabe uno si asombrarse por la ineptitud, indignarse por la desidia o asquearse por la corrupción. Claramente se les escucha hablar del lío en el que se están metiendo. Uno habla de que no tiene carta de presentación que a una empresa constituida con cinco millones de pesos de patrimonio se le otorgue un contrato de más de diez mil millones.
Otros hablan del actor de cine que la dirige y del atajo legal empleado, la contratación directa, de cómo lo conveniente sería una licitación pública y exponen sus temores de que esto dará pie para que intervengan los organismos de control. Tan conscientes son que bautizan la operación con el diciente “kamikaze”. Mejor dicho, se están suicidando.
Pero además hay un ingrediente adicional: saben que los están grabando y sin embargo siguen con la chueca contratación. ¿Querían cubrirse las espaldas ante las inevitables investigaciones que surgirían de allí? ¿Qué intereses poderosos los obligaban a seguir adelante? ¿Era una orden directa del alcalde de contratar a como diera lugar?
Bueno ahora se sabe que Petro conoció en el Reino Unido la dichosa máquina y quedó descrestado. Frotándose las manos, no sólo ordenó traerla sino que pensó en adquirir diez más. ¡Hágame el favor! Por fortuna, pasó lo que pasó y la “engañahuecos” nos enseña lo que los viejos con su sabiduría nos legaron: “de eso tan bueno no dan tanto”.
Muchas preguntas, pocas respuestas y una sola enseñanza: Petro, como lo fue Mockus en su momento, es el director del departamento de autogoles. Y ya saben: papaya partida, papaya comida. Ordóñez sonríe comprobando que en juego largo hay desquite.
¿Se imaginan a ustedes a Petro de presidente? Igual que a Pachito de alcalde, porque aunque nos resulte difícil de afirmarlo, extrañaremos a Petro si el Santos folclórico llega al palacio Liévano. ¿Quién reza el primer padrenuestro?